Escribir, editar, coveriar – 1. He visto a las mentes más brillantes de mi generación encarar largos poemas en prosa travestidos de novelas, de ensayos filosóficos, de ajustes de cuentas con el pasado y el futuro, con la tradición y el entorno. He visto –todo alrededor– acometer manifiestos novelados contra la literatura popular y masiva, contra el género, contra la vuelta al barrio; contra la vanguardia, contra la vuelta de tuerca, contra la sinceridad descarnada de la primera persona. He visto, en este nuevo libro de Luciano Lutereau, cómo el autor y la narradora, confundidos en la misma careta, corren en círculos tras La Voz Poética.
O “Tina”, como prefieren llamarla.
2. Como Proust, Lutereau escribe a partir de una frase que lleva toda una novela (o varias) desovillar. Esa frase es el punto corrido del tejido (de la trama) del que el narrador tira, hasta descorrer los punctums, hacia adelante y hacia atrás, arriba y abajo: “Leíamos juntas en una misma cama y nos prestábamos los libros”. En la primera línea de la primera página del libro, se plantea un escenario –la cama– en la que, se espera, transcurra la novela, pero la novela va de la cama al living, más precisamente al sofá, zona franca entre el torpor de la tarde y el cariño de las siestas clandestinas, en el que dos amigas intercambian frases y libros: ¿Una historia de amor? Quizás. ¿Por qué no? Tina es la compañera de juegos de la narradora, el otro yo con el que atraviesan la infancia hasta que descubren el Fruto del Árbol Prohibido: el amor y el arte. Y entonces fueron dos. ¿Qué es esto que tenemos entre manos? Algunos –Alan Pauls, por ejemplo– creen que esta es la pregunta que distingue a las obras que merecen atención de las que, bueno, no tanto. Y eso sin negar que estas últimas tengan valor, estén “bien escritas”, sean, incluso “muy buenas”. No importa. Porque eso ya lo vimos.
Lo que tenemos entre manos es un objeto narrativo no identificado.
3. Lutereau escribe desde un lugar que, a falta de nombre mejor, llamaré “falsa ambigüedad”. Lutereau no es ni chico, ni mina, ni puto. Pero así como en Los santos varones (2010) se calza los cortos del hermano menor, en Perezosa y tonta (2011) carga carne por popa y en Escribir en Canadá (2012) se traviste en la voz de Guadalupe Muro, una escritora “realmente existente”, acá se viste de mujer. Una muy particular, capaz, a la vez, de pecar de ingenua y pasarse de lista. Esto permite que el libro funcione en varios niveles y que lectores completamente distintos puedan creer, por muy distintas razones, que encontraron al gran amor de sus vidas.
Lutereau, por boca de su narradora, juega. Con la boca. Habla. Dice. Deja escuchar su voz, obsesionada con eso etéreo que marca el sello de distinción, que separa lo que vale la pena de lo que, con todo, mejor no, gracias. El primer capítulo, por ejemplo, juega con la filosofía. “¿En qué momento un hombre peludo se convierte en un ‘pelado’?” (§2). De respuestas a zonceras de este tipo está hecha la mitad de la Filosofía del Lenguaje, ramal Analítico. Y ya que hablamos de Filosofía Analítica, hagamos Metafísica: “Por eso nuestro rechazo por la metáfora y otros objetos inexistentes, como lo agujeros y las sombras”. ¿Desde cuándo los psicoanalistas continentales se interesan por el mundo? ¿A qué estamos jugando? Esa es la respuesta: estamos jugando. Con fuego. Con arte. Con el Pensamiento Occidental Contemporáneo. Jugamos a hacerle burlas: “Por eso el Mundo es estrictamente musical. También lo es rigurosamente. Y fundamentalmente”.
Otra pregunta, con barniz filosófico, estructura buena parte del libro. ¿Cuál es el corazón de la canción? Que, si acordamos con lo dicho en el párrafo anterior (el mundo es estrictamente musical) nos conduce transitivamente a la cuestión de fondo: “¿Cuál es el corazón del mundo?”.
4. La voz. Ya no nos interesa el Gran Arte. Tampoco el Arte Profundo. Y tampoco El Arte Expresivo. Recuperamos –digo, all together now, a coro con la narradora y el autor– la ingenuidad fundamental. Que no es la Ingenuidad Original, y que no es Ninguna Boluda. Pero sabés que para gozar hay que saber sufrir. “Las canciones son algo tonto. Las canciones son tontas y de amor”. No nos interesa otra cosa. Vida hay una sola, y vamos a ir directo al hueso. Vamos a tomar un atajo. Vamos a mirar para otro lado. Vamos a tararear una vez más ese hit.
El Amor, La Canción y La Voz. No, no es un libro de Schopenhauer. Es el Tema del Libro –que, como Dios, es Uno y Trino–. Marcadores nuevos es una mirada extática a ese Dios que es Tres y es Uno en la Trinidad de la Unidad Única. En ese sentido, tiene mucho que ver con Santa Teresa, San Juan de la Cruz, y esos poetas que volvían de comulgar y estaban en éxtasis:
“Mi única opción es quedarme detenida en el instante crónico de una única escena y, desde ahí, contarlo todo. Y no contar nada”.
5. No hay banda, no hay orquesta. “Lo que me unía a Tina era la lectura. Leíamos juntas en una misma cama y nos prestábamos los libros”. Pocas cosas calientan más al varón heterosexual que el amor lésbico. Curioso, ¿no? Después de todo, ahí uno no tiene arte ni parte. Es, también, un lugar cómodo desde el que especular y darle vueltas al asunto. La atención del otro está garantizada.
El corazón de la canción. La vida a través del espejo melómano. Miren: “el tacto produce la distancia que le permite actuar. Y por eso es un cover de la visión”. Este libro juega a eso. A versionar. A reversionar. A citar. A hacer referencia. A retomar. A jugar con. A hacer propia. A inspirarse en. A hacer como. Y, a último momento, levantar la mano y hacerte “¡Osssooooóoo!”. “… me agarró de la mano y me dijo: ‘No te lo puedo’. Me quedé estupefacta…” (§9).
6. §10:
–Ahora entiendo.
–No hay nada que entender.
Entienden, ¿no?
Sigan así.
7. “‘Anda por ahí dando vueltas’ es una expresión que se repite en Google 339000 veces en 0.26 segundos. Por eso Joyce no tuvo más remedio (‘no tuvo más remedio’ se repite 7070000 veces) que…”. No importa qué. Lo que importa es el modo. Y vos. ¡Ah, perdón! Y voz. “Tuvo la voz en la punta de la lengua y retrocedió”. Lutereau juega en grande, y se le planta al Chitarroni de Peripecias del No como la Nueva Gran Cosa Nueva. Pero Lutereau sabe algo que Chitarroni (perdón) No: todo es un gran chiste. Esto, sin embargo, no es algo malo.
“La escritura hace lo que quiere. La lectura, lo que puede”.
8. “La escritura hace lo que quiere. La lectura, lo que puede”. Répétez avec moi: “La escritura hace lo que quiere. La lectura, lo que puede”. Una más: “La escritura hace lo que quiere. La lectura, lo que puede”. ¡Bien fuerte!
“La escritura hace lo que quiere. La lectura, lo que puede”.
9. La referencia desatada. La referencia multiplicada. Marcadores nuevos es “un libro acerca de nosotras”: un libro acerca de la nueva literatura argentina (“La última canción del aire”, “Los años felices”, “El amor nos va a separar”, “el tiger”, y todos juntos: “el potlach”) que en las grietas, como voz, acecha. Como aquella novela hecha únicamente de títulos de otras obras que imaginaba el joven narrador de Nanina, como el inconcluso Libro de los pasajes de Benjamin, en la desaforada Tercera Parte hay citas, desfiguraciones y menciones explícitas a, al menos, veinte escritores argentinos de ese conjunto artificial que llaman “sub-40”, muchos de los cuales han dado a conocer sus textos gracias al autor de esta novela, que pasa los temas como un DJ en su cabina mientras el campo literario se pone extático a copiar los pasos nuevos…
Bueno, a veces exagero un poco.
10. “Con la adolescencia llegó la literatura argentina”. Y, en el §20, una revelación. El prologuista, anota, en el margen izquierdo: “Esto es un poema, ¿no? Un poema largo, como Aullido. Como una declaración de principios, pero como Aullido, ¿no? Una inspección a los territorios más altos y más bajos de la literatura, desde la propia cultura culturizada de clase media urbana posmochic”. Esto, que parece un divague, está acompañado por esta parrafada lutereaunense: “El regreso del Beatles. De los beatniks boys. Que en el backstreet toman cerveza en el kiosco que los vio nacer, en el barrio que los vio crecer, hasta que se vendan para ser editores de una casa más grande que el living de la abuela Mona y que un planeta”.
Fuerte. Como una apuesta.
11. ¿Qué es Marcadores nuevos? ¡Ah: basta de pensar! En el §21, el propio autor nos da la respuesta: “Imaginátelo: una novela escrita con fragmentos de poemas que citen una tradición específica” que contiene su propia crítica: “tu novela de fragmentos puede ser un refrito de guiños inteligentes, pero sin ninguna voz, o puede traer a la luz del Ser, a la patencia de lo patente, la cita y el enigma del Mundo”. La voz te deja sin vos. “Escribo sobre la escritura, como Penélope cuando deshacía su tejido”. Así, este comentario se retira. Y queda el Autor: “Porque todo estaba escrito y no era necesario que nadie lo escribiese. Sino escuchar la voz. Dejarla hablar. Y no querer decir nada. Say no more”.
Matías Pailos y Ariel Idez
12. post-scriptum. Nota sobre el autor: Luciano Lutereau es psicoanalista, escritor y editor. Publicó varios libros de psicoanálisis, entre ellos el ensayo Lacan y el Barroco. Hacia una estética de la mirada (reeditado este año) y tres novelas: Los santos varones, Perezosa y tonta y Escribir en Canadá. Una biografía de Guadalupe Muro. Dirige junto con Marina Gersberg la editorial Pánico el pánico.
Reseña por Matías Pailos y Ariel Idez
Marcadores Nuevos
Luciano Lutereau
Editorial Letra Viva