Del despliegue de la palabra, y de la insistencia del lenguaje en inscribir un sentido (más) en el universo de los signos, emerge la memoria como discurso. Pero también como dispositivo tanto narrativo, como histórico.
Los topos (2008), podría ser clasificada, mal y pronto, como una novela postdictadura, por cuanto se pone de relieve en el centro del texto el problema a propósito de la identidad respecto de un pasado reciente.
La memoria, como el lenguaje (aun el pretendidamente estetizado), es siempre política. Por lo mismo, la forma en que se trabaja y se organiza artísticamente el discurso de la memoria en la novela de Bruzzone, no puede ser sino política. Pero no precisamente, como se apresuraría a pensar la lectura doxática, por el contenido flagrantemente partidario que contiene el libro (travestis militantes que asesinan policías, miembros de la agrupación H.I.J.O.S, recurrencias permanentes a los años de plomo, revolucionarios infiltrados, traiciones y desencantos políticos), sino antes bien por el gesto encomiable de volver a reflexionar, con un tratamiento singular y en clave narrativa, sobre la identidad y el género (literario y biológico).
La novela se inicia con la presentación de la abuela del narrador y personaje principal, Lela, de la que luego sabremos que sólo dedica su tiempo a la búsqueda abnegada de su nieto nacido en cautiverio. Si bien comienza como una novela realista, en donde se recorre el periplo que el mismo enunciador va trazando con su voz, a medida que se avanza el referente se va manoseando, se va adulterando hasta dinamitarse completamente. La realidad se va imbricando con dimensiones oníricas que ni el propio narrador puede dilucidar si son, paradójicamente, efecto de su imaginación.
Es la búsqueda de la identidad la que vehiculiza la voz del narrador. Pero es una búsqueda marginal, casi desinteresada y políticamente incorrecta. El tópico de la identidad se esfuerza por mostrarse en el relato no en un sentido único, estático, unívoco, sino susceptible de sufrir alteraciones, desviaciones y asimismo dislocaciones que se van produciendo por las acciones que realiza este doble-topo (enunciador y protagonista) en su recorrido espacial. Es un gesto provocador. Insulta y simultáneamente rechaza la asunción de una herencia pasada (el ‘deber ser’ de pre-discursos que lo exceden), pero también la posibilidad de asumir decorosamente ese rechazo. En esa búsqueda de la identidad, el cuerpo del protagonista experimenta alteraciones radicales: de un tipo clásico del barrio de Moreno deviene en un travesti exuberante que visita asiduamente los bosques de Palermo durante la medianoche para, como el lenguaje, inmolar su cuerpo. El tándem identidad-género se filtra y se constituye en las porosidades de la piel. Reviste su plasticidad y acaba inscribiéndose en la topografía del cuerpo.
En Los topos hay un trabajo fino y un ejercicio atento sobre la construcción literaria, a la vez que hace ingresar al interior del texto temas caros a la actualidad coyuntural. El diálogo entre estas dos zonas, la literaria y el espacio social, está evidenciado, sin embargo, por su tratamiento huidizo, casi fronterizo con el referente, pero sobre todo provocador, tanto para la moral progresista bienpensante, cuanto para la tradición literaria e historiográfica. Un motivo suficiente para atender esta lectura.
Los topos
Féliz Bruzzone
2008 – Mondadori