Con suma claridad y un tono austero en Un Tiempo (Modesto Rimba, 2017) Santiago Rouaux nos permite ponernos en la piel de un estudiante del Nacional Buenos Aires y al hacerlo deja que el lector reviva su propia adolescencia, con sus primeras aventuras y con el desasosiego y la melancolía que se desatan al estar cerca de entrar en el mundo de un joven adulto.
¿Cómo fue tu acercamiento a la escritura?
Mi vínculo con la escritura comienza en mi adolescencia, a partir de la lectura. Si bien yo leía desde chico, en la adolescencia empecé a sentir que leer me despertaba una especie de necesidad particular. Esta necesidad era que eso mismo que me producía a mí lo que estaba leyendo yo tenía ganas de poder producirlo en otros. En esa época, leía especialmente a Cortázar, que era como mi autor de cabecera. Estaba fascinado con sus cuentos, sus novelas. Esos cuentos que eran máquinas literarias perfectas para mí me producían algo que yo me moría de ganas de poder producir en otras personas. Creo que mi contacto con la escritura tiene que ver con eso, con querer llegar al otro de alguna manera. No tenía muy claro qué le quería producir o cómo -tampoco lo tengo muy claro ahora-, pero sabía que quería producir algo en el otro, una emoción, un estado de ánimo, tocarlo de alguna forma en un punto sensible. Así que empecé a probar escribir algunos cuentos de manera esporádica. Eso fue durante la adolescencia. Después entré en el circuito de los talleres literarios donde mi vínculo con la escritura se volvió un poco más estable. Hice taller con Osvaldo Bossi, en poesía, y más tarde con Juan Diego Incardona y Elsa Drucaroff, cuando me incliné hacia la narrativa. Y fui aprendiendo recursos nuevos. Pero se mantuvo estable la necesidad de escribir como una manera de entrar en contacto con los otros, de generarles algo, tocarlos de alguna manera.
¿Fue un recurso que decidiste de antemano el hecho de que haya flashbacks entre la vida presente del protagonista y su adolescencia/infancia?
Me gusta la pregunta porque tiene que ver con el proceso creativo. Por supuesto, cada escritor tiene su propio método creativo, como cada artista lo tiene. Y hay algo misterioso, en el sentido de que no es del todo deliberado ese método sino que se va construyendo. En mi caso, fue algo que se fue dando, y lo que logro reconocer en retrospectiva, mirando un poco hacia atrás, es que, en general, hay un primer tiempo que es de proliferación de la escritura, sin llegar a ser escritura automática, donde van surgiendo las ideas y escenas, los personajes, sin demasiada reflexión, y, después, hay un segundo tiempo, un tiempo de frenar, mirar hacia atrás y ver qué es eso que surgió y repensarlo en función del todo, es decir, preguntarse si las distintas escenas, recursos que se usaron, el tono, los personajes sirven a los fines de esa obra. Entonces, el recurso del flashback surgió de manera espontánea. Yo venía escribiendo ese tiempo presente del personaje, el tiempo de la separación de su novia, y, en un momento, empezaron a aparecer estos flashbacks tanto de los tiempos de la secundaria como de su infancia. Y me di cuenta, en ese segundo momento de repensar qué es lo que había surgido, que esos flashbacks venían muy bien para la historia, no sólo porque aportaban a la construcción del personaje y su recorrido vital, sino que además construían algo más, desde otro lado. Construían un tono emocional si se quiere. En literatura, y en el arte en general, muchas veces el sentido no está construido por asociaciones lógicas sino por conexiones de otro tipo. Tal vez la contigüidad entre dos escenas construye un sentido nuevo. Y, en este caso, me parece que surge algo de eso. Esas escenas de recuerdo crean un sentido de cierta melancolía creo yo, o así lo pensé en su momento, que ayudan a construir a la vez lo que le está pasando al personaje en el “tiempo presente”. De alguna manera, la estructura de la novela reproduce un poco el movimiento psicológico del personaje en tanto el personaje está en un momento de crisis, de ruptura y de reflexión. Estando en ese momento de crisis, como nos pasa a muchos, aparece una actitud más introspectiva, una evocación de recuerdos, un mirar al pasado. Entonces me parece que esos flashbacks reproducen el movimiento de la psicología del personaje, sin necesidad de decir que el personaje está pensando, está recordando o está recorriendo su vida. Por el contrario, eso estaría dicho desde la estructura misma de la novela. Y se crea un tono donde el recuerdo pasa a ocupar un rol central. Como si a raíz de esta gran ruptura que es separarse de su primera novia el personaje pusiera en cuestión toda su vida.
Abunda una claridad y simpleza en los diálogos de corte minimalista…
Sí, estoy de acuerdo. Creo que fue una decisión de escritura que las líneas de diálogo, pero también el texto en general, tuvieran cierta claridad, cierta simpleza. Este recurso surgió en un principio, al igual que los flashbacks, de forma espontánea, pero después, al repensar el recurso, decidí que era un buen recurso para esta novela. En primer lugar, porque me dio la impresión de que ayuda a recrear el mundo de los adolescentes, pero también por otra razón. En general a mí, como lector, me gustan más los libros que usan un lenguaje más llano, más claro. Y es porque me interesa que la complejidad no pase necesariamente por el lenguaje, sino por detrás del lenguaje, por así decirlo; me interesa que esa novela o cuento toque asuntos complejos e importantes, y muchas veces para eso no se necesitan un lenguaje sofisticado. Puede que haya excepciones, que en algunos casos sea necesario, pero, cuando no es necesario, se vuelve un artificio vacío. Yo prefiero que la complejidad no esté en el lenguaje, que esté en la materia que se toca, en la historia. Entonces, si a través de estas líneas de diálogo simples, austeras, concisas, logré crear ese mundo de los protagonistas con sus miedos, enojos, conflictos, es decir, en toda su complejidad o profundidad, entonces me doy por satisfecho. Si eso se logró, me doy cuenta que no hacía falta un lenguaje más sofisticado. Me queda por saber si se logró o no, pero eso dependerá de cada lector y de lo que lea ahí.
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“(…) Una ronda de guardapolvos blancos, y yo, en el medio. En frente está el Larva. Caras desconocidas, alrededor, gritan: dale, dale, dale. El Larva se saca la mochila, viene hacia mí agitando los brazos. No me muevo. Quiero salir corriendo pero no me muevo. El Larva me insulta, me invita a pelear. Le digo que prefiero arreglar las cosas de otra manera. Me empuja con las dos manos. Estoy a punto de caer pero me sostienen por la espalda. Veo al Larva avanzar hacia mí. Miro alrededor. No tengo escapatoria. Llevo todas mis fuerzas al brazo derecho, aprieto el puño. Me zumban los oídos, el Larva se acerca. Espero hasta tenerlo al alcance de mi brazo. Descargo el golpe. El puño vuela hacia adelante. Larva retira la cabeza y el gancho pasa de largo. Intento ponerme en guardia nuevamente pero recibo un golpe de lleno en la cara. Doy un paso atrás, trastabillo. No siento dolor, apenas un cosquilleo en la nariz. Se me llenan los ojos de lágrimas. No veo nada. Me paso una manga del guardapolvo por la cara. Larva viene de nuevo hacia mí. Subo la guardia. Se escucha un grito agudo por encima de los gritos de la pelea. Una maestra rompe la ronda y entra. Los guardapolvos blancos se dispersan en todas direcciones. Alguien me agarra el hombre y me dice: rajá. Salgo corriendo a toda velocidad, llego a la esquina, cruzo la calle y sigo corriendo. Corro varias cuadras, hasta quedarme sin aire. Me escondo en el hall de entrada de un edificio. Miro hacia atrás. Nadie me sigue. (…)”
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Es difícil leer la novela y no pensar que parte de los hechos son autobiográficos…
Sí, pienso que es cierto lo que decís y que es un efecto que está generado en la novela, en el texto mismo. El hecho de que haya menciones a lugares muy específicos de la Ciudad: el barrio de Almagro, Plaza de Mayo, el Colegio Nacional de Buenos Aires, el hecho de que se mencionen ciertas fechas e hitos históricos generan este efecto de remitirlo rápidamente a la biografía del autor, que soy yo en este caso. Y, además, hay otro elemento, que es la dedicatoria, que dice: “A mis amigos de entonces, y los de ahora, que son los mismos”. Al decir “los amigos de entonces” parece estar refiriéndose a la época en que transcurren los hechos de la novela, los hechos que corresponden al personaje, pero el que enuncia la dedicatoria es el autor supuestamente. Con lo cual, ahí quedan un poco pegados autor y personaje. Así que creo que es un efecto que está creado en el texto mismo. Pensando más en el proceso de escritura puedo decir que sí, efectivamente recurrí a ciertas experiencias vividas, a veces acontecimientos importantes y a veces cosas muy pequeñas, nimias, un diálogo que tuve, un pensamiento, un gesto. Esas cosas pequeñas muchas veces sirven como materia prima para construir una escena nueva que no es necesariamente parte de mi biografía. En ese sentido, creo que hay pocas cosas que escapan de ser autobiográficas, de estar relacionadas con alguna experiencia vital del autor. Aunque la historia se sitúe distante en tiempo y espacio, el autor va a recurrir a su propia experiencia, a sus propias vivencias, para construir. Sin embargo, te hablaba antes de un segundo tiempo creativo en donde uno filtra. En ese segundo tiempo, hay una puesta en valoración de cada pieza en función del todo. En ese segundo momento, algunos elementos biográficos que habían aparecido fueron quedando afuera porque no servían al todo; otros se fueron desdibujando para hacerlos funcionales a la novela; también incluí historias que no eran necesariamente mías, eran de personas cercanas; y otra gran parte la inventé en función de lo que yo pensaba que necesitaba la historia. Por lo cual, no se puede decir que sea un reflejo, pero sí que hay muchas experiencias dando vueltas en el texto, algunas propias y otras robadas.
Al parecer en esta novela de iniciación el desamor funciona como disparador para que el personaje ingrese en el mundo adulto…
Está muy bueno que lo menciones porque de hecho, cuando me planteé escribir esta novela, e incluso cuando la estaba escribiendo, no sabía que era así. Es más, habiendo terminado de escribirla, aún no sabía que era así. Yo pensaba que había escrito una novela sobre una etapa vital como es la adolescencia; no sabía que había escrito sobre una transición entre etapas vitales. Esto me lo hizo ver Flavia Pantanelli, que hizo la corrección editorial de la novela desde Modesto Rimba. Ella me mostró que el personaje, a raíz de la ruptura amorosa, busca refugio en los amigos y que ese lugar que le había dado seguridad, contención, que había sido una referencia hasta ese momento, no termina de darle las respuestas que él necesita. Creo que ese es el momento de ruptura, cuando el protagonista movido por este desengaño amoroso busca refugio en los amigos, y los amigos, que habían sido el punto de referencia que daba estabilidad, contención, seguridad, no dan las respuestas que él busca. Entonces sí, se produce ese pasaje, esa crisis que da espacio a algo nuevo, a la búsqueda de algo nuevo. Así que sí, estoy de acuerdo. Es la ruptura amorosa pero es también que los referentes de esa época vital caen, dejan de serlo y obligan a la búsqueda de nuevos referentes. El personaje, sobre el final de la novela, sale a la búsqueda de esas referencias que reordenen su mundo.
¿Qué tiene el género novela que no tengan otros géneros?
Como escritor, encarar una novela me brinda una sensación enorme de libertad. Me da la sensación de que la novela es un universo inagotable donde uno puede ir recorriendo los distintos rincones, pasar de una galaxia a otra, explorar aquel planeta, esa estrella. Siento que uno puede saltar de narrar una escena dramática, a una anécdota graciosa, relatar el sueño que tuvo un personaje tiempo atrás, después saltar en el tiempo y narrar cómo ese sueño le volvió más tarde en una conversación con un amigo. Me transmite esa sensación de poder moverme libremente de un lugar a otro. Mientras que, en mi experiencia, con otros géneros no me sentí tan suelto. Por supuesto, otro autor puede tener una sensación totalmente opuesta, sentirse libre al encarar un poema, un cuento o una obra de teatro y sentir a la novela como un corset. Mi sensación es que esa amplitud de la novela, ese poder moverse de acá para allá, potencia las posibilidades creativas.
Santiago Rouaux recomienda:
Lo pensé mucho y me vinieron varios álbumes a la mente. Pero elijo La mosca y la sopa, de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, porque es un disco que marcó mi adolescencia y tiene mucho que ver con la época de mi vida que tuve en mente a la hora de lanzarme a escribir Un tiempo.