Malén Denis supo tenerse paciencia. No todo el mundo la tiene, y menos aún en el mundo que estamos viviendo. Quizás por esto que vale la pena leerla. Malén, que por definición es escritora y artista, aunque se dedique también a muchas otras cosas, nació cuando el neoliberalismo irrumpió en el país. Crecer en los noventa fue para ella anhelar una vida en Nueva York mientras veía La vida moderna de Rocko cuando salía del colegio. Fue también hablar de amores en taxis porteños y sobrevivir a las crisis de la Argentina viendo cómo su clase media se desvanecía. Fue adolecer y tomar alcohol hasta olvidarse de todo lo que había hecho, entender lo que generaba su color de piel para ella y para el resto, fue imaginar otras vidas posibles. Y fue empezar a encontrar en la escritura un modo de hacer catarsis.
De eso ya pasaron doce años, tiempo en el que acumuló no sólo experiencias, sino textos que las describían. Esa acumulación finalmente cobró cuerpo en Isla de metal, publicado en agosto del 2022 por Concreto y elegido como uno de los libros del año por Indie Hoy. Como un buen brebaje añejado, esta recopilación de toda su obra poética retrata cómo fue creciendo, amando, cuánto le valió haberse peleado con el mundo, con sus parejas, con ella misma. Retrata también cómo entendió su identidad marrón, el feminismo y el academicismo, casi sin nombrarlos: “A mí no me hace falta citar a Spinoza dentro de un poema para que esté en la matriz de mi pensamiento”, afirma en conversación con Indie Hoy.
En tu poema “Big” hablás que de niña anhelabas vivir en Nueva York. Al final creciste e hiciste realidad tu sueño, ¿cómo es la vida en La gran manzana?
Mi rutina acá es difícil. Yo creo que la vida en ciudades es difícil, la vida en la contemporaneidad es difícil, no soy especial en eso. Aparte, todas las personas acabamos de vivir el momento más extraño de la historia desde que estamos vivos probablemente, que fue la pandemia, que arrasó con todo lo que conocíamos y con nuestra sensación de estabilidad, de control y de planificación del futuro. Debemos estar todos en nuestras bases de realidad preguntándonos qué es trabajo, qué es dinero, qué es tiempo. Y es que tuvimos una pausa rara, no solicitada y yo lo viví particularmente en una de las ciudades a las que le pegó el COVID más fuerte al principio, con una cantidad de muertes arrasadora, una ciudad que se vació por completo. No en todos lados fue así, pero el éxodo neoyorquino fue muy fuerte, muy visual. Siempre Nueva York es una especie de película, yo creo que vine acá en una especie de fantasía cinematográfica de lo que me iba a suceder, y en vez de ser como una película indie o una serie de HBO terminó siendo una película protagonizada por Will Smith. Era el fin del mundo de repente, la ciudad estaba completamente vacía y nos íbamos a morir todos. Hoy por hoy, la vida empezó a volver a la normalidad y todavía estoy un poco trastocada. No soy una persona que se haya ido de Argentina odiándola y no soy una persona cipaya que ame particularmente a los Estados Unidos tampoco, siempre tengo una posición muy crítica de este lugar. Así que mi vida acá es así, con tensión. Pero habito siempre con tensión. Acá y allá.
¿Y cómo vivís a Buenos Aires a la distancia?
Con mucha nostalgia en general. Inmediatamente después de haberme ido dije: “¿Qué hice?”. Es como cuando te cortás el flequillo y decís: “Uy, flasheé, ¿por qué volví a hacer esto?”. Lo veo con mucha nostalgia, extraño mucho y sobre todo extraño mucho el ambiente cultural. Yo acá no me logré insertar en un ambiente cultural, trabajo de otras cosas. Siempre tuve trabajos que no están relacionados con la escritura y desde que llegué no fue diferente. Acá yo soy productora y estilista, trabajo mucho en moda. Y me falta el otro lado: los shows en vivo, las lecturas de poesía, también algo en la sensación de comunidad. La vida en Nueva York es muy atómica y fragmentada, estamos todos siempre al palo, siempre muy apurados. Es una ciudad verdaderamente muy cara, donde los sueldos son más altos que en otros lados pero porque el costo de vida es realmente espeluznante, y encima hay inflación en este momento. Es algo de lo que nadie habla en general, acá también hay inflación, muchísima. Se siente en la vida diaria. Pero bueno, Buenos Aires sigue siendo mi lugar en el mundo, yo nací y me crié ahí, la mayoría de mis amigos viven allá, salvo algunos que viven acá. Pero lo que pasa es que yo no lo vivo como que me fui. Lo vivo más como una especie de viaje largo, como si me hubiesen dado una Beca Malén Denis para pensar desde la distancia, es un poco en el concepto donde estoy. No siento que me exilié y que voy a vivir acá para siempre, siento que me tuve que ir lejos para poder ver mejor las cosas. Fue un recurso y no solo para mi vida personal, sino para mi búsqueda artística y la búsqueda de mi voz. Fue un “me alejo, me relaciono con otras cosas que me cuestan” y de repente en esa distancia sigo encontrando momentos para volver a crear, para volver a darle una vuelta de tuerca a mi obra.
¿Cómo sentís que te integrás a la literatura?
Yo siento que tiene muchas capas. Por un lado, yo no me siento fuera de la búsqueda de conocimiento, la búsqueda es primordial. Yo nunca deseé ser escritora. Quizás, partiendo de esa base, aclara un poco por qué mi camino es tan poroso y va entrando por distintos lugares. Yo nunca veía a los escritores y decía “quiero tener esa vida”. Me encantaba leer y todo, pero nunca romanticé la vida del escritor, la escritora, aunque haya un montón de artistas que admiro. Soy una persona literaria, pero no tenía esa pulsión, no tenía idealizado el ser escritora. Quizás porque yo vengo de una familia donde hay mucha relación con los medios de comunicación: mi tío abuelo fue el productor de Tato Bores, mi mamá era productora de radio antes de ser psicóloga, mi papá trabajaba en televisión y en eventos deportivos. Yo creo que la primera salida laboral que se me ocurrió saliendo del colegio fue decir “ya fue, voy a estudiar producción de televisión, porque voy a tener trabajo”. Yo necesitaba tener trabajo y tener cómo pagar una vida. Vengo de una familia donde siempre hubo mucha escasez y mucha oscilación entre tener y no tener dinero, el dinero en Argentina siempre es un tema que cuesta mucho mencionar, pero a mí me faltó. A mí me faltó la guita en momentos fundamentales para salir o entrar en mundos.
Claro, les faltó la plata en situaciones constitutivas…
Sí. En el 2001, como le pasó a muchísima gente, mis papás se quedaron sin trabajo y ni siquiera teníamos ahorros en el banco. No teníamos un mango, y vi cómo nos cortaban la luz y a todos mis vecinos cuando tuvieron que ir a clubes de trueque. Entonces me crié con la sensación de que me faltaba el dinero para subsistir, yo creo que por eso no se me ocurrió en principio que podía ser artista, que podía estudiar letras, o que podía estudiar cine o filosofía, por más que hayan sido uno de mis intereses más naturales. Y la tensión con tener un trabajo en el mundo donde no es literario, o no es elevado, o que no es académico, aparece mucho después en mi vida. Creo que al principio, y quizás por la frescura de la juventud, no tenía una idea muy certera de lo que estaba haciendo. Era muy impulsiva, no me lo planteaba, era productora, había sacado un libro, era skater, hacía collages y trabajaba en Niceto. Tenía muchas vidas y no era un problema. Siento que la mirada ajena siempre empieza a preguntarte qué sos o qué género escribís en esos momentos. Empiezan a aparecer ese tipo de preguntas que después las hice propias. Y la tensión más fuerte que tuve con eso es que durante mucho tiempo me sentí una idiota.
¿Y con qué tuvo que ver que te pasara eso?
En ese momento veía que mucha gente, sobre todo los varones de mi generación, eran todos de letras y todo el tiempo estaban tirando referencias, y yo empecé a sentirme medio tonta, no sabía si tenía esas referencias. Después me di cuenta que yo tenía otras y que es algo que yo elijo activamente: no ser académica. A mí me encanta el conocimiento, pero no me gusta cuando las cosas se vuelven un formato a seguir. Y hay un formato muy clásico de la academia, de cómo hay que hacer las cosas para que te vaya bien, y son pasos muy claros que no tienen mucho que ver con el tipo de exploración que a mí me gusta hacer en la realidad. A mí no me hace falta citar a Spinoza dentro de un poema para que esté en la matriz de mi pensamiento. Yo con la filosofía tengo un acercamiento muy práctico, para mí la filosofía es algo que se usa en la vida diaria, porque nunca me interesó simplemente para andar analizando textos. Igual, hasta que lo entendí tardé muchos años.
Pensando en tu poemario, ¿cómo te sentiste leyendo algo que escribiste hace tantos años? ¿Cómo fue la recuperación de los textos?
Nombraste una palabra clave cuando dijiste “recuperación”. Para mí hubo algo medio arqueológico en todo esto. Un ejercicio de ir a buscar material que yo no tenía tan presente. Porque hay material que yo tengo presente, por los libros, porque ya los publiqué, de esos tengo una conciencia muy grande de lo que hice y tengo una devolución de ese lado visto mío, del ya publicado. Pero después tengo todo una parte de material que era material no publicado, de ensayo, de descarte, que fue muy interesante volverlo a ver. Y lo que más me sorprendió teniendo otro tipo de experiencia, otro tipo de acercamiento a la poesía en general, es que en ningún momento me centré en la experiencia y en pensar en qué había inspirado cada poema, si no que lo que más saltó a la luz en mí y lo que más me sorprendió fue encontrarme con una gran búsqueda del orden del lenguaje, como una construcción del tiempo que incluso en los momentos que fueron más germinales de mi poesía ya tenía una conciencia muy intuitiva de qué era un poema.
¿En cuál de tus poemas encontraste esto de manera más visible?
Cuando volví a leer Con una remera de Sonic Youth, me di cuenta que tenía una idea muy clara. Estaba siguiendo algo que en ese momento no sabía bien qué era, pero fue lo que se volvió mi carrera y el gran misterio de mi vida. Me preguntaba qué era eso que estaba tratando de decir. Y el libro dice al final: “Y ahora que podés decir todo lo que querés decir, Malén, no decís nada”. Y ese me parece un recurso que me da impresión, pensar que a los veinte años yo en un poema me hable a mí misma, que el yo lírico decida nombrarse. Es una marca de algo que desde ahí va ser una búsqueda continua mía, la segunda persona que es una primera persona, que te hablo a vos, pero que me hablo a mí, en espejo. Lo que más vi al releer los textos fueron elementos que aparecen con mucha frescura que después se vuelven las marcas de mi escritura, y eso me impresionó muchísimo.
Hay conceptos que están desde tus primeros textos presentes, como la identidad, el cambio de piel, las serpientes, la noche, la ciudad. ¿Cómo fueron evolucionando en tu escritura?
Es cierto que son elementos que aparecen muchísimo desde el principio, son ideas que estuvieron siempre. Me acuerdo que cuando escribí Buscar drogas en Wikipedia, en ese mismo poema escribí “buscar boa constructor en wikipedia”. No es un poema que nadie recuerde en particular, pero a mí me gustaba y le dije a mi editor de ese momento: “Quiero que la tapa sea una serpiente, me es muy importante”. Y él me dijo: “No, bajo ningún concepto, tengo dos cosas prohibidas en mi editorial: poner serpientes y poner armas”. Y fue mi primer momento de decir: “Si no sale con una serpiente en la tapa, no lo publico”. Y me sorprendió a mí misma esa convicción, me acuerdo. Y cuando volví a releer todo, me di cuenta eso que nombraste vos: la piel de lentejuelas, las escamas, esta cosa de cambiar la piel, el color de la piel.
Claro, aparte lo asociás con eso: no solo es tu piel, es el color que tiene.
Sí. Yo noto al principio de la escritura de mis textos, cuando todavía no estaba con el activismo marrón, todavía no estaba identificada con mi origen indígena, cómo mis primeros poemas tenían mucho que ver con eso sin nombrarlo. Yo sabía muy bien qué significaba mi piel, sabía que eso, en un ambiente muy blanco como en el que estaba inserta, significaba algo que no podía decodificar del todo, algo me hacía ruido. Y visto con el diario del lunes, pienso qué loco cómo funciona la intuición. Esta cosa de la serpiente no es solo cambio de piel, porque también cambio de casa, cambio de país, cambio de trabajo, experimento con todo. Viene también del dolor de querer arrancarme la piel, querer no ser quien soy, eso marcó mucho mi poesía porque durante mucho tiempo, especialmente antes de esta última ola del feminismo, ser quien soy me era muy difícil. Mi relación con los hombres era compleja, mi relación con mis amigas mujeres era compleja, no había gente parecida en los lugares donde yo me movía, era estar todo el tiempo estar luchando y querer borrarme. Y eso visto desde el presente es muy fuerte, por eso digo: algo en esa idea de “si no me ponés la serpiente en la tapa no publico el libro” es como tener la intuición de que era un símbolo mucho más importante.
Sé que hace un par de años estás sobria, ¿cuándo te diste cuenta que no querías que el alcohol siga siendo parte de tu vida?
Te diría que desde siempre. Yo sé que tengo un problema con el alcohol desde la primera vez que tomé. Siento que es algo que se sabe, son esas cosas que están ahí, pero que no las querés ver del todo. Yo digo que para mí es el equivalente a salir del closet. Yo lo sabía y lo quise ocultar, esconder, y lo quise no sentir, no quería que eso sea yo. Siempre quise controlarlo, tomar menos o aprender a tomar como otra gente, no tener blackouts. Fue un camino re largo, porque la primera vez que me puse en pedo tenía 13. Y la primera vez que dejé de tomar alcohol tenía 18. Fue después de un blackout que tuve en la calle, pero después lo naturalicé otra vez y se volvió parte de mi vida, resultó ser muy difícil. Yo tuve una vida muy nocturna en Buenos Aires y esto era parte de quién era. Y cuando dejé finalmente fue una decisión consciente, pero no sabía que físicamente iba a ser tan difícil: tuve delirium tremens, tuve distintos episodios de abstinencia fuertes, tuve alucinaciones, y fue una sorpresa muy fuerte. Uno nunca piensa cuando toma tanto alcohol, sabés que estás mal, sabés que hay algo, pero pensás que todos toman como vos. No tiene que ver con las cantidades, eso es lo que más me sorprendió entender, tiene que ver con un modo de tomar y un porqué, como una causa que querés borrar todo el tiempo, difuminar, ocultar, disolver. Esas son las capacidades que yo le encontré al alcohol. En un punto me quería borrar a mí misma. Me molestaba tanto que me quería borrar. No quería escucharme hablar porque me daba vergüenza. Y ahí, cuando dejé finalmente, me costó bastante, pero dejé de una. Me puse en pedo esa última noche, me desperté y dije “no tomo más”. En seco. Pero me tuvo que ayudar otra gente, en mi casa nunca hay alcohol. No tengo deseo de tomar para nada, pero hay una parte de mí que es un vampiro. Sé que es difícil, pero se puede. Y lo mejor es no hacerlo sola. Yo durante tres años estuve sola sin ningún tipo de apoyo ni nada y es difícil porque te encontrás con cosas de vos que no tenías idea.
¿Vas a escribir algo con eso?
Sí, estoy escribiendo un libro sobre esto. Está inspirado en Blackout de María Moreno. En realidad recorro desde mi mudanza a los Estados Unidos, cuento un poco qué es lo que pasó y cómo hace casi cuatro años dejé de tomar alcohol. Y de ahí va a hacia atrás, buscando los orígenes en mi familia. Mi abuelo era alcohólico y hay mucho alcoholismo en mi familia. Los temas de salud mental, la pobreza, la belleza, la búsqueda de eso. Ese libro calculo que lo voy a terminar a fin de este año. Y no mucho más, siempre está en el horizonte hacer algo en el registro audiovisual. Estoy buscando hacer algo más performático, pero por ahora estoy más concentrada en mi recuperación y en de a poco volver a Buenos Aires, o por lo menos vivir en las dos ciudades un poco más activamente. No quiero seguir pasando tanto tiempo acá porque Estados Unidos encarna mucho de lo que no puedo tolerar.
Debe ser difícil llevar una vida adelante así…
Y… yo necesito transitar lo que detesto. No puedo evitarlo. No vine acá enamorada de este país, por momentos pienso que tengo que hacer un montón de concesiones, hay momentos que tengo que creer en el sueño americano porque sino ni me puedo levantar a la mañana para hacer esta actuación de que todo tiene sentido. Y al fin y al cabo, uno de mis temas más importantes son los estilos de vida, el fingimiento diario. Hay una cosa que es fascinante y es que todos sabemos que el mundo es un absurdo y que todo podría ser de otra manera. El tema es que tenemos que sostener más o menos la realidad porque volvemos al principio de está conversación: cuando se cae todo nos caemos nosotros también.
Isla de metal de Malén Denis está disponible en librerías.