La intimidad necesita de un proceso de exteriorización: verse y entender por qué se elige cada decisión; contextualizar las decisiones en un proyecto de vida. Comprenderse. Perdonarse. Aceptarse. En este devenir la escritura adquiere un rol sustancial, porque la narración de lo cotidiano cobra significatividad con el registro sistemático de lo sensible. Más aún si se trata de Rosario Bléfari y sus últimos diarios.
Editado por Mansalva como una posible continuación a Diario del dinero, los textos de Diario de la dispersión -primero publicados como notas periodísticas, luego reconfigurados a partir de su compilación- constituyen un retrato de la poética que existe en la alteración de la rutina y también un testimonio que se eterniza por la manera en que la pandemia se metió en la vida de la artista.
“Celebré la dispersión como método a partir de cierto momento de la vida en el que me di cuenta que no estaba mal, que era una manera de hacer“, escribió Bléfari como síntesis de su forma de concebir y crear artísticamente. Su osadía cargaba con cierta disciplina: ella se organizaba para dispersarse; estructuraba su desorden.
Solo en los momentos en que desplazaba los procesos creativos, sus obras conseguían el tiempo de crecer por sí mismas y obtener autonomía para contarse. Por eso dejaba, iba, traía, retomaba: para que el texto o la melodía tome forma por sí misma y que en su última versión -que nunca será la final- confluyan muchos momentos de la artista.
El proceso de escritura transgénero, que estaba en cada paso de la vida de la autora, fluía por sus distracciones y antojos pero en definitiva era un método: estar allí, transmutando el sentir en arte, para explicitar el aspecto azaroso e intuitivo que tiene componer el estribillo que tanto nos gustó o escribir la oración que devino en horizonte de vida. La autora adelantó manifiestos artísticos desde la cotidianidad doméstica, reivindicando las producciones independientes que la inspiraban pero también las vanguardias que la transformaron.
Pero existe otra dimensión en Diario de la dispersión, más vital y emotiva. “Me levanto porque apenas me despierto veo una nueva oportunidad”, nos revela Bléfari: los diarios iniciaron en diciembre del 2019 y terminaron ya extendido el contexto pandémico, hasta el último mes de vida de la artista. En esos días, y pese a su entusiasmo movilizado por su insaciable curiosidad, la artista explicitó que la expresividad tiene límites y que estos a veces son muy concretos. Aún así, no pudo con su genio: “hay algo en lo limitado que resulta”, escribió.
En esos días, la conexión familiar la motorizaba en la cotidianidad y repercutía en su producción, porque todo estaba atravesado por una película o una melodía. Su relación de madre e hija con su propio padre; el recuerdo de la comida de su mamá; la felicidad ante cada contacto con su única hija; las tardes de jardín con sus primos; la investigación de los orígenes de su árbol genealógico para determinar la comunidad de una abuela, que la llevó al redescubrimiento de libros y charlas con tíos. El 2020 de la artista estuvo acaparado por lo humano. Por eso sus diarios representan una puerta hacia una verdad sincera, despojada de la pretensión de eternidad.
“Escucho bossa nova y me abismo. La hora de la siesta en la que escuchábamos esos discos, los novios adolescentes, la bandeja girando, la luz suave entrando por las cortinas naranjas, nuestro momento de paz”. Los recuerdos aparecen como flashes en el cierre del diario, en donde la producción artística fue apartada por el sostén vincular. Una comida en compañía, el tiempo de jardinería, un mensaje que sí llegó: se concentró en lo importante. Sin embargo, el final conmociona. “¡Vamos por un día más!”, escribió en la última entrada. Vamos, entonces, a abrirle la puerta de nuestras vidas a todo su legado artístico, donde la luminosidad de su dispersión continuarán representando una guía para alinear las voluntades de transformación.
Diario de la dispersión está disponible en librerías.