Yamila Bêgné es narradora y licenciada en Letras por la UBA. Protocolos naturales (Metalúcida), libro de once relatos conjeturales, articula un proyecto de escritura muy particular que involucra una prosa en constante reflexión. Contenida, aséptica, a través de un fraseo imperturbablemente objetivista –por momentos cuasi científica-, Bêgné, construye una de las experimentaciones narrativas más audaces en el ámbito rioplatense actual. Cada cuento de la presente colección, transforma la descripción en una herramienta especular con el fin de ofrecer una serie de pertinentes conjeturas sobre las posibilidades narrativas.
-Imagino que desarrollar una prosa como la que alcanzás con esta colección de relatos, habrá demandado algún tiempo de gestación. ¿Podrías referirte brevemente al método de elaboración de los mismos?, ¿demandaron tiempos distintos?, ¿los pensaste originalmente como un conjunto? Sé que algunos han sido difundidos en diversas publicaciones virtuales, como El interpretador…
-Algunos de los cuentos de Protocolos naturales, los que, efectivamente, fueron publicados en El interpretador (“La ocho con cuchillo”, “484mm3”, “Ikebana Chacarita”, por ejemplo) tienen ya muchos años: fueron escritos entre 2002 y 2006. Lo que siguió después de esa primera escritura fueron otros muchos años de corrección en los que, mientras iba ya trabajando en otros textos, volvía sobre aquellos. Otros relatos, como “Prefacio de una silueta difusa”, “La teoría del todo”, “Apuntes para una metodología de la intuición” y “Velocidad de escape”, son de escritura más reciente. Pensaba, inicialmente, que cada grupo, los más viejos y los más recientes, formaba un conjunto coherente, separado. Pero a la hora de preparar el libro me di cuenta de que, en realidad, los dos grupos formaban parte del mismo conjunto: están unidos, a grandes rasgos, por la obsesión entendida como principio formal. A todo este arco de trabajo se sumó también la relectura en conjunto que hice con Sandra Buenaventura, mi editora en Metalúcida. Trabajamos juntas para elegir los cuentos finales y para darles una última revisión. Ese ida y vuelta enriqueció muchísimo el conjunto final.
-¿Por qué Protocolos naturales?
-El protocolo como esquema, como patrón, recorre todos los cuentos: es la fuerza que quiere llevar las cosas a un orden estable, previsible, controlable. La naturaleza, lo natural, es el impulso que empuja para el otro lado, que imposibilita el orden absoluto, el control acérrimo de las cosas. A la vez, en los relatos los protocolos están tan interiorizados, a nivel de la forma y, también, en aspectos argumentales, que, espero, llegan a naturalizarse: a ser el único modus operandi que los protagonistas pueden llegan a concebir. El artificio, cuando insiste sobre sí mismo con las formas de lo artificial, llega, paradójicamente, a una suerte de naturaleza: se desarma. Algo así sería, creo.
-“Minuto encerrado”, el protagonista construye una realidad alternativa en la que se refugia. Un loop donde se encierra ad infinitum. Creo notar un gesto solipsista detrás de varias narraciones.
-Sí, creo que sí. Todos los personajes están enfrascados en búsquedas solitarias, que sólo ellos pueden llevar adelante o, incluso, llegar a entender. Ponen una pasión en juego para intentar controlar un entorno, una idea, una situación. El protocolo es en ellos una forma del pensamiento, enrevesado, que los atrapa adentro de su propio cerebro.
-En “Ikebana Chacarita”, tratás el tema de la muerte, aunque de un modo oblicuo. Tangencial, en el que relucen ciertos giros “poéticos”, aunque –paradójicamente-, tu prosa esté despojada de su afectada estructura metafórica. ¿Cuál es la historia de ese relato?
-“Ikebana Chacarita” fue la primera aproximación a una idea y a una escritura que después desarrollé un poco más, y en la que todavía estoy trabajando ahora. Es la idea de un lenguaje vegetal. Un lenguaje desarticulado, casi callado, pero a la vez muy triste, para las plantas y las flores. ¿Qué puede decir una planta sobre un muerto? ¿Y por qué las plantas y los muertos tienen algo en común? Eso me pregunto.
-En el libro vemos a varios personajes llenar de apuntes sus libretas, a través de conjeturas continuas, plagada de estadísticas sobre las presumibles dimensiones de la realidad. ¿Pensás que el libro sintetiza en cierta medida una teoría de la percepción?, ¿por qué?
-Me encantaría que así fuese. No sé si lo logra. Sí creo que sintetiza una forma de la percepción: una percepción intensiva, que quiere recortar perfectamente su objeto de estudio pero que, claro, no puede. Porque lo que, creo, se constata es más un fracaso que un éxito, sería difícil formular desde allí una teoría. Pero sí una forma, sí.
-Me gustaría –si es posible- que menciones las lecturas que te permitieron en cierto modo proyectar y dialogar con tu escritura. Autores, o libros a los que recurrís.
-Leo mucha literatura argentina contemporánea. Vuelvo siempre a Beckett, también. Y a Saer. Pero lo cierto es que para escribir prefiero leer ciencia y filosofía: hay algo en el mundo de los conceptos que me acerca más a la escritura que la literatura misma.
-La contratapa del libro cuenta con un elogioso comentario del más canónico de los escritores nacionales actuales: Ricardo Piglia, “484mm³”, publicada en la revista Ñ, de Clarín… ¿Esperabas este tipo de legitimación tan inmediata?
-No, no la esperaba. Para nada. Pero, a la vez, como los cuentos tienen tantos años, y como hace también bastante que escribo con convencimiento de querer escribir, de alguna forma la inmediatez queda matizada en la sensación. El verdadero impacto de sorpresa lo recibí el año pasado, en agosto de 2013, cuando Sandra Buenaventura me dijo que había decidido publicar el libro.
-Por cierto dicho cuento además te vio protagonizando un interesante book trailer del libro. ¿Cómo fue esa experiencia de materializar en imágenes una creación literaria tan personal?
-Para el book tráiler, la idea de Metalúcida, acertadísima, fue dejar todo en manos del guionista y director, Matías Buenaventura. Así que, en ese caso, fue más bien participar de la experiencia estética de otra persona y acompañar desde ahí su lectura y sus decisiones. Todo resultó, además, muy bien: mi cuento y el corto de Matías están conectados pero, a la vez, son independientes.
-Los personajes de tus cuentos tienen nombres curiosos: Amianto, Salmo, Ledos, Pasilus… ¿Hubo un seguimiento deliberado en esa elección?
-Sí, fueron decisiones deliberadas.
-¿Por qué?
-No me convencían otros tipos de nombres para los personajes.
-Cada cuento, “Prefacio de una silueta difusa”, “Distancia sobre tiempo”, o “Archivo fluencia 9.21”, constituyen ejemplos de una escritura especulativa donde todo está por comprobarse, por validarse. Leemos en un pasaje: “la inducción, aunque basada en la potencia de la deducción”. ¿Por qué esa inquietud en torno a la mirada atomizada de la realidad, lo minúsculo, lo imperceptible?
-Supongo que, por un lado, mirar lo minúsculo lleva de por sí a buscar formas de lenguaje que acompañen esa mirada. Por otro lado, lo pequeño, en principio, se presenta como terreno apto para el control: la tentación es la de constatar, en algo chiquito, que todo se puede controlar. Pero eso sólo parece ser así. Los cuentos, con la forma, y los personajes, con sus acciones, ejercen una fuerza sobredimensionada sobre lo pequeño, como si quisieran matar una hormiga con una bomba atómica. El resultado es que la hormiga sobrevive y la bomba se desecha por inútil.
-Tus cuentos casi no tienen diálogo…
-El diálogo no tendría mucho sentido en este libro. El solipsismo y el diálogo no se llevan bien. El protocolo, para que se convierta en una fuerza que encierra, no tiene que tener contrapunto dialógico: tiene que quedar adentro del personaje, sin salida. La única línea de diálogo que hay en el libro aparece para anular el diálogo.
-La emoción aparece resumida casi a su mínima expresión, a pesar de mostrar personajes que se aman, o intentan amarse… ¿Cómo llegaste a ese meticuloso objetivismo a la hora de narrar acontecimientos intimistas?
-El protocolo aplicado a la pasión amorosa, o a cualquier pasión, resulta en exactamente eso: la pasión se convierte en un objetivo por el que se trabaja tanto y en el que se pone tanta fuerza y tanto control que, en el caso de que se llegue a sentir algo, ese algo, esa pequeña emoción, queda reducida a nada en comparación con todo el trabajo de control previo; queda reducida a un automatismo, como articulada a fuerza de esfuerzo. La emoción, en el protocolo, es objetivo teleológico: y todos sabemos que nada bueno sale de la teleología.
-¿Te interesan las publicaciones de divulgación científica? En más de una ocasión pensé en Scientific American, en el acento meticulosamente objetivo con que se enuncian ciertos pasajes. La factibilidad de tu cadencia.
-Sí, divulgación científica y ciencia que nunca puedo llegar a entender del todo: sí. Me interesa mucho.
-¿Qué temas en común, pensás, atraviesan los textos de Protocolos naturales?
-La obsesión, el control, el método. Eso por el lado del protocolo. Por el lado de la naturaleza, lo inasible, lo que queda por fuera de todo intento humano, lo irreductible y la imposibilidad.
-¿Pensás que tu formación académica ha influido en tu mirada crítica al momento de escribir?
-En principio, no. Leer literatura y escribir literatura para mí son dos actividades separadas. Pero la academia pone el acento en la forma, y eso sí me parece clave para escribir.
-En cuanto al género narrativo: ¿qué aspectos formales del cuento te atrae más explorar?, ¿por qué?
-Me interesa el mundo cerrado, hermético, que puede construirse en un cuento. Me interesa ese hermetismo: me interesa constatarlo y, a la vez, tirar líneas que apunten a zonas de posibles aperturas.
-¿Qué estás leyendo actualmente?
-Terminé hace poco Cómo usar un cuchillo, de Fernanda García Lao. Estoy leyendo El nacimiento del tiempo, de Ilya Prigogine.
-¿Próximos proyectos escriturarios?
-Tengo dos libros ya terminados: Antes de la estampida (prosas cortas) y Asíntota (novela corta). Ahora estoy trabajando en dos proyectos: un libro de relatos relacionados con los textos de Jean-Jacques Rousseau y una novela.