Cuásar (Borde Perdido Editora) es una novela bizarra. Una pieza narrativa única, notoriamente original: una rara avis. Su autor, Juan Revol, un joven escritor, representa una estirpe de narradores, que como H. G. Oesterheld, le fascina aventurar. Su modo de mezclar y combinar formas constituye un procedimiento legítimo de potenciar la imaginación. Es esta la libertad esencial con que la novela opera y avanza capítulo tras capítulo. En síntesis: una aventura cuyos esplendores creativos demuestran que aún es posible confiar en nuevas versiones de antiguos mitos.
-¿Por qué los elfos y la novela de aventuras?,¿Cómo brotó de tu conciencia un experimento narrativo semejante entre fuerzas tan dispares como resultan ser J. R. R. Tolkien y José Hernández?
-Fue todo bastante azaroso, en realidad. El experimento resultó de mezclar algunos libros de forma aleatoria un día que llegué a casa de la facultad. Entre esos libros estaban, por ejemplo, Las dos torres (o El retorno del rey, no me acuerdo bien –La comunidad del anillo seguro que no porque lo tenía prestado–) y Juan Moreira. Era una especie de desafío encontrar una solución homogénea al encontronazo de esas fuerzas dispares, entonces eso lo hacía divertido. Lo que sí tuve en claro desde el principio es que no quería hacer un pastiche, que en la mayoría de los casos son una chantada. Quería generar un sistema alrededor de este choque de fuerzas, un universo con sus propias reglas y no solamente un collage de distintas figuras.
-¿Es cierto que originalmente se trató de una novela por Facebook?, ¿un folletín?
-Sí, al principio era un folletín virtual y anónimo. Si bien algunos amigos sabían que era yo el que escribía Cuásar, la mayoría de las personas a las que les envié una solicitud de amistad desde el perfil de la novela no sabía quién era el que escribía.
-Contame acerca de ese proyecto en su fase inicial…
-Quería que el experimento estuviera libre de condicionamientos, y para lograr eso siempre es más fácil no dar la cara. La idea de que fuera un folletín vino de Juan Moreira. Al perfil de Cuásar llegué a subir más o menos diez capítulos. Como con otras novelas que intenté hacer vía Facebook, el público lector funcionó durante los primeros capítulos y después se pajereó, por eso el formato folletín virtual mucho no prosperó. Dejé de subir capítulos, pero los chicos de Borde Perdido la venían leyendo y les gustaba, así que me propusieron publicarla en formato libro.
-La primera impresión que se tiene luego de leer tu novela, es que se estructura muy fuertemente a través del diálogo. Un gran porcentaje de ella está escrita en forma dialogada. ¿Por qué?
-Bueno, eso se debe a dos razones. La primera, es que al ser Cuásar un folletín, me resultaba inevitable homologarla a las series de televisión, los folletines de nuestro siglo. En ese sentido, el dinamismo del diálogo me permitió acercar a la escritura a la adrenalina cinematográfica. La otra razón es que, al ir pensando de a poco en las reglas del experimento narrativo (después de los primeros ensayos de escritura hasta dar con el tono justo), surgió la idea de prescindir en lo posible de todo lo que no fuera diálogo. Obviamente, al tener un narrador protagonista sus cavilaciones internas son necesarias; pero principalmente intenté construir una novela dialogada, donde no hiciera falta describir tanto lo que está pasando porque el mismo diálogo está remitiendo a la neurosis de la realidad inmediata. A Cuásar le pasan muchas cosas de mierda, cosas que no dan tiempo para pensar. Su única forma de zafar es chamuyando, chamuyando rápido una y otra vez antes de que lo maten.
-Indudablemente Cuásar es un libro que dialoga con cierta tradición de la literatura gauchesca. Hay mestizos, criollos. Uno de los personajes principales se llama, nada más ni nada menos que “Juan Moreira”. ¿Qué elementos de ese subgénero te interesó más explorar?
-Juan Moreira es el Bourne decimonónico. El tipo es una máquina, se harta de matar partidas de policías como si nada. Existe una continuidad de “tipo duro” entre ese personaje de la gauchesca y las películas más berretas y pochocleras de Hollywood. Me interesó explorar esa figura, en particular por su violencia.
-¿Por qué?
-La violencia es un tema que me fascina, y está muy presente en la gauchesca. Las peleas de cuchilleros me encantan, tienen muchísima épica. Cuentos como la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz o El sur la muestran a la perfección. No sé si hay épica en el Moreira de Cuásar, pero no dejé pasar la oportunidad de hacerlo disparar una ametralladora.
-Es una novela muy rica en personajes. Tomo por ejemplo, el Viejo Ortodoncia quien se viste como gaucho, usa un poncho rojo de lana de vicuña y tiene toda la ortodoncia hecha con puntas de balas. En otras palabras, ¿cómo fuiste desarrollando los protagonistas en cuanto a la trama de la historia?
-Desde el principio Cuásar fue bastante caricaturesca. Quería que los personajes fueran grotescos, desbordados y monstruosos, pero sin dejar de ser coherentes. Cada vez que un personaje nuevo intervenía en la trama, sus acciones iban condicionando sus características físicas y psicológicas. Cuando el personaje se había terminado de formar con todos sus excesos a través de la escritura, reescribía las cosas para que desde su primera aparición el personaje en cuestión tuviera el aspecto físico que fue ganando a medida que se fue desplegando en la trama. En general les doy mucha libertad a mis personajes, los dejo crecer y ganarse sus lugares solos, cada uno va demostrando a la larga de qué está hecho. En el caso de Cuásar, algo que acompañó mucho la escritura y ayudó también a definir un poco quién era quién fue dibujar a los personajes. Al Viejo Ortodoncia lo dibujé bastante, y de esa forma las mutaciones que sufría su retrato alimentaban su desempeño en la historia y al revés.
-Imagino, por lo que contás, que el cine y la historieta son dos fuentes directas de inspiración a la hora de escribir tus textos. Me refiero a que los capítulos resultan ser visualmente cinematográficos, ¿no?
-Sí, como te decía antes, el formato folletín se me hace bastante cinematográfico, por eso traté de buscar una escritura que fuera a los bifes, ágil como una imagen, un fotograma o una viñeta. Sin embargo, no siempre escribo así. Éste fue el registro que busqué para Cuásar, pero tengo otras cosas escritas que todavía no publico en donde el tratamiento del lenguaje es distinto.
-Es interesante el sistema de citas apócrifas al comienzo de cada capítulo como herramienta para verosimilizar el entramado “histórico” del libro. Es un ejercicio que ayudó a hegemonizar, a crear un sistema cerrado: el contexto.
-Sí, las citas falsas fueron una de las herramientas para que la cosa no se quedara en el pastiche. Creo (espero) que contribuyeron a que el universo fuera más sólido, a que el contexto se tejiera con más naturalidad.
-¿Cómo fue el proceso de desarrollo del tono de la historia? Hay pasajes donde el humor está presente en la narración de un modo recurrente.
-Tuve que reescribir los primeros capítulos un par de veces hasta llegar al tono que quería. Tuve que depurar bastante el lenguaje, y en las sucesivas correcciones simplificar lingüísticamente los pensamientos del narrador. Un tipo como Cuásar no usa palabras complicadas, todo lo contrario, es bastante básico; pero a veces te enfiestás escribiendo y se te escapa una metáfora o una imagen que no tienen nada que ver con el registro del personaje. A todas esas asperezas hay que limarlas en las correcciones, para que el texto se sostenga bien. En el caso de Cuásar, el tono es ágil, liviano, pensado como para poder leerla de un tirón. Y el tema del humor fue algo que se fue engendrando solo a medida que la historia avanzaba y los personajes se iban perfilando. No quería que fuera una historia seria, eso estaba claro, porque todo el experimento había empezado como un chiste, pero tampoco tenía tantas intenciones específicas de que fuera humorística. Supongo que los personajes y las situaciones de a poco fueron condicionando al humor como mecánica, habilitando también que la sátira pudiera ir entrando en la historia.
-La economía élfica se sostiene solamente en base a la pornografía y la venta ilegal de droga. La historia toma elementos de la realidad social inmediata como resulta el mercado negro, y los transforma de un modo muy inventivo. Me gustaría conocer tu opinión respecto a tu relación con la imaginación. Para vos Juan, y luego de leer una historia como Cuásar, ¿la invención tiene límite?
-Creo que no. Es cierto que es prácticamente imposible hacer algo nuevo, sea en literatura, o pintura, o música, o cualquier otra cosa. Muchas veces te llevás la desilusión de creer que tuviste una idea buenísima y después te enterás de que alguien ya la escribió hace rato. Sin embargo, que eso sea así no significa que la invención tenga límite. Es muy cómoda la resignación creativa, es la excusa posmo perfecta para no trabajar. Hay algo que no podemos evitar, y es el peso de la tradición que nos aplasta. Pero queda en nosotros ver qué hacemos con esa piedra triturándonos las costillas. Siempre está la opción de transformarla en una escultura distinta, hasta que venga alguien más y vuelva a transformarla.
-La inmigración y los efectos en el lenguaje constituyen uno de los núcleos de la novela. ¿Cómo construiste esa faceta de la historia?
-La inmigración siempre es un terreno fértil a la hora de escribir. Cuando en la fase inicial del experimento se mezcló Tolkien con Gutiérrez, dos mundos entraban en contacto. Al pensar en dos fuerzas casi antagónicas (no sólo por las tradiciones de donde provienen, sino también por cuestiones hasta eugenésicas) como los elfos y los gauchos, la primera relación que se sugiere como posibilidad de existencia entre ambas es una relación de competencia. Y como los elfos en Tolkien son los que mejor la pasan, le quise dar en Cuásar la ventaja a los gauchos. Por eso los elfos están cruzándose a Argentina, porque su país es una basura. En este choque de fuerzas entra en juego, obviamente, el lenguaje, así que había que inventar un idioma para los elfos. A diferencia de lo que hace Tolkien (un filólogo en serio) cuando inventa lenguas tomando elementos de otras existentes guiándose por parámetros estéticos, en Cuásar los elfos hablan una lengua que no se formó tomando como raíces palabras de otras lenguas. En Cuásar, el élfico es un idioma filoso, lleno de consonantes, aislado de las demás lenguas (uno de los epígrafes de la novela, firmado por un lingüista, dice que es imposible incluir al élfico en algún árbol cladístico). Por más que en la primera parte de la saga no se habla mucho en élfico, cada oración que se pronuncia responde a una gramática que armé. Me cuidé mucho de no escribir cualquier cosa, porque en la segunda parte aparecen otros personajes que hablan bastante en élfico y ahí la estructura gramatical del idioma se hace más evidente.
-También la política surge a través de una mirada crítica. Por momentos uno tiene la sensación que además de una sátira, se trata de una novela distópica.
-Hace poco me dijeron eso, que Cuásar era una distopía. No descartaría del todo esa posibilidad, que ese mundo no sea alternativo al nuestro sino un devenir lastimero. De cualquier forma, las miserias políticas en Cuásar trataron de ser descriptas sin la timidez que tienen los matices de la política real. Así como los personajes son caricaturas, la situación política en sí también es una caricatura.
-¿Pensás escribir una segunda parte de la saga de Juan Cuásar?
-Sí, la idea era sacarla este año, pero finalmente decidimos con Seba Maturano, el editor del Borde Perdido, sacarla el año que viene.
– Actualmente estás escribiendo un trabajo sobre South Park y biopolítica…
-Sí, va a ser mi tesis de grado. Si todo sale bien, la idea es presentarla en marzo del año que viene. Esperemos que no me saquen cagando cuando tenga que citar a Cartman explicando por qué los colorados no tienen alma o por qué los hippies merecen morir.