Cuadernos de lectura
Entrega 1
Aterriza un vuelo, viajo en ese avión. Agarro fuerte la mano de quien está a mi lado porque tengo escalofríos, la nuca húmeda y la resaca de imágenes se traducen a un estado cero, a un corte de la imaginación. Él me dice cosas al oído para darme calma. Es cierto que producto del trabajo materno viajé cantidad de veces en la infancia, es cierto que no pude domesticar la sensación. El avión comienza a decolar, encara a la pista y yo, con este nuevo ritual de palabras al oído que me permite aletargar pulsaciones. El avión no logra su cometido, recula y vira. Tarda unos segundos en recuperar posición horizontal, no sé cuantos. Yo escucho ruidos, mi compañero no.
Al fin se pronuncia una voz altoparlante.
– El piloto ha decidido abortar la maniobra.
Después, un silencio artificial.
A nuestro alrededor los pasajeros mantienen atada la cordura al cinturón de seguridad. No se animan a llorar o preguntar. Se especula para no afirmar la tragedia. El fin es obsceno.
A la deriva y sin tierra recordé Los accidentes de Camila Fabbri. Un libro de cuentos/perlas que empecé a superponer en mi memoria como mantra. La lectura del libro volvió como experiencia física, igual al cuento en que Ze transpira de lipotimia y gira el cuerpo raso de Maribet. Capaz volvió así porque mientras leía, los cuentos me hicieron aprietes en el cuerpo para no irme, para quedar ahí, con la sensación de que soy una monedita en el vaso mendigo. Los cuerpos en Los accidentes parecen eso, un trastorno geográfico en el mapa. En Los accidentes, los bebés ponen caras raras por un don de percepción distinto al de los adultos. En los cuentos de Camila Fabbri los cuerpos son una chifladura de la mente.
En el avión no sabemos si estamos a punto de morir o qué. Por fin, tocó tierra. Los pasajeros gritaron, aplaudieron, insultaron. La compañía no dio explicaciones. Supimos que eso fue una maniobra de escape porque se lo contamos a alguien que también lo vivió.
Sobre el poema de Williams Carlos Williams que abre Los accidentes de Camila Fabbri, hay una frase escrita en lápiz. No reconozco la letra, chiquita y torcida: “Por una bala, una caída o por obsesión, siempre estamos al borde”.