Spleen es el primer trabajo de María Magdalena, poeta de 29 años de formación psicoanalítica, quien inicia así su carrera literaria con este brillante conjunto de textos. El libro fue publicado por Editorial Letra Viva, como parte de su Colección Narrativa, prologado por el escritor y psicoanalista argentino Luciano Lutereau. La portada del mismo corresponde a una pintura de la artista plástica Carolina Ferrari.
En toda creación inicial hay infinitas potencialidades que pueden percibirse cuando se registra en ella el talante de quien escribe desde la afección pasional. Como un disco debut, que desde el vamos logra conquistarnos con excelentes composiciones, o como algunas iniciáticas narraciones de escritos infantiles, en donde las cualidades en potencia connotan la figuración de algo más detrás del mero discurso, Spleen expone una belleza primigenia que revela el talento de su creadora: el erotismo, la pasión airada, el absurdo que implica la morigeración, la pulsión desorbitada; el vacío en y de las palabras que pretenden decir, que significan sin alcanzar la representación, que simplemente no-todo. Desde esa ausencia intimidante escribe María Magdalena, con una prosa agresiva y nostálgica.
Los retazos que constituyen las imágenes de Spleen encuentran una continuidad -aún en la fragmentación- que afinca en su disposición temporal: el presente como escenario primordial, único y posible del amor. “Las historias de amor no serían de amor si contemplaran el futuro”, afirma la autora en una entrevista, agregando, “nos enamoramos porque el único futuro que podemos contemplar es tan ilusorio como el mismo enamoramiento. Así como proyectamos un ideal en el otro que luego se esfuma estrepitosamente, también proyectamos un futuro ideal imposible. El amor es otra cosa”.
Pero Spleen no es una obra sobre el amor, o una poética del amor. Spleen se emplaza en otra dimensión, que insoslayablemente contempla al amor, pero desde la falta, desde la ausencia que éste ilusoriamente permite suplir insinuando la posteridad, vislumbrando un porvenir que no es otra cosa que un placebo existencial.
Las historias extraídas de los cahiers de María Magdalena hacen de Spleen un camino reconstruido, una retrospectiva que se desfonda en esa temporalidad que posee la poética del presente, de un pasado narrado afectivamente como presente:
“Cansada de hablar de ausencias. Cansada de hablar de la espera. Cansada de lo remediable que no logro remediar. Me tiembla la piel, la comisura de la boca, tiembla, y no sé cuál es el paso siguiente. Caer. Continuar la caída. Resignificarme. Resignarme. Resolverme. Volver”.
Asumir la falta y el vacío para desde allí emprender el camino de la creación es sin dudas un ejercicio de autonomía, como también una vocación estética. Introducir, además, la temporalidad del presente como principal superficie sobre la cual discurre la ausencia perenne teñida de eso que llamamos amor, permite ubicar a Spleen en una tradición que no es ajena a su nombre.
Sabemos que en “El pintor de la vida moderna” Baudelaire estableció las bases para la comprensión el arte moderno (augurando también la posmodernidad). Invocando la inocencia del niño como característica distintiva del artista, del hombre de mundo, quien al no cargar con los condicionamientos culturales se encontraría por eso en un estado de embriaguez, el presente pasaba de ese modo a ocupar un lugar privilegiado en la “belleza fugaz y pasajera de la vida actual”. Ese elemento “relativo y circunstancial”, que según Baudelaire es uno de los dos constituyentes del arte moderno y de la moda, también se podría endilgar al amor. Pues entendido así, el otro elemento (invariable y eterno) pasaría a estar constituido por la ausencia.
El Spleen de María Magdalena es precisamente un trabajo sobre lo efímero pero al mismo tiempo ubicuo de la pasión amorosa; sobre la “sensación de eternidad” que ella suscita, como pasión y como ilusión. Es una historia que se narra a sí misma, que se permite escribir acerca de ese particular fenómeno que atraviesa la vida de su autora, sin ocupar el papel principal; una poética sobre la vivencia efusiva de esos vínculos que se tornan fugaces por el inevitable devenir del tiempo histórico, que trae consigo el retorno de la angustia como condición inherente al ser humano: lo eterno de la incompletud, porque la ausencia y la carencia son constitutivas; porque en ellas orbita el presente, aunque sentimientos como el amor posibiliten encubrir esa falta de sentido que conlleva el ahora:
“Momento de redención y luminosidad cuando ya no tenga que buscar qué decir, no con qué voz. Mientras, decime algo para que deje de tener miedo”.
“El más puro silencio. Me escucho llorar. En el más puro silencio. Acá estoy, decime. Decime algo para que deje de tener miedo. Una luz me distrae, tiemblo por dentro, una sacudida fugaz. Sí, acá estoy. Creo que podría morir de esto, de soledad. El viento afuera, algo acecha contra la ventana, un sonido hipnótico que paraliza. Estiro una mano y no te toco. No, no estiro una mano, estoy quieta. No hay forma de llegar. Estás deshumanizado, yo estoy deshumanizada”.
Spleen narra la experiencia del duelo con una vitalidad densa y estremecedora; erige a la ausencia como protagonista, y por eso el único signo de completitud que puede hallarse en sus sesenta y cinco páginas es la vívida recreación de la falta, la transmutación del dolor en letra, efectuada con esa particular sensibilidad que el dolor imprime sólo a los melancólicos.
Spleen
María Magdalena
2013 – Editorial Letra Viva