Urgentes, publicado por la editorial Cariño junto con el estudio FA, es el primer libro de José Peña. Este conjunto de poemas, disímiles entre ellos en longitud e intensidad, fueron escritos a lo largo del 2019, llegando a notarse un aire –alma- que los unifica como una sola y particular voz. Así nace Urgentes. La primera edición ya se encuentra en las librerías y ferias literarias.
Sobre José Peña: Nacido y educado en la ciudad de La Plata, Buenos Aires, hijo menor de padres trabajadores, escribe tanto en prosa como en verso. Además de la reciente -y primera- publicación está trabajando en una novela y en un libro de relatos cortos. Sus influencias no estarían mal acercarlas al Faulkner de los años 30, o al Pasolini de Rigazzi di vita aunque, a su vez, es innegable la cercanía con todo un linaje de poesía latinoamericana: desde Vallejo hasta Parra, desde Storni hasta Fogwill.
Fernando Alfón (narrador y ensayista argentino) escribe al respecto: “A fines del siglo XIX, ya era muy común predicar que las condiciones de lectura constituyen la obra literaria. Leer en condiciones de encierro puede convertir un párrafo en la antítesis del mismo párrafo, leído a la intemperie. Este poemario de José Peña lo abordamos entre varios amigos, a viva voz, en una cocina hogareña. Para muchos de los que estaban en esa escena, fue la primera vez que leían un libro completo, de una tirada, en voz alta y compartida. Fue una lectura imprevista y quizá nos motivaron continuarla los efectos cautivantes del libro. Nadie sabía que luego de un poema se leería el otro y el otro, hasta agotarlos. El libro no nos soltaba. Luego todo terminó y volvimos a la rutina de la conversación distendida, la cena y el tedio de la sobremesa. Quizá a usted, lector, le suceda lo mismo, al ingresar a estos versos Urgentes: la felicidad repentina, inesperada y efímera. ¿Qué otra cosa podemos esperar de la literatura?”.
La cicuta
Vi una ciudad inundándose
donde de las tripas mismas
emergen trastocadas personas secas,
secas improvisando erguir las oraciones,
últimas palabras de amor e intimidad,
últimas palabras como habitaciones,
vi dos ríos desbordados, amorfos,
donde se pierden sus nombres
ya que ahora no queda provincia
mi provincia de juventud, ¿dónde estás?
Ya no estoy, Peña, ya no estoy
decía caóticamente y se echaba a reír;
abandonado a un río que son dos
estas son mis mañanas,
una tras otra,
donde las familias se incendian
en pleno cruce de avenidas
luminarias, luminosas, lumínicas,
y queda tierra, tierra baldía,
que hay que volver a arar
con lo corrugado de la voz,
una voz no sutil, una voz de enamorados.
Vi la tormenta jamás vista
donde toboganes de las laderas
eran cauce de madera que fue bosque,
tuviste fortuna en no morir, Peña,
fortuna, me decía, pero yo no le creí;
vi, a su vez, la oscuridad plena
donde no hay sonido alguno ni lengua,
ni crueldad, ni territorio.
Vi, otra vez, el simulacro del fin de mi país
con estos ojos opacos y diurnos,
y ya no lloré, ya no lloro,
de repente sólo siento
de manera constante y filosa
a este joven monstruo
que enamorado de castellano ilegal
sale a respirar con la boca desgarrada
nuevamente al sacramento.
Es tuyo, Peña, el cielo y el cielo de la noche,
nuevamente una inauguración
que me arde en las palmas, repleta de los restos
con los que haremos el más precioso de los monumentos
donde, a sus pies, nos envolveremos y nos besaremos;
y ahora este punto
ya lo veo violento como la última iluminación,
callándome,
directo a reventarme la columna,
ha llegado el momento, Peña,
seco y encendido,
veo mi costado sangrar,
al delirio sin solemnidad.
Final.