Una mañana soleada nos encontramos con Fabián Casas, uno de los escritores más irreverentes de la literatura argentina, para conversar sobre su primera obra de teatro, Luis Ernesto llega vivo (Blatt & Rios, 2018). Entrevistarlo es un salto al vacío, porque las preguntas abren puertas que las respuestas no necesariamente van a cerrar, incluso pueden inaugurar nuevas dimensiones que no estaban planeadas, dejando en el camino, un montón de titulares tan inestables como geniales. De Gastón Gaudio a Peter Frampton, del peligro de la nostalgia, a la amistad con Santiago Motorizado. Los invitamos a sumergirse en esta entrevista y esperamos que cuenten con flotadores: las olas que salen de su boca no tienen filtro.
Lo primero que me llamó la atención, cuando te pregunté días atrás si te podía entrevistar para hablar de tu último libro, es que no sabías de cuál estaba hablando.
(Risas)
Por eso, para empezar, me gustaría preguntarte sobre cuál es el grado de desapego que tenés respecto a tus propias obras.
Sí, es verdad, me pasa eso. Yo no lo percibí, lo que vos notaste está bueno… el tema es que estoy mucho más concentrado en ser papá y en dar mis clases; esas son ahora mis prioridades. La separación me marcó profundamente y emergió como una especie de emancipación del papá. Estoy muy enfocado en mis hijos, en el día a día, en trabajar en contra de la angustia, dormir bien. Trato de ver a amigos, veo mujeres ocasionalmente, pero no tengo deseos de tener pareja. La literatura que yo produzco ocupa un lugar secundario; como lector la literatura es central, porque es una de las cosas que más me gusta en el mundo y no hay un día que no lea. Cuando salió Luis Ernesto llega vivo, me puso contento, pero por estos días tengo que entregar un libro a EMECÉ de poemas que escribí los últimos dos años y se van a editar el año que viene.
¿Cómo se materializó Luis Ernesto llega vivo?
Luis Ernesto fue escrita así: hace cuatro, cinco años yo venía leyendo obras de teatro y quise escribir una porque siempre me gusta hacer cosas que no sé. Entonces, de un tirón compuse el primero acto. Eso quedó y nunca volví. Un día, cuando ya me había separado y estaba viviendo en la casa de Gastón Gaudio, lo leí después de mucho tiempo -que está bueno porque no estás apegado a lo que escribiste- y me gustó. Se lo mandé a María Soldi que es una actriz amiga mía y ella me dijo que estaba buenísimo, que lo continúe. Entonces, en dos sentadas escribí todo lo demás. La verdad es que fue una experiencia hermosa que incluso se presentó en teatro off durante dos años y le fue muy bien. Había actores de puta madre y fue como una bendición.
¿Cómo es que terminaste viviendo en la casa de Gastón Gaudio?
Bueno, él me había contactado para que yo escriba un guion de una película que él quiere hacer y nos terminamos haciendo muy amigos. Como yo no conseguía departamento para mudarme me fui a vivir con él.
Es curiosa la prioridad que le otorgas a la familia, y justamente la obra trata sobre una…
Sí, la obra trata sobre una familia disfuncional. Los temas de la familia siempre los tengo en la cabeza, porque la familia es algo absolutamente central para que uno pueda crecer y vivir pero si después no te desapegas y no la corres, también te mata.
La cultura del Rock también se advierte en la obra, algo que se adquiere desde el hogar…
Sí, por supuesto. Cuando yo era chico escuchaba con mi hermano Juan, a Peter Frampton y teníamos sus discos, no solamente los icónicos, sino también los de Humble Pie que era una banda pesada de Frampton (justo el otro día lo estuve escuchando con Calamaro porque él es fanático de esa etapa más hardore)… de ahí salió la obra de teatro y de transitar un poco un género que no conozco.
A la hora de escribir, coqueteaste con un montón de géneros. ¿Existe alguno que no te llame la atención?
Dejame pensar. Hice novela, ensayo, poesía, cuentos, hice crónicas. Ahora hice teatro…me gustaría hacer más obras de teatro. Tuve ideas pero no me sale nada por ahora. Quizás escribiría más crónicas. Lo cierto es que no me puedo quedar en un solo género, porque me sirve para instalarme en un lugar, pero después lo tengo que dejar.
En varias entrevistas mencionaste, también en los talleres, que los poemas deben ser inestables, que deben tener un lugar de apertura para que el lector pueda introducir su experiencia. ¿En el género dramático funciona igual?
Sí, funciona para todo. Si vos escribís o haces películas o publicidades y explicás lo que pasa, el otro no tiene ninguna posibilidad, puede asentir o disentir. Pero no puede poner su experiencia. Eso para mí es como el ABC de todo.
¿Cuáles son tus referentes en materia dramática, o los dramaturgos que más te movilizan?
Me gusta mucho Romina Paula. De hecho, una parte de la obra de teatro que escribí es algo que le afané, que me contó. Harold Pinter me parece un genio. Me gusta [Samuel] Beckett, [Witold] Gombrowicz, [Roberto] Arlt. Me parece muy productivo ir a ver a [Rafael] Spregelburd. Ahora está dirigiendo una obra en donde hay un personaje que se llama Casas. También me gusta Federico de León; nunca vi una obra suya, pero me cae bien y lo que me cuentan de ellas me interesa.
El juego es una constante del género dramático, el hecho de jugar a ser otro, a crear una imagen de realidad para el espectador. En la vida cotidiana, ¿te sentís alguna vez actor de alguna situación, o de algo que te hace sentir ajeno?
Sí, totalmente, todo el tiempo. Es algo contra lo que uno lucha porque para mí esa es la mierda de la personalidad. Hay una teoría esotérica que me gusta mucho, que es la que sostiene las Escuelas del Cuarto Camino [Nota de Indie Hoy: El cuarto camino es una doctrina metafísica, cosmológica y filosófica introducida en occidente por George Gurdjieff y Piotr Demiánovich Ouspenski. Se basa en la creencia de que el ser humano necesita un procedimiento o sistema para despertar], que dice que desde que nacés hasta los cinco, seis años, sos pura esencia. A partir de esa edad, se detiene la esencia y empieza a crecer la personalidad que es la mierda nuestra. La personalidad te separa de las personas y te hace pasar muy malos momentos. Hay personas que tienen una gran personalidad, las rompés y son huecas. Pensá en Tinelli, ¿quién diría que no tiene personalidad? Pero adentro es hueco, todo lo que tiene para decir es malísimo. Otro: Donald Trump. ¿Pero la esencia? Por el contrario, existen personas con una personalidad fugitiva, manejan una especie de destino invisible y en la vida diaria la rompen.
En todo momento hacés un manifiesto en contra la nostalgia. Sin embargo, los personajes de tu última obra parecen atrapados por esa nostalgia…
Yo identifiqué hace mucho que soy nostálgico y la nostalgia es un pecado capital porque te liquida y te debilita. El otro día hablábamos en uno de los talleres, de porqué uno no puede dormir. Las teorías de la neurociencia indican que permanecés despierto porque estás pensando en el pasado o en el futuro. Si estuvieras en presente te dormís, te relajás, podés descansar bien. La clave de la vida es estar siempre en presente porque el pensamiento es dolor. Eso me lleva a preguntarme cuando estaba con tal, o cuando hacía tal cosa o tengo que lograr una meta… es malísimo. Cuando tu cerebro se pierde en lo que pasó o en la obsesión de lo que tiene que pasar es pésimo y para eliminar eso tenés que hacer un trabajo de meditación. No hay que cambiar nunca Guido, lo esencial por lo transitorio. Lo esencial hay que defenderlo, lo transitorio, dejarlo de lado.
Una frase que me gustó mucho de Luis Ernesto llega vivo es la que dice: “Todos somos bandas tributo de alguien, aunque pretendamos ser originales”. ¿A qué apunta específicamente?
La originalidad es algo muy negativo. No tiene sentido. La búsqueda de la originalidad te hace perder un montón de tiempo en estupideces. Vos tenés que agarrar, copiar, robar… no hay ninguna posibilidad de ser original. Todo es una copia de copia de copia de copia de copia. De acuerdo a las combinaciones que hagas, ahí va a estar tu singularidad. César Aira, uno de los grandes escritores argentinos, hace eso; es una máquina de contar historias con el “Había una vez…” y va a morir el día que deje de narrar, como Sherezade. Y si vas a escribir una nouvelle por día como hace César, tenés que estar atento a un montón de historias que no están en tu cabeza. Todo el tiempo toma historias y las modifica, las engarza…
Hablando de Aira, ¿estás al tanto que fue candidateado a obtener el Premio Nobel de Literatura?
Sí, la verdad es que lo del Nobel no me importa para nada. Me interesaría que le den el premio porque le dan guita, porque me parece que César no es muy amigo de la exposición. Hablar del Nobel para Aira es como menospreciarlo… el “Nobel” son un par de muñecos suecos, algunos evidentemente acosadores (risas), y se reúnen para dar un premio. Para mí no es una marca de valor. Hay escritores extraordinarios pese a que ganaron el Nobel como Beckett, Lessing… y hay un montón de otros escritores que no ganaron el Nobel. Es un tema que no me afecta para nada. Le debe importar a los apostadores y al tipo que gana porque recibe un montón de guita.
Hace un tiempo se llevó a cabo en el Centro Cultural Konex la Feria de Editores. ¿Cómo es tu relación con las editoriales independientes?
Yo creo que la literatura más importante se imprime en esas editoriales; se arriesgan con tiradas cortas a publicar autores que después, las editoriales grandes lanzan al mercado cuando los escritores se foguearon antes en las editoriales independientes. La literatura que más me interesa la voy a buscar ahí. Me parece increíble el movimiento que existe y que en un momento de gran crisis (porque estamos viviendo un momento político muy malo… La gente no la está pasando bien y muchos quedaron desplazados del sistema. No hay respuesta desde política…), se escriba y se difunda de esa manera, que exista una feria. Me gusta muchísimo más que la Feria del Libro, no hay comparación. La feria del libro es algo insoportable, impostada con autores culones… hace un montón que no voy.
¿Nunca te interesó dedicarte a la música?
Bueno, escribí canciones. Pero de tocar un instrumento no tengo ni idea. En algún momento me hubiera gustado formar una banda. Disfruto más de escuchar a las bandas. Estuve ocasionalmente cantando con Él mató, con Pez, canciones que yo compuse o me gustan.
Ya que mencionaste a El Mató, Santiago Motorizado [Barrionuevo] ilustró la portada del ejemplar que reúne todos tus ensayos, Trayendo a casa todo de nuevo (Planeta, 2016), ¿cómo se gestó ese vínculo?
Yo formaba parte de un programa que se emitía por Rock & Pop que se llamaba Mal elemento. Un día invitaron a El Mató cuando había editado su segundo EP, Un millón de euros, y pegamos muy buena onda en el estudio. Después, cuando la revista Rolling Stone me propone escribir sobre una banda, les dije El Mató. Los contacté y tuve como tres encuentros con ellos. Y ahora el Chango es como un familiar mío. Empezaron a venir a mi casa, sobretodo Santiago, a comer, a quedarse a dormir y nos hicimos íntimos amigos. Cuando escribí Rita viaja al cosmos con Mariano, que es un cuento infantil, le pedí al Chango que lo ilustre y me encantó. Desde entonces, siempre quiero que las tapas de mis libros las ilustre él. Ahora va a hacer la tapa de Un buda, para mis últimos “poemas en prozac”. La verdad es que nos vemos todo el tiempo.
¿Cómo asimilas su carrera, desde el EP que fueron a presentar a la radio hasta compartir escenario con Pixies en el Primavera Sound de Barcelona, entre otros?
La banda nunca se detuvo y el último disco es hasta ahora la obra maestra de ellos. Advierto un gran crecimiento, en la hora de grabar, en el sonido, en todo. La lírica del Chango y su voz en muy particular, se diferencia del resto. La banda es muy buena, me gusta mucho.
¿Qué otras bandas te interesan de la actualidad?
Me gusta 107 Faunos, Mi amigo invencible, las cosas que hace Shaman. Algunos discos de Valentín y los volcanes me encantan. Rosal también. Lucas Martí me parece un genio, es un músico con una obra muy sólida. Pez es una super banda y Minimal es otro genio. Babasónicos también me gusta, ya es más mainstream.
¿Lo que hace Babasónicos ahora te gusta?
Yo a Babasónicos los conocí de viejo. Tenía muchos prejuicios con ellos porque pensaba que eran una banda para minitas y en verdad es una banda descomunal en todo sentido, con un montón de recursos y con discos diferentes uno de otro.
Por último, ¿cómo van los talleres?
Los talleres son espectaculares. Yo no tengo formación docente, no tengo idea de cómo dar un taller, la coordinación de cómo hacer un taller me lo dio el día a día, es como un género literario nuevo que me proporciona mucho placer y alegría. Muchas veces he ido mal por vicisitudes de mi vida y salgo re arriba. Igual que cuando hago karate.
Confitería El Torreón, 27.08.2018