El protagonista de Que algo quedará (Gárgola) viaja en el tiempo, pero eso no es lo importante. El protagonista de esta novela es un mentiroso consumado, pero eso tampoco es lo que esencialmente importa. Lo que en verdad importa de este nuevo libro del platense Jorge Goyeneche, es que esa voz convencida y convincente que avanza página a página, despliega toda la originalidad capaz de sorprender con la ferocidad de su imaginación. Es la historia de un antihéroe expuesto a una situación extraordinaria cargada de preocupaciones políticas, estéticas, ideológicas e íntimamente biográficas que únicamente sirven –tal vez- para hacer más evidente el engaño estéril de la vida. Tanta libertad inútil tiene algo kafkiano. ¿Una tragedia en clave de comedia liviana? Señores del jurado, tienen ustedes la palabra.
Que algo quedará obtuvo en 2009 el primer premio en el concurso literario del Instituto Cultural de Puerto Rico y fue editada en Chile por Piedra del sol en 2011.
-Jorge, resumir el argumento de esta novela espiralada, tan rica en episodios sería prácticamente imposible. Es una novela cuya estructura parece ser acumulativa. Es decir, existen decenas de subhistorias que se van desarrollando en paralelo. ¿Cómo la fuiste trabajando?, ¿en algún momento sentiste que podría irse de tu control?
-Me propuse escribir una novela de amplio espectro. Había escrito, entre otras, dos novelas históricas (Semblantes de Bestias, Almirante de sal) con mucho trabajo de reconstrucción del lenguaje, que me llevaron varios años, y también una en la que el protagonista es bilingüe y se mezclan constantemente palabras y frases en inglés, más una catarata de palabras inventadas o desfiguradas en las que parodio la jerga de los comentaristas y relatores futbolísticos (Serial Writer). De modo que tras esas experiencias personales (porque la creación y concreción siempre se me hacen viscerales y me acompañan para bien y para la pesadilla durante meses y más meses), me propuse escribir una novela donde predominara la trama. Soy devoto de los crucigramas, palíndromos y toda clase de juegos de palabras, como también de etimologías y problemas que se resuelven de manera lateral. Había ido elaborando con el correr de los años, largas listas de ellos. Y las tuve a mano para el personaje de Riki. Como si fueran haikus, se me iban apareciendo en distintos momentos del relato. Me interesa especialmente el trabajo con el lenguaje y aquí me preocupé por hacerlo más llano y directo para que la narración corriera, fluyera. Aunque parezca compleja en su trama, son pocos los hilos. Tenía el plot, el esquema general; cuando uno planifica un viaje luego van surgiendo los imprevistos, que suelen ponerle emoción a la vida rutinaria. Como si fuera a cocinar algo y me faltara algún condimento que reemplazo por otro, no uso balanza para pesar la cantidad de harina, un poco a ojo, pero sé a dónde quiero llegar. Nunca se tiene el control, afortunadamente. Pero, claro, tuve que hacer un largo trabajo de ingeniería especialmente en la coherencia de los datos cronológicos: las edades de los personajes, los momentos históricos de nuestro país y de Guatemala, etc. Me parece importante darle verosimilitud al relato porque el lector se mete, suspende la incredulidad, acepta como real la ficción que le cuento y no puede haber fallas porque se rompe esa magia, salvo que sea un recurso premeditado y se establezca otra clase de pacto con el lector. Recuerdo una vieja película que vi de muy chico en el cine, transcurría en la época del Imperio Romano, pasaban las cuadrigas, se lucían columnas y escalinatas de templos, me recuerdo transportado de emoción hasta que de golpe todos los que estábamos en el cine pegamos un respingo, algunos comenzaron a reír, otros gritaban burlas y la mayoría aplaudía. Qué había ocurrido. La cámara recorre en largo paneo la formación de soldados y en primer plano aparece el brazo de uno de ellos con la marca de la vacuna antivariólica. Adiós suspensión de incredulidad. Podemos aceptar como espectadores lo fantástico pero no lo incoherente.
-Antes de ser editada por el sello argentino Gárgola, la novela contó con ediciones españolas, puertorriqueñas e inclusive chilenas… ¿Es cierto que debiste declinar $10.000 dólares por un compromiso contractual?
-Sí, es cierto. Como bien sabés, los novelistas no podemos producir diez novelas por año, ni siquiera César Aira. Y no sé por qué celo, egoísmo o demostración de poder, los grandes concursos ponen entre sus cláusulas que no se puede enviar la obra a otro concurso; una solicitud de monogamia a ultranza para que casi seguramente te engañen con otro. Qué podemos hacer, la gran Roberto Bolaño, ponerle otro título y otro seudónimo y chau. Había mandado Que algo quedará a varios lugares, tantos que ni me acordaba. Después de un tiempo me escribieron de una pequeña editorial española ofreciéndome un contrato de publicación. Parece que el director había sido jurado de uno de los concursos, donde yo no había sido seleccionado, y le había gustado mi novela. Entonces decidió publicármela. Me envió el contrato, lo acepté y firmé. Se comprometían a hacer una primera edición de 1500 ejemplares en papel y un convenio con Amazon para el formato digital. Los derechos de exclusividad serían por diez años para cualquier país e idioma, porque planeaban traducirla. Me pagarían el diez por ciento del precio de tapa por libro vendido. Todo viento en popa. Un par de meses después me contactaron del Instituto Cultural de Puerto Rico para decirme que había ganado el único premio de su concurso y pedirme que les enviara mi número de cuenta bancaria para depositarme los 10 mil dólares. Dilema. Qué hacer. Consulté y me dieron respuestas diversas, desde agarrá la plata hasta no te metas en líos legales con las Cortes de Madrid, blablablá. Finalmente predominó mi lado justo (o boludo) y decidí rechazar el dinero para no perjudicar a los españoles que ya tenían armada la maqueta y la tapa. Me sentí el Zorro salvando a los pobres maltratados. Poco después la publicidad del libro apareció por allá y se podía comprar en librerías españolas. Un mes más y figuraba como agotado. Nunca vi un ejemplar. Al poco tiempo la editorial quebró y consecuentemente tampoco recibí un peso por los derechos. Me propusieron hacer juicio pero en fin, ya está. Luego la editorial chilena Piedra de Sol lo publicó y ahora en Argentina, Gárgola. La novela ha pasado por peripecias que parecen de ficción.
-El novelista Gabriel Báñez en ocasión dijo algo muy cierto sobre tu estilo, que bien podría hacerse extensivo también a esta novela. Se refirió a tu persona como un narrador “cargado de humor y corrosiva ironía”. ¿Cómo pensás que llegaste a esa forma de percibir la realidad?
-El humor es una mirada en diagonal frente a un mundo que me parece francamente hostil. ¿Es necesario mencionar la muerte por hambre de chiquitos, la carnicería de la guerra moderna, la discriminación que aflora a cada paso y en cada taxi, la mentira desfachatada de los poderosos, la corrupción disfrazada de revolución? No, la realidad no me parece siempre maravillosa. Hay algunos momentos felices, relaciones personales, pequeños logros, gestos amables, que nos alientan. Me hago la pregunta naif, ¿por qué no podemos erradicar el hambre y toda forma de opresión si sobran los medios y estamos de paso? Me parece que es inherente al hombre moderno, o al menos a los que detentan toda clase de poder, el desprecio por los demás. Nuestra cultura occidental está infiltrada de un capitalismo que se mete en nuestras vísceras, no sólo se yergue para reinar con sus dictámenes económicos desde las grandes metrópolis, más aún se ha hecho parte íntima de las relaciones personales, por supuesto que hay excepciones, pero el mando, la voz cantante, la pantalla del prime time está regida por ese formato que desprecia al que no está a favor del endiosamiento del consumo. Pareciera que nuestras vidas están reguladas por la compra del último cachivache tecnológico, de la acumulación de televisores por metro cuadrado, y necesitamos devorarnos a nosotros mismos como ouroboros, sumergidos en la nada e impedidos de disfrutar de lo elemental. Basta con ver en qué consisten las vacaciones: locura de tránsito para devorar kilómetros de manera vertiginosa, haciendo piruetas por las autopistas para ir a apilarse en un metro cuadrado de arena y hartarse hasta el acv en los tenedores libres durante tres días, para volver como desequilibrados con el único caudal de mil fotos que no veremos. Y aquellos que disfrutamos de un mate debajo de un árbol en la plaza de la esquina, no tenemos nada para contar, para ostentar. Luego las reuniones se convierten en una demostración de quién tardó menos y quién gastó más. Frente a todas estas cosas que mencioné (algunas de mucha importancia y otras menores, cotidianas), aflora mi manera de ver la realidad, que es lateral. El humor es la cara amable de la desesperación. Un modo de preservarse. En general los artistas somos seres permeables, porosos, y todo nos golpea, quizás por eso me refugio en el humor. En las minas y en los primeros submarinos había pajaritos; cuando se morían era la hora de salir porque el aire había comenzado a enrarecerse. Creo que los artistas cumplimos la misma función en la sociedad, la percepción anticipada de lo que ya está ocurriendo y no es notado claramente por la mayoría. Kafka y su Gregorio Samsa vuelto insecto, una visión del nazismo que ya se olía en Praga. Escribí colaboraciones durante más de diez años (toda la década del ochenta) para la revista Humor y otras de la editorial de la Urraca. Fue un oasis en medio de la barbarie de la dictadura, y la posibilidad de aprender que aún en los años terribles desde el 79, cuando apareció mi primera nota, hasta el 83, se podía hablar y criticar todo pero buscándole un enroque, una ironía o cualquier otro recurso humorístico, que estableciera un guiño con el lector. La visión frontal, a manera de crónica realista, me aburre además de parecerme poco eficaz. Creo que el humor es un desvío excelente. Recuerdo un pasaje del Quijote en el que Cervantes dice que San Martín de Tours le dio la mitad de la capa al pobre porque era invierno, que si no se la hubiera dado toda. Una burla feroz, sutil, que no fue percibida por el santo oficio. Siempre sentí admiración por mis tíos y luego por la figura del tío, que es una autoridad como el padre, pero con una gran dosis de picardía. Todos mis tíos fueron muy graciosos, mi padre también lo es pero conmigo ejerció la autoridad, en cambio los tíos estuvieron para bajar las tensiones, aconsejar casi como amigos, disimular u ocultar las travesuras infantiles y adolescentes, pasarnos un billete para una salida. Pretendo que mis ficciones sean tíos. En esta novela hay un homenaje a ellos en la figura de mi tía Porota que aparece allí como inventada por el protagonista para zafar algunos días de ir a trabajar pero que fue un ser real, con una vida durísima y una simpatía constante. Lo digo de vuelta, mi tía fue como el humor, la cara amable de la desesperación.
-El protagonista de esta novela es un mentiroso consumado. Más allá de lo obvio, ¿por qué pensás que se vincule tanto la mentira con el acto de escribir ficción? ¿Realmente es así?
-La palabra mentira tiene una etimología curiosa, está vinculada con mente. Mentira es todo aquello que produce la mente. Memoria tiene la misma raíz. Así como cultura es lo que no es natura, los productos de la mente son lo que no es real, en el sentido de tangible, concreto, palpable. Cuando observo o percibo con cualquiera de los sentidos un fenómeno exterior, lo proceso en el filtro de mi cabeza que está condicionado o mejor decir marcado por múltiples cuestiones, como la experiencia personal, el contexto social, la genética, en fin. Y luego lo vuelvo con palabras, gestos, etc. Pero ya son otra cosa, han pasado por un colador. Pongamos un ejemplo extremo: alguien que peleó desde una trinchera en la primera guerra mundial, vio cómo caía a su alrededor gente despedazada, va a experimentar la visión del Guernica, va a ver la obra, de modo muy distinto del que tiene un joven adicto a los comics. Si ambos “cuentan” ese cuadro, quién está falseando lo que ve. Se podría decir que ninguno de los dos, yo opino que ambos. Ya las imágenes son una falsificación en la mirada de Picasso sobre el bombardeo al pueblo vasco. Y las nuevas observaciones que se hacen por medio de escaneo de cerebros de las personas, han demostrado que un recuerdo, una memoria verdadera y una falsa, ocupan el mismo lugar. Cuando alguien rememora y cuenta un episodio de su infancia, pongamos por caso, lo reinstala en el cerebro con los nuevos datos, como si fuera el “guardar los cambios” de un documento digitalizado. De modo tal que todo el proceso humano de relato, intencionado o no, es la creación de una mentira. Y el otro, el lector, el espectador, la acepta. Cuando uno va al cine no está pensando: che, eso no es sangre, es un líquido artificial, después de que lo atravesaron a balazos el actor se levantó y se fue a su casa en Malibú a tomar whisky. Porque si procedemos así estaremos impedidos de disfrutar cualquier manifestación artística. Y la novela es ficción. Y yo lo sé. ¿Entonces por qué lloro, me río o me enojo cuando leo? El protagonista es un mentiroso, como bien decís. La cuestión está en que como narrador logre convencer de eso al lector.
-Riki, el mejor amigo del protagonista, es un personaje fuera de serie. Alcohólico recuperado, redactor de crucigramas y amante de los palíndromos… y de miles de ideas desopilantes también, como la de estar obsesionado por la teoría de la involución humana. ¿Qué punto de comparación tiene con el protagonista?
-Riki es Hamlet, el narrador es Horacio. “Cuenta mi historia” le pide ya agonizante al final del drama shakespereano. El narrador, en mi novela, es un observador que acompaña a su amigo absolutamente descarriado, a su mujer, a sus hermanos. Está presente, pero su eje es la mentira, la creación de historias y personajes. Una especie de Sherezade varón, como la hija del visir de Las 1001 noches, que entretiene a su amo para no morir. Riki está inspirado en una persona real, uno de mis mejores amigos, que padeció más o menos lo que el personaje. Por supuesto hay algunos cambios, agregados y recortes, pero en general es bastante autobiográfico. Los demás personajes son construcciones hechas a partir de seres reales, algunos mezclados, otros amplificados, todo en función de la puesta en escena general que es una novela. Un cuento es un directo a la mandíbula, una novela en cambio es una larga serie de rounds. El impacto global es producto de un armado que combina momentos tensos, pasajes humorísticos, recreos, movimientos vertiginosos. Me gusta leer y escribir narraciones que no se agoten en media hora (como un buen cuento) sino que me tengan en vilo durante una semana, que los personajes se metan en mi día, en las horas previas a levantarse, hasta en sueños y pesadillas. No importa si son policiales, históricas, de ficción científica. Mientras produzcan, como dice Foster Wallace, una emoción o como dice Kafka del libro, que sea un hachazo en el mar helado que llevamos dentro.
-A su vez el libro está estructurado a través de un sistema de intertextualidad claramente literaria. Poe es un escritor que aparece en numerosas oportunidades. Se trata de un autor muy querido por vos, también. ¿Como traductor, qué experiencia te permitió descubrir su propuesta?
-Poe siempre me atrajo. El correr de los años, a pesar de lo que suele ocurrir habitualmente con los gustos, no alteró esa atracción. A los diecisiete años leí sus cuentos completos en inglés, con bastante esfuerzo porque tiene una gran riqueza de vocabulario y debía recurrir al diccionario constantemente. Con devoción, leí después ese ensayo espectacular que se llama Eureka, un anticipo de la Teoría de la relatividad, escrito en la primera mitad del siglo xix. Y las poesías, que tienen una música acorde con la sugerencia de las palabras, un alma lúgubre por detrás de cada verso. En distintos momentos de mi vida me crucé de nuevo con sus obras, con el mismo placer. Cuando me ofrecieron la traducción hace unos pocos años de sus poesías completas, revisé de nuevo toda su obra y durante todo un año estuve sumergido casi con exclusividad en sus cuentos y todo lo demás. Es decir que en mi mochila de lector ocupa un lugar preferencial, era previsible que aflorara en algún momento de creación. Y así fue. La intertextualidad es un recurso que suelo usar, en Semblantes de bestias les robo a Cervantes, Cortázar, Foucault; en Serial Writer a Chesterton, Las 1001 noches y otras víctimas más o menos inocentes. Aquí fui motochorro de Poe, el Popol Vuh, documentos clasificados de la CIA y otros. Amparado en la soledad cobarde de mi escritorio, me aproveché de gente que ya no puede defenderse. Puedo argumentar en mi descargo que Cervantes hizo lo mismo con el pobre Cide Hamete y Borges con la enciclopedia británica. Traducir, por otra parte, es una doble falsificación, en el sentido de una respuesta anterior, porque no sólo paso los versos por mi cabeza de lector sino que también los filtro hacia otro idioma, hechos estos que te hacen sumergirte aún más en la interpretación de cómo llega el poeta a esa línea, a ese verso. Y conociendo vida y obra, hasta donde fue posible, uno va reconociendo o creyendo reconocer las experiencias que originaron esas visiones, las confronta con las propias y las influye. La traducción, como la lectura y la creación en general, es un proceso de contaminación, se introduce un agente externo en nosotros y modifica algo del funcionamiento. Si no es así, si no deja ninguna marca, no sirve para nada.
-¿Por qué optaste por narrar la historia en primera persona?, ¿qué te sedujo de esa oralidad?
-La tercera persona es distante y en esta ocasión quería mayor cercanía con el lector. El narrador es anodino, casi un testigo inmóvil que apenas acompaña, la primera persona lo desnuda más y me permitió sugerir que era bastante autobiográfica. Para seguir con los parentescos, en lugar de un padre omnisciente, este personaje es un primo simpático, cómodo o el amigo al que uno puede recurrir porque sabe dónde encontrarlo y que lo escuchará pero que no va a salir con la espada flamígera a matar dragones.
-Uno de los aspectos más interesantes que explora la novela es el modo en que el narrador va construyendo, pacientemente, toda una serie de personajes imaginarios, que van, a su vez, interactuando entre sí, lo cual le agrega otra dimensionalidad a la historia. Es una apuesta fuerte a la imaginación, un experimento contra el naturalismo ramplón.
-Sí, el narrador va construyendo y destruyendo para volver a edificar con la palabra. Se burla de sí mismo y se queda en el plano de lo cotidiano ordinario mientras subraya y destaca el carácter extraordinario de todo lo que lo rodea, como por ejemplo el enigma familiar de su mujer o las intrigantes apariciones de su hermano narco. Descreo de las modas artísticas. Van Gogh, Da Vinci, Velázquez, Dalí son la selección; no me importa si surrealistas, barrocos, renacentistas. A veces me resulta más cercano en el tiempo Dante que algún escritor de mi generación. La imaginación es el puente Einstein-Rosen, más conocido como agujero de gusano, un atajo que me permite vencer las distancias y aparecer en cualquier época o lugar. En física todavía no se pudo comprobar su existencia, pero en el arte es innegable. Por eso en mi novela aparece Persistencia de la memoria, el famoso cuadro de Dalí de los relojes blandos. Estoy acá, en la ciudad de La Plata, siglo xxi, abro un libro y si está logrado como obra de arte, puedo aparecer inmediatamente frente a las negras naves de los griegos, en Troya. Por eso no perecen. La trilogía de Edipo tiene una actualidad indudable. O Macbeth, Quevedo, Miguel Hernández… es larga la lista de agujeros de gusano.
-Marigé es un personaje muy curioso. ¿Cómo se llega a ser hija de padres subversivos guatemaltecos y no morir en el intento?
-En un sentido vital profundo, toda mi generación es hija de padres que intentaron cambiar el mundo y murieron en el intento. El golpe que derrotó a Arbenz en Guatemala, es uno de los hitos que marcaron la historia de las numerosas dictaduras en América latina. Procesos que fueron un freezer, congelaron el devenir; mientras buena parte de occidente salía de las guerras y evolucionaba, nosotros fuimos llevados al pasado más terrible, con tiranos a los que solamente podemos agradecerles haber inspirado a García Márquez para escribir El otoño del patriarca, a Roa Bastos por Yo el supremo y a varios otros autores del boom. Culturalmente llevamos esa marca los argentinos, esos siete largos años convertidos en una década salvaje por los crímenes previos y los conatos posteriores, nos robaron un período de vida al aire libre, de crecimiento personal y social, sumidos como estuvimos en las cavernas o en el extranjero (los que tuvimos la dicha de sobrevivir). Marigé, la mujer del protagonista, es hija de esos padres y descubre a los cuarenta años que su pasado familiar es otro, distinto del que le contaron, vivió hasta allí una mentira y debe sobrevivir a esa reconstrucción.
-Cuando se narra una historia como ésta Jorge, ¿qué lugar ocupa lo verosímil?
-Está en el epígrafe, tomado de las últimas líneas del cuento Emma Zunz de Borges: “La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta… sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.” El arte es exageración, zoom, concentración. En noventa minutos de película, la historia de una vida. Hay una difícil selección de episodios, momentos, personajes. A veces uno se enamora de un pasaje de algo escrito y es disonante, no encaja con el armado general, es difícil cortar, limpiar. Pienso en Pedro Páramo, novela maravillosa a la que su autor llegó depurando un texto bastante más extenso. O en el Quijote, de nuevo, cuando el personaje muere y Cervantes después de tantos capítulos, años de escritura, enamoramiento del personaje tiene la sencillez y el gigantesco acierto de escribir “digo que se murió”. Nada más. Hay momentos en los que es necesario estirar, prolongar, suspender y otros en los que es imprescindible callar, obviar, saltar. En las malas películas cuando alguien tiene que subir las escaleras, la cámara lo sigue a lo largo de todos los escalones, pesada e innecesariamente, y luego, cuando hubiera sido necesario demorarse en un gesto, el director pasa raudo. Lo mismo ocurre en la literatura. La verosimilitud tiene también relación con esas buenas decisiones que obligan al lector a mantener su credulidad.
-¿Estás escribiendo alguna otra novela?, ¿proyectos?
-Estoy en estado de escritura, permanentemente. Cuando voy manejando y veo en un semáforo a alguien que cruza, limpia el vidrio o conduce otro coche le invento una historia. Amos Oz cuenta esto mismo en un reportaje. Dice que en las largas esperas en los aeropuertos o en la sala del dentista, escribe mentalmente los supuestos episodios de la vida de esos seres que están alrededor. No rezo ni hago yoga, invento historias. Algunas sirven y las desarrollo, la mayoría va a la papelera, pero el procedimiento es un viaje fantástico durante el que se le buscan otras caras a ese mundo plano que tenemos delante, así nos enriquecemos, le damos otra dimensión a la realidad. Ese hombre que veo pasar ahora a través de la ventana de mi estudio con una bolsa de supermercado tiene una larga historia, amores, odios, dolores y es imposible que vaya a preguntarle a cada persona, a hablar con los miles que se le cruzan a uno, entonces le adjudico yo los datos, le creo otra vida y así voy desde la nimiedad de adivinar qué lleva en la bolsa hasta imaginarme sus pensamientos. Tengo una novela en proceso de publicación. Otra ya terminada, bastante extensa y un tanto oscura, a diferencia de la luminosidad de Que algo quedará, que está esperando su turno. Estoy revisando, trabajo aburrido aunque necesario, un relato poético, y anotando algo por acá y por allá. La escritura no me quita tiempo para la vida, imbrica todos sus mecanismos y los condimenta. Le da sentido.