Durante los años 80, la mítica revista contracultural norteamericana ReSearch reunió una serie de entrevistas al escritor británico J. G. Ballard, cuyas obras irrumpieron en la ciencia ficción, replanteando su incidencia en la sociedad contemporánea y sugirió que no hay otro mundo más extraño que el nuestro. En esas entrevistas, Ballard confesó su fascinación por los accidentes automovilísticos (narrados principalmente en Crash, cuya adaptación cinematográfica fue realizada en 1996 por David Cronenberg) como una simple observación de la vida real viendo el comportamiento de las personas en el mismo lugar del siniestro, como un tema en el que se evidencian muchos aspectos de nuestra actitud hacia la tecnología, que expone ciertas líneas de fractura y nos obliga a revalorizar nuestra relación con el mundo de las máquinas.
Hace unos años, la editorial Caja Negra recopiló esa y otras conversaciones en el libro Para una autopsia de la vida cotidiana. Hoy, en un mundo que tiene más de ciencia que de ficción, el sello que lleva más de 15 años publicando mayormente ensayos apuesta por una nueva colección narrativa experimental, Efectos Colaterales, que es en realidad una extensión de su propuesta teórica y estética por buscar los nuevos discursos del presente que nos permitan imaginar desde la ficción los desafíos del futuro inmediato. Su primer título, Miles de ojos, del escritor boliviano Maximiliano Barrientos va en esa línea ballardiana potenciada por los relatos oscuros de sectas y las fronteras con la muerte de los universos de Mariana Enriquez, una de sus descubridoras.
La novela abre con una escena digna de la icónica película Mad Max, en la que un padre y su hijo escapan de una persecución y entierran, con sangre de ambos, unos pistones del motor de un setentoso Plymouth Road Runner en el desierto para impedir que el mal eche a andar. El aceleracionismo deleuziano se introduce en el relato como una secta que rinde culto a los autos deportivos, erige altares de autopartes y adora al dios de la velocidad. Como ritual que conecta con el mundo natural, la búsqueda de un árbol que indica el portal donde un choque cual sacrificio invocará la llegada de un pez con ojos al mundo para modificarlo violentamente. Entre esos pliegues de la modernidad, aparece también la subcultura de las tribus metaleras asistiendo a un recital histórico, sueños, visiones, profecías, supersticiones.
Otra de las influencias de Barrientos son los videojuegos del diseñador Hidetaka Miyazaki, cuyas experiencias sensoriales con un enfoque profundamente narrativo, lúgubre, requieren una inmersión activa del jugador, el cual debe completar el universo de historias sobre la muerte, la soledad, el tiempo o el dolor en su recorrido virtual. En un mundo postapocalíptico, el relato intenta subvertir el orden simbólico de lo establecido a través de mutaciones de humanos y automóviles, tribus en pugna, órganos y bujías entrelazadas. ¿Será ese mundo el inicio de un nuevo sueño o el devenir inminente del control de la técnica que cae repentinamente sobre nosotros? Como los choques que admiraban los relatos de Ballard, aquí la monstruosidad también puede ser una forma de amenazante belleza que nos lleve al vacío.