En los últimos años la pandemia nos dejó muchas historias cotidianas, que fueron tan cercanas como palpables. Consumimos lecturas, música, series, películas que nos hablaron de ese sentimiento de soledad, vacío, pérdida que muchos vivimos en el encierro, tanto físico como mental y que padecimos globalmente durante al menos dos años. Algunos todavía estamos tratando de desentrañar, de comprender, de asimilar ese momento, que parece haber pasado hace tiempo. En el mientras tanto, la literatura parece moverse del terreno de la autoficción (género que autores como Emmanuel Carrère o Karl Ove Knausgård supieron consagrar) al de la crisis personal, que permite una identificación colectiva de los sufrimientos que aparentan personales.
En ese plano, en la mente de Marcelo Vera aparecieron las primeras líneas que darían forma a una trilogía sobre esos sentimientos que se volvieron obsesiones. Primero salió Solo (La Pollera, 2020), que atraviesa la pérdida de una pareja para un hombre que decide vivir el duelo abandonando su trabajo y encerrándose, junto con su perro, en su casa y sus recuerdos. Nouvelle incluida en la hotlist de la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, fue secundada por El glitter de los solitarios (Santos Locos, 2021), un poemario que ahonda la soledad en otro lenguaje. Recientemente se publicó Estepicursor (La Pollera, 2022), novela que lleva como título a aquella planta rodante que atraviesa el desierto y que espera a una ráfaga de viento para echarse a andar solitaria, como la protagonista que se desprende sin rumbo de su vida y sus afectos. Al final del libro hay un QR con una banda sonora que marida muy bien el clima de lectura e incluye temas de Ry Cooder, Lotte Kestner y Joan Baez.
Estas historias podrían salir de un guion de Charlie Kaufman pero surgieron de la cabeza de un rosarino exiliado en Buenos Aires. Reconocido autor y promotor cultural, en esta entrevista con Indie Hoy nos adentramos en las obsesiones personales de Marcelo Vera, las cuales son, también, las de muchos.
¿Cómo llegaste a Solo? ¿Fue un libro que surgió en la pandemia o estaba antes en tu cabeza?
En el caso de Solo fue un libro de ese momento. Luego me di cuenta de que había un montón de cosas más, que podía ser un libro mucho más completo, mamotrético y barroco pero no me interesaba, tenía que ser lo más compacto posible. Había cosas de ese universo que tenía que ir en otro libro. Así surgió el hermano poético de Solo, casi una novela fragmentada en poemas.
Contanos un poco en qué consiste Diorama, tu proyecto multidisciplinar.
En la transición entre esos dos libros, con todo ese residuo que había quedado inicialmente, iba a formar una trilogía cerrando en Estepicursor pero después llegué a un proyecto más abarcativo que es Diorama. Contempla un corto, canciones y una obra de teatro en los que estoy trabajando. Con María [Luque, su pareja, escritora y artista plástica] también se abrió la posibilidad de curar una muestra visual y de realizar una novela gráfica. Siempre sentí fascinación por los dioramas, estas pequeñas maquetas que representan como un mapa mental de mis obsesiones que cuentan una historia muy particular. Es una tara personal de desentrañar ciertas cuestiones sobre el olvido, la pérdida, el vacío. Es catártico para mí. Soy muy inquieto, tengo todo en mente y quiero que salga todo bastante rápido, pero no tiene una fecha de cierre. Me gustan los proyectos de costo cero, con actores no profesionales, aunque también tiene que ser absolutamente intimista.
¿A quién quisieras que llegue este mensaje de tu proyecto?
No pienso en un público objetivo. Siempre me mantengo muy al margen del mercado editorial. Pero me llama mucho la atención las devoluciones que me dan los lectores, cómo fueron metiendo cosas de su subjetividad. Mis libros son muy permeables a un duelo propio. Nunca lo pensé al escribirlo.
Creo que hay algo de un duelo colectivo. Junto con estos personajes solitarios aparecen perros, patos, estepicursores. Hay sucesos, encuentros extraños que se relacionan con una historia mínima, mundana, terrenal.
Ahora pienso que nunca sabés a ciencia cierta si esos elementos están realmente o si todo pasa en la cabeza de los personajes. Tampoco importa. Es como la teoría de Friends de que todo ocurre en la cabeza de Phoebe.
Fuera de estas obsesiones, ¿qué otras cosas buscás en tu escritura?
Yo soy un artista plástico frustrado, siempre quise ser pintor. Me puse a escribir porque para ser pintor necesitaba mucha guita. Después me di cuenta de que escribir, en teoría, era barato. De hecho, en Estepicursor hay varias cosas del personaje con la fotografía, hay una búsqueda estética anterior en la poesía junto con su pareja. Pero creo que siempre busco algo en mis libros que refleje al arte como una pequeña salvación, en comunión con los animales. Sin embargo, escribo sin un plan, sin una calculadora. No tengo un mecanismo al construir las historias, a veces tengo imágenes en mi cabeza pero no hay un dispositivo, no tengo idea qué les va a pasar a los personajes cuando escribo. Y muchas veces me sorprende cómo lo resuelven.