El deseo se mueve rápido. Es libidinoso y está cargado del horror de las ciudades y la pandemia. En su primer libro de relatos eróticos, la psicoanalista y escritora Sofía Guggiari problematiza la carne y las sensaciones y de esta forma nos hace huir del enjambre digital de las relaciones impersonales.
“¿Un email en vez de cortarte la boca?” Es una de las preguntas que invade Temblar. ¿Existe una dicotomía entre el deseo y la tecnología en tu libro?
Existe una diferencia, que intento sea una hipótesis de escritura, que tiene que ver con un acto transgresor, performático, que toca algo de los sentidos y la oposición con cualquier tecnología que simbolice esa violencia. Puede ser propia de la era digital o cualquier tecnología que esté mediando esa violencia. Habitar esta oposición nos hace pensar en qué es lo real del cuerpo. ¿Por qué cortar una boca puede ser más peligroso que un email? En ese pliego, en el que me siento representada, es donde aparece la provocación de la dimensión de lo inmediato. Pienso si puede producirse eso con la escritura o si a través de los emails, las videollamadas, tercerizamos de alguna manera la inmediatez.
¿Qué peso tiene el cuerpo?
En principio, Temblar tiene el peso de mi cuerpo porque creo que me representa. Este peso tiene que ver con producir temblor o habitar el temblor. Al venir del mundo del teatro siento que hay algo de la carne, del cuerpo y del sudor, de la persona, junto con esta relación de inmediatez. No veo al libro tanto como literatura, sino como un lugar más donde hacer un acto performático. Como si el libro quisiera tocar algo del cuerpo del otro. En plena pandemia, la dimensión del cuerpo está trastocada por el encierro y el no lazo y eso tuvo mucho que ver. Cuando pienso en el cuerpo, lo pienso de forma política, como mi subjetividad puesta en palabras. Hay un intento mío de producir, como dije anteriormente, un temblor, tanto en mi cuerpo como en el cuerpo del otro, como si fuera eso un valor en sí mismo.
Hay una clara influencia de Oliverio Girondo en algunos de los relatos.
Hay una anécdota de mi infancia que es el hecho de que yo no leía casi nada, mi familia estaba preocupada al respecto. Algunos de los primeros libros que leí fueron sobre historia de poesía latinoamericana, Alfonsina Storni, Oliverio Girondo y su libro Espantapájaros. También Urdapilleta, que además de ser un referente en la actuación, sus textos me encantaron. Si bien yo no escribo poesía, estos autores me causaban un temblor en el cuerpo. A esa edad su lectura me parecía fácil y accesible. Eran también un rechazo a la complejidad que me brindaban otros libros. Creo que hay textos que están en contraseña. Se puede acceder a ellos o no, y con Girondo me pasó lo primero. Había algo en su escritura que me representaba.
¿Qué importancia tiene la mirada del otro en Temblar? ¿Cómo lo vincularías con las redes sociales y el deseo?
Temblar necesita de la mirada del otro como cualquier producto cultural. La mirada se vuelve un recorte. Lo pienso como un acto performático que se completa con esa mirada. Podríamos decir que el libro no existiría si no hay un otro que lo lee. El temblor se completa cuando se siente el temblor, sino queda como un verbo. Pero este libro/verbo necesita efectivizarse en la carne de alguien para que se entienda lo que es. En relación a las redes sociales y al deseo yo pienso a este último como una fuerza. Esta fuerza te puede maravillar, te puede sintomatizar, pero ante todo es una fuerza. Está bueno pensar cómo entran esas fuerzas al mundo de las redes sociales. En ellas no existen anclajes, todo está ofertado. Entonces la pregunta es ¿qué pasa si metemos ahí una fuerza? En las redes sociales no hay un recorte verdadero de la mirada, del ámbito de lo íntimo o transgresor. En cambio en Temblar sí hay recortes de la mirada. Existen primerísimos primeros planos donde hablan distintas partes del cuerpo.
En el libro parece existir una metáfora entre el sexo y la naturaleza.
Sí, tengo la sensación que Temblar posee una fuerza en relación a la transgresión. Una transgresión similar al concepto de erotismo en Bataille, como una transgresión de lo subjetivo. Una suerte de proceso de discontinuidad. Romper con algo de lo continuo del sujeto. Un lugar de no control, caótico. Donde el lenguaje, la racionalidad y lo imaginario son quebrantados. En todo esto que estoy nombrando hay algo de la naturaleza. Algo del orden de una fuerza incontrolable. La transgresión de lo erótico, puede entonces ser comparado como la transgresión de la naturaleza. Pienso en las raíces de un árbol rompiendo las baldosas de una calle.
¿Por qué elegiste el relato erótico para efectuar esta transgresión?
No sé si puedo decir que es algo que elegí, desde chica me interesó el tema. Me interesaba leerlo. Si bien me costaba leer algunos libros, otros como los de Sade me parecían más accesibles. Él me marcó muchísimo en términos filosóficos y en relación a la moralidad del sexo. La forma en que él utilizaba el sexo para hablar de política. Desnudando así algo que toque la cultura y todo el esfuerzo que tenemos que hacer para habitar en este mundo. Hubo algo que siempre insistió en mí en búsqueda de literatura y sexualidad. También la sexualidad y la muerte. No la muerte como algo malo, sino como algo contundente.
Sofía Guggiari elige el disco de Gustavo Cerati, Siempre es hoy:
“Cerati hace que su música sea algo que pueda tocar. Siempre sentí mucha sensualidad en su música y en sus letras. Con Soda Stereo me pasó lo mismo. Además de que me acompañó en varios momentos de mi vida. Siempre es hoy es un disco que, aunque no sea mi favorito, me acompañó en la escritura de Temblar. Definitivamente temblé con él”.