En Los santos varones, la primera novela en solitario de Luciano Lutereau hay un pasado insinuándose desde su inicio, un niño con asma y otras enfermedades se ve condicionado en el desarrollo de su vida social.
Mientras ahora, en el año 1999, el niño es un enfermero que alterna sus días entre el hospital, escribir canciones y esperar el fin de semana para pasarlo con Lola, su vecina del quinto piso: “No era obligatorio que nos viéramos todos los sábados. Pero la costumbre suele generar desprotección y la proximidad física es un recurso inestimable para invertir el tiempo muerto.” Reconoce en uno de los pasajes.
Lejos quedó el amor por Gisela, la chica que lo cuidaba cuando él faltaba al colegio porque estaba enfermo.
Lejos y cerca, ya que el pasado empieza a hacerse fuerte al tiempo que su cotidianidad se torna cada vez más difusa.
Entre otros regresos también se cuenta el de su hermano mayor, persiguiéndolo como la sombra: “…después de todo él era el modelo de varón que yo debía emular, el santo al que debía parecerme” confiesa con rencor.
Con los padres separados, comprueba con dolor cómo el paso del tiempo hace mella, su madre ya no es una mujer tan alta y él, ya no es tan pequeño. Mientras que el padre, ejemplo tristemente paradojal, pediatra de profesión, se dedica con esfuerzo a proteger los hijos ajenos pero no puede hacer lo mismo con el propio.
Ya sobre el final las voces empiezan a mezclarse. El sopor de esos días que van del hospital a los brazos de Lola se diluye, y la presencia de los recuerdos se corporiza en un monstruo que aniquila el presente de un plumazo.
Los santos varones
Luciano Lutereau
Primera edición, Bs. As – Factotum Ediciones 2011