La editorial Eloisa cartonera, como parte de los festejos en torno a su primera década de vida, ha sacado Oreja tomada, todos los poemas 1993/2013 la poesía reunida de Manuel Alemian (1971), uno de los escritores más originales de su generación. El cuidado tomo reúne un número considerable de sus trabajos más representativos, textos que sintetizan uno de los caminos más interesantes de la poesía nacional actual. Algunos de sus procedimientos escriturarios han quebrado la continuidad de una tradición poética enmarcada en una opresión objetiva surgida durante el menemato. Esta entrevista nos presenta una muestra de su inimitable percepción de las cosas.
-Decís por ahí que tu dedicación a la escritura ha sido siempre insuficiente. No obstante hay obra. Oreja tomada es el nombre de tu obra reunida. Y también, el de tu primer libro…
-Nunca me dediqué a algo, tampoco a la literatura. Quiero decir que hice muchas actividades en mi vida, pero en ninguna hice carrera. La escritura sin embargo fue y es una de las pocas cosas en las que he sido más o menos consecuente. Hace más de 20 años que escribo y en lugar de aburrirme, me estimulan constantemente nuevas ideas relacionadas con los textos. Hay obra, en consecuencia, porque me gusta escribir y sigo haciéndolo, no porque trabaje concientemente en generar obra, en mantenerla o en aumentarla; simplemente, escribo. Oreja tomada es el título del primer poemario que me editaron y el de la obra reunida. En rigor, este último nombre no lo puse yo sino el editor, Washington Cucurto. Pero no voy a negar que me gustó la idea de, de alguna manera, remitirme simbólicamente a los orígenes de mi poesía. Especialmente porque cuando armábamos el libro ocurrió algo curioso, luminoso diría: Toba, mi segundo libro, se había perdido, nadie tenía un ejemplar. Hacía veintipico de años que no lo leía. Cuando azarosamente apareció el original, que tenía guardado Guillermo Neo, lo releí y me asombré de lo parecido que era a bambú y ombú, uno de mis últimos poemas. Esta similitud entre lo primero y lo último me hizo pensar en un movimiento circular, en que las cosas, por más que uno trabaje en una dirección, giran autónomamente en sentidos independientes a los de nuestra voluntad inicial.
-Tuviste una serie de diferentes empleos y trabajos en tu vida. ¿Qué te atrae concretamente de la poesía?
-Me gusta escribirla, corregirla, leerla y por qué no, a veces recitarla. Me dan ganas de hacer eso, me hace feliz. Me atrae como materia donde desenvolverme. Me es difícil escindir la poesía de la vida mundana, de lo cotidiano. Todavía existe el prejuicio de que un escritor, un poeta, tiene que dar un fisique du rol determinado, muy acotado (bohemio, desgarbado, distraído, etc.). Estoy en las antípodas de esa idea, de esa idea previa de cómo debe ser un poeta, de cualquier idea previa. Un médico, un ingeniero, un cartonero, un profesor, un crítico, un vago… cualquiera puede ser escritor. Guardé muchísima información de cada empleo, trabajo, ocupación y experiencias en general que tuve a lo largo de mi vida, que por otra parte no es tan larga. Esa memoria no siempre es útil a la hora de escribir, por lo reciente a veces, por lo escurridiza, por lo difusa o tempranamente procesada otras veces, pero siempre tiene que ver con lo que uno piensa, con lo que a uno lo mueve. Yo soy lo que hago al mismo tiempo que soy lo que escribo. Y a medida que pasa el tiempo, soy lo que hago, lo que escribo, lo que hice y lo que escribí también.
-Varios de tus libros fueron editados por Danield Durand a través del mítico sello Ediciones del Diego. ¿De qué modo pensás que su amistad haya influido (o no) en tu escritura?
-Por del Diego publiqué dos libros: Oreja tomada, que fue el primer título de Ediciones del Diego, en el año 1993, y El ducaner ultante, en el 98. Pero literariamente no me considero influenciado por Durand, como tampoco me considero influenciado por otra voz poética de mi generación ni de generaciones anteriores.
–El ducaner ultante es un texto particularmente experimental. El más críptico de cuantos escribiste. Hay dibujos, y la prosa oscila un pulso entre la poesía y una narración muy reflexiva. ¿Cuál fue su historia?
–El ducaner ultante fue un proyecto de vida, mi primera “obra”. Resultado del azar con el que leía cualquier cosa que llegara a mis manos. Me costó mucho “armarlo”, porque lo escribí por partes y lo armé a posteriori. Además, al principio era mucho más largo e incluía extensísimos tramos incoherentes, que hice muy bien en podar. Es la poesía que durante mucho tiempo más me gustó leer -e intentar escribir-, la llamada poesía experimental. No es que ya no me guste sino que ahora me reconcilié bastante con la otra, ¿cómo llamarla, tradicional? El ducaner ultante es también una experiencia vital en el sentido de que me puso frente a un mundo que luego conocería bastante: la fuerza de la sinrazón.
-Tengo entendido que los poetas no te gustan tanto como los narradores. Algo que se aprecia en el flujo narrativo de tus poemas.
-La literatura que más me gusta, todavía hoy, es en prosa. Me shockeó, cuando la conocí, la novela del siglo XIX, el realismo francés, los ingleses, los rusos, algunos argentinos y norteamericanos. Cada novela de ese período fue para mí el mejor aprendizaje de las acciones humanas. De las acciones y reacciones de nosotros ante los avatares de la vida. Hay casos como Ana Karenina, La Cartuja de Parma, El Primo Pons o La ilustre Casa de Ramírez que me mostraron todas las emociones humanas posibles. Al dejarse llevar por esas novelas, la mente descubre sentimientos y sensaciones que podría tardar años en descubrir en la vida propia. Recuerdo como si fuera hoy la enorme impresión que me embargaba al leer esos libros, la emoción que sentía página a página, cómo tomaba partido por tal o cuál personaje… Quizá lo narrativo se mezcle en la poesía que escribo por esas lecturas. Pero la pregunta que siempre me hago es cuál es la influencia poética en mi poesía. Sé que tiene mucho de sonido, de ritmo, de cuchitríngulis ontológico, pero no sé de dónde viene. Quizás la respuesta hay que rastrearla en lo desordenado de las lecturas de poesía que hice a lo largo de mi vida. O quizás no sea menester tratar de rastrear una respuesta.
-Tu estética parece reflejarse mejor en la variedad. ¿Cuán cierto es el hecho de que sos muy “inconstante” a la hora de escribir?
-“De todo un poco y de nada mucho”. Asumo que pueda parecer un lugar común, pero esa frase, que acuñé para mi solaz, es transparente respecto de mi ideología de vida. Prefiero lo general a lo específico. Con el correr de los años, y sopesando los perjuicios de una vida demasiado desordenada, intento últimamente revertir esa inconstancia en pos de un bienestar, pero un bienestar más relacionado con la vida cotidiana que con la literaria. Trato de volver más constantes mis hábitos de vida sin renunciar un ápice a mi libertad total a la hora de escribir. Escribí, escribo y escribiré lo que se me canta, si no, nada.
–Zapping pareciera ajustarse (aunque sólo en apariencia) a una escritura automática. Huidiza, que se esparce en múltiples direcciones voluminosas…
-Los poemas en prosa de Zapping tienen, efectivamente, una relación directa con el volumen, con la materia. En principio fueron los apuntes que tomaba mientras craneaba algunas esculturas que luego realizaría bajo el título Tensas y sus Movimientos (T&susM). Las esculturas, alrededor de 30 artefactos de metal, pretendían representar la tensión en el no-movimiento, en obras macizas, soldadas, fijas. La tensión en un cuerpo quieto. Palabras como estructura, puja, tensión, volumen, dimensión, son comunes en esos textos. Con el correr de los días, y el avance concreto de la realización de los experimentos, la idea de tomar apuntes fue mutando en pequeños textos de intensidad autónoma, independientes de la materia pero interactivos con ella a partir de la nervadura central del concepto de tensión y movimiento, o no-movimiento, como se prefiera. Si la quisiera clasificar, la ubicaría dentro de la escritura industrial, si es que esta existe.
–Espantajo de cañamal es un cuaderno de ejercicios donde estudiás minuciosamente la funcionalidad de los vocablos. Al dislocar ciertas palabras la tensión significativa crece y las oraciones, como por arte de magia, abren otro sentido.
-Exactamente, el Espantajo es un cuaderno de ejercicios, pero donde la funcionalidad de los vocablos, la dislocación de las palabras en cuanto a su tensión, abren otro sentido para justamente estudiar la mente. Es, sería, una contra-retórica basada en la más pura retórica. Voces lúdicas, modos tal vez rayanos con la incongruencia, se combinan de manera tal que promueven otra forma de pensar realidades que yo en su momento no vislumbraba claramente. Era una época complicada de discernir desde el punto de vista social -siempre me interesó ese punto de vista, claramente-, y también fue una época difícil que me tocó atravesar en lo personal.
-Ahora que mencionás un plano más íntimo. ¿Manuel, qué importancia tiene la imaginación al escribir tus textos?
-La imaginación tiene importancia todo el tiempo, no solamente al escribir textos. Vivo soñando, sueño despierto cosas que no ocurren. Me suele ocurrir -como debe de pasarle a mucha gente-, que vivo “en otro mundo”, en una realidad paralela, aunque eso no sea necesariamente una imaginación del tipo ciencia ficción. Mi imaginación a veces es tan sutil, tan mínima, que apenas dista en una coma de la realidad más dura e incontrastable. También puedo imaginar a un limón masturbándose, o a un oso abrazando una uva… De cualquier manera, quiero aclarar que no necesito que “aparezca” la imaginación para escribir, sino que dejo que me sorprenda mientras escribo. O cuando corrijo, y eso me encanta, cuando corrijo y me detengo en una palabra que no me gusta y quiero cambiar y pienso y pienso y pienso y de repente escribo algo que no había pensado y resulta genial, el vocablo ideal.
-Cada uno de tus libros demuestran ser el resultado de un procedimiento diferente. A su vez, curioso, si se comparan con otros, es muy difícil hallar un estilo “propio”. ¿Pensás mucho antes de largarte a escribir un texto?
-Pienso mucho antes de escribir un libro. Lo siento, lo deseo, lo concibo, lo proyecto, lo escribo y finalmente lo corrijo. Prefiero, claro, no repetir fórmulas, evitar el estilo reiterado, de inmediato, en cuanto lo descubro. Me da de alguna manera vergüenza pensar que me estoy repitiendo. Sin embargo, si como resultado de un trabajo único el texto final es parecido a otro libro escrito antes, no reniego, me hago cargo de que quizás lo que ocurrió fue que anduve por zonas similares del sentido, de la sensibilidad y de las ideas.
-Eludís el canon, las convenciones, ¿por vocación?, ¿cómo te ubicás en relación a los escritores de tu generación?, ¿un solitario, un rara avis como Sebastián Bianchi, tal vez?
-El canon es de cartón, es una puesta en escena que no le sirve a nadie. No lo eludo, simplemente no me dejo engatusar por pertenecer a algo que no existe. El exitismo tiene más que ver con la televisión que con la poesía. Las convenciones de época, de la moda, cada vez duran menos, sería suicida si adhiriera a ellas. Respecto a mis colegas me ubico en el mismo lugar: soy alguien más que escribe, ni más ni menos. Soy solitario respecto de grupos pero no solamente en lo que respecta a la literatura. Ya desde chico me costó agruparme por afinidad alguna. Prefiero jugar de líbero, hacer lo que quiero, aunque pierda las ventajas del grupo. El grupo fortalece y envilece al mismo tiempo.
–Pato cabrío -a mi criterio es tu mejor libro- dado que en él se adecuan más efectivamente muchos de tus tanteos precedentes. ¿Pensás lo mismo?
-No sé, sinceramente, cuál es mi mejor libro. Por épocas me inclino por uno, luego por otro, a veces por ninguno y otras, más efusivo, por casi todos, por qué no reconocerlo. Pato cabrío es un libro heterogéneo, muy variado estilísticamente hablando. Hay poemas de 1992 mezclados con otros de 2009. Me parece que si hay mérito o logro en ese libro en particular debe ser adjudicado al editor de Cartonerita Solar, Bruno Revello, que fue quien dispuso el orden de los poemas.
-Luego hay un texto tuyo muy interesante, curiosamente es el más político. Suburbio. ¿Comulgás con las propuestas de Gambarotta y Rubio?
-Creo que no. No me parece lo más importante la propuesta o ideología política de un escritor sino la forma poética en que expresa esa ideología. En ese sentido, me sentiría honrado de ser considerado un escritor con un estilo poético-político similar al de Rubio, por ejemplo.
-¿Qué opinás de la poesía ready-made de Nicanor Parra, sus artefactos?
-Que está muy buena, me gusta. Tengo algunos trabajos, viñetas sueltas, que transitan una senda formal parecida.
-¿Y la narrativa de Aira?
-A pesar de haberlo publicado en la editorial Spiral Jetty, que tuve con mi hermano Ezequiel, y de que me encanta Aira, no leí mucho de él, una docena de libros a lo sumo. Me parece un escritor genial, el mejor, sin dudas.
-¿Qué estás leyendo últimamente?
-Me estoy poniendo al día con la poesía joven argentina, básicamente. El resto es desorden: una novela de Goethe, un ensayo de escrituras objeto, el último libro de mi hermano, uno de Larkin, el diario de cesación tabáquica de Vicente Verdú, qué sé yo…
-¿Proyectos?
-Cuentos breves, cómics y el relanzamiento de Ediciones Marfil Seda, los más destacados.
-Hay quienes dicen que el arte es una eterna confesión. ¿Adherís?
-El arte es una eterna confusión.