Los paisajes rurales han sido resignificados en tiempos de pandemia. Entre la vuelta a las cosas simples, el escape de las amenazas urbanas y las búsquedas personales o profesionales, hoy cobra un sentido distinto al que se le daba en el ideario impulsado por la literatura criolla más tradicional. Pero, ¿de qué hablamos hoy cuando decimos campo? ¿Con qué prejuicios, miedos y sentires nos topamos cuando viajamos hacia un lugar más agreste?
Un buen intento de respuesta se puede encontrar en La muerte viene estilando, los relatos del escritor chileno Andrés Montero, publicada por La Pollera Ediciones que, con reminiscencias al regionalismo fantástico de Juan Rulfo y al pesimismo rural de Sara Gallardo, muestra sin clichés costumbristas otra forma de contar el campo en la actualidad. El autor, nacido en la ciudad de Santiago, vivió en el sur de Chile durante un año y desde entonces vuelve con su escritura para poder habitarlo, vivirlo, explicarlo. También integra la compañía La Matrioska, con la que ha presentado más de 300 funciones de narración oral para todo tipo de público rescatando y difundiendo memoria, tradición e identidad latinoamericanas.
El libro se organiza en seis relatos que se entrelazan, siendo el primero (“El velorio”) el que nos introduce y adentra repentinamente en este plano rural tan desconocido como necesario: “Sentía la imperiosa necesidad de estar en otro lugar, de tener otro pasado y otro futuro, de ser otro, alguien más, algo más”. En medio de la lluvia y de la nada, un hombre busca perderse en un pueblo para experimentar ser otra persona en un ritual funerario que muestra en los discursos de sus personajes los silencios y lo no dicho. Paisaje y clima son dos elementos que confluyen en los conflictos expuestos, intercalando los momentos de tensión con el peculiar paso del tiempo que fluye en estos parajes a diferencia de los apuros y la verborragia de la ciudad.
Alternando pasado y presente, realismo y mitos, Montero deshilvana una sensibilidad propia con las cosas y las personas simples, lugares con otras rutinas, sentidos y, en particular, otras formas de vida que aunque no parezcan son muy actuales. Historias entre fundos y caletas, fugas y persecuciones, de duelos y relaciones familiares cuyas consecuencias resuenan en el tiempo, de patrones, baqueanos y peones, de esperas y reencuentros. Un mundo anacrónico, que pareciera quedarse en una moral y una estructura social que absorben lo que ingrese de ese afuera distante para encapsularlo. Pero como se sabe, se respira y siente en al aire, de lo único que no se puede escapar, es de la muerte.