2001 fue un año convulsionado, totalmente ajeno a la fantasía evolutiva que había propuesto Stanley Kubrick a las audiencias de 1968. Cualquier suspiro emitido con la refutación del Y2K fue sucedido por una serie de catástrofes que, simbólicamente, dieron comienzo al siglo XXI y además asentaron el clima de opacidad que marcaría a la década en su totalidad. Globalmente, el atentado contra las Torres Gemelas sirvió de pretexto para que George W. Bush desate su guerra contra el terrorismo y comience a ocupar medio oriente; localmente, las consecuencias de las políticas neoliberales impuestas por el menemismo desembocaron en corralito, cacelorazos, saqueos y una sucesión de cinco presidentes en menos de dos semanas. Un desastre, básicamente.
Sin embargo, el 2001 también representó un año bisagra para la música. Artistas como Aphex Twin, Herbert, Jan Jelinek y Fennesz llevaron la electrónica a lugares muy interesantes; mientras Shakira estaba haciendo el trabajo duro de conformar un mercado estadounidense con hambre de música en castellano. Tori Amos, por su parte, efectuó un power move contra la industria, sacando un disco de cóvers para salirse del contrato con Atlantic sin cederle más material original. Jay-Z, con The Blueprint, terminó de consolidar su mega estrellato; mientras que el de Aaliyah se vio interrumpido por un trágico accidente. Y por estas latitudes, el debut de Bandana fue una exitosa traducción local al fenómeno Spice.
Tras un exhaustivo repaso de una enorme cantidad de clásicos, el equipo de Indie Hoy confeccionó una lista de diez discos que de algún modo sintetizan y representan lo que fue el 2001; diez trabajos memorables que celebran este año su vigésimo aniversario.
Babasónicos – Jessico
Pop Art
Jessico fue el primer disco de rock nacional del siglo XXI. El género llevaba años de estancamiento, todavía dominado por el sonido de Los Redondos. Entra Babasónicos, una banda de Lanús que hasta entonces había sido menospreciada como una careteada periodística (en oposición a la autenticidad descamisada del rock barrial, presunta contracultura que de hecho sonaba en todos lados). Para su sexto álbum, los Babas fueron a contracorriente de sus propias tendencias barrocas, apostando a la inmediatez de la canción pop (“Al construir las canciones desde el swing, pensamos la seducción como esencia que transporta al tema; la cadencia que aportaban el hilo melódico y la base rítmica tenía que ser una envolvente seductora”, explicó Adrián Dárgelos a Fernando Sánchez en una entrevista de 2002 para Rolling Stone). Argentina cayó rendida a la afronta hedonista, y no solo por la inyección de vitalidad a un género vetusto: la gente necesitaba líneas de fuga para sobrellevar la crisis económica del 2001, y Babasónicos supo ofrecerlas en el puente perfecto de “Los calientes”, o la entrada de los coros al final de “Deléctrico”. Como suele ocurrir con los game-changers, Jessico terminó cediendo el paso a un eterno retorno de imitadores; no a figuras que, desde el nuevo punto de partida, empujaran los límites un poco más lejos. Para eso siguió estando Babasónicos.
Leo García – Mar
Virgin
Es una pena que, a veinte años de Mar, la conversación en torno a Leo García venga con un regusto de ambivalencia por la xenofobia casual de su breakdown twittero. Así y todo, sobran los motivos para celebrar a Leo. Su maridaje de guitarra criolla y samplers estableció un sonido propio que precedió a la folktrónica como subgénero formalizado y extendido. Su destreza interpretativa, evidente en la cantidad de arreglos que pueden invocar sus dedos, está siempre al servicio de una sensibilidad pop. Y lo que es más importante: García ha sido un gran difusor de talento local. Leo ha devuelto a proyectos nacientes la misma confianza que le depositó Gustavo Cerati cuando lo apadrinó a fines de los noventas, oficiando de productor artístico en Mar (las letras, por su parte, fueron cortesía del gran Pablo Schanton, en una asociación análoga, aunque más posmo, a la que sostenían Moura y Jacoby). Mar comienza con el crujir de las olas, y las canciones adscriben a esa lógica, permitiendo el avance y retroceso de nuevos sonidos. “Isla”, “Nadie salva” y “Renacer” son puntos altos de la escucha, pero la más recordada de todas sigue siendo “Morrissey”, primer gay anthem nacional. Nunca dejó de ser un temazo: lo que no envejeció tan bien es listar a Moz para la portación de street cred (sobre todo si es en contraste a Björk y Bowie; Beck está en veremos desde 2017).
Boom Boom Kid – Okey Dokey
Ugly Records
Como todo niño sensible sabrá, el hardcore no es solo un vehículo de broncas: también puede ser amable. Así lo prueba la cuota de afabilidad que le inyectó Carlos Damián Rodríguez al género con cada uno de sus proyectos. Boom Boom Kid, el alias que adoptó tras la disolución de Fun People, terminó de madurar ese concepto en Okey Dokey, graciosamente una oda a la mocedad. “Yo pienso a la adultez como el momento en que te volvés conservador. Ataco eso con el disco, por eso tiene un montón de furia”, compartió Rodríguez a Mariana Enríquez en una de dos entrevistas que hicieron para Página 12 en 2001. Sin embargo, la felicidad más infecciosa persiste como emoción fundante del disco: los tintes playeros de “Kitty” anticipan un poco la retromanía de Christopher Owens, el riff de “Tomar helado” remite a “Kaleidoscope” de Ride, y también está “Pei pa koa”, que acaba de tener un resurgimiento tras el rescate de la película Yo, adolescente (volviendo a la cuestión pueril: hay mucho mérito en que BBK haya tocado recitales matiné en una época donde el gobierno de Buenos Aires prefirió adoptar una veta prohibicionista antes que garantizar la seguridad de espacios). Okey Dokey es un cancionero clásico que alegró a la generación MSN cuando más desahuciada se encontraba.
Radiohead – Amnesiac
Parlophone / Capitol
Radiohead dio uno de los volantazos más valientes en la historia del rock cuando, habiendo articulado la ansiedad finisecular con el magnum opus guitarrero que fue OK Computer, decidió volcarse netamente a la electrónica. Con Kid A, el quinteto de Oxfordshire tomó un riesgo gigante: desplazó la Fender Telecaster de Jonny Greenwood a favor de loops, IDM y un instrumento inusual llamado Ondas Martenot. A meses de ese álbum y como resultado de las mismas sesiones de grabación, Radiohead publicó Amnesiac. Inicialmente desmerecido como el hermano bobo de su predecesor, el disco dista de ser un rejunte inconexo de b-sides: es una obra musical y conceptualmente autónoma, en complemento con Kid A pero nunca desde la subordinación. El disco abre con un cuento de futilidad en seis palabras, entonadas por un narrador prototípicamente Yorkeano, desganado y enlatado en tráfico: “After years of waiting, nothing came”. La siguiente canción, “Pyramid Song”, refiere al Río Estix. El protagonista se mató, y lo que se desentraña a partir de ahí es un arco de descenso al infierno, permeado por una atmósfera de constante ahogamiento. Si Kid A recibe la llegada del siglo XXI, designa el nacer de una nueva subjetividad y abre con un despertar; Amnesiac se sitúa en el otro lado de la existencia. Dijo Yorke: “Si mirás el arte de Kid A, es como ver un incendio a la distancia. Amnesiac es el sonido de estar parado entre las llamas”. Hay olor a carroña detrás de toda la ambigüedad lírica en Amnesiac pero, a la manera del minotauro que se cubre los ojos en la portada, mejor es olvidar. “You forget so easy”.
Björk – Vespertine
One Little Indian Records
Disco a disco, Björk suele reaccionar contra sí misma a la hora de abordar un nuevo proyecto. La pedagogía cósmica de Biophilia, por ejemplo, fue sucedida por las confesiones conyugales de Vulnicura. El dolor profundo de ese álbum, articulado en sus arreglos de cuerda, fue sustituido por la dicha ligera y las flautas dispersas de Utopia. Y así en cada una de sus obras. El primer penduleo drástico se puede identificar en Vespertine, que respondió a las declaraciones cazadoras y la extroversión manifiesta de Homogenic con un disco sustractivo: la percusión volcánica se descartó a favor de texturas invernales y microbeats diseñados por la cantante islandesa (y cuya autoría fue adjudicada a Matmos por la prensa sexista de entonces). Esta idea de recolectar sonidos para recontextualizarlos rítmicamente, propia de la música concreta, buscaba capturar la calidez de la domesticidad: aquello que la compositora anhelaba después del rodaje tortuoso de Dancer in the Dark. Pero en el proceso de volver a casa, Björk se enamoró, y Vespertine terminó siendo una oda susurrada y tintineante a la pasividad, el goce y la feminidad tradicional: el equivalente sonoro a estar en una cabaña forestal tomando una taza de café mientras afuera cae la nieve.
The Strokes – Is This It
RCA Records
Fotos segundos antes del desastre. Faltando meses para que dos aviones impacten contra el World Trade Center, los Strokes tomaron una instantánea de un momento en el tiempo que desaparecería para siempre. En ella, el poeta laureado del ennui millennial, Julian Casablancas, supo capturar la experiencia de tener veintipico durante el cambio de siglo en la ciudad de Nueva York. Ese documento, Is This It, hizo de los Strokes una entidad tan irresistible que singularmente logró socavar la dominancia del nü metal y, al mismo tiempo, definir cómo luciría y sonaría el rock durante el resto de la década: absolutamente retro chic. Los Strokes catalizaron el revival del garage recuperando la crudeza sonora de The Velvet Underground, el interplay guitarrero de Television y la frontalidad desfachatada de los Ramones; todo esto en pantalones ajustados. Poco importaba si Casablancas no afinaba bien: la calidez analógica de “Hard to Explain” o “Last Nite” era lo suficientemente dichosa. Y lo mejor de todo, la atemporalidad de los Strokes nunca se basó en una postura frívola. La pregunta que titula Is This It, por más humorística que sea, sigue acaeciendo con el paso de generaciones.
The White Stripes – White Blood Cells
Sympathy For The Record Industry
Los White Stripes tenían dos discos a cuestas cuando publicaron White Blood Cells, su álbum consagratorio. Al igual que Is This It, el título de Cells guiñaba a la creciente exposición que estaba acumulando la banda (la discusión constante era sobre el parentesco del dúo: afirmaban ser hermanos hasta que se destapó que habían sido, en algún momento, un matrimonio). Y paralelamente a los Strokes, los Stripes fueron responsables de catapultar el revival, y también el último hurra, del garage rock. Desde el momento en que entran las quintas de Jack White por ambos canales de “Dead Leaves and the Dirty Ground”, queda en claro que White Blood Cells dista del blues de sus predecesores. Ni siquiera hay canchereadas de proficiencia técnica (como las habría luego en, por ejemplo, Elephant), cosa que, en 2001, no fue motivo para desacreditar a Jack White como intérprete; los platillos machacados de Meg sí tuvieron, sorpresa, una recepción mucho más pedante y sexista. White Blood Cells es un disco instrumentalmente económico, y tanto mejor por ello: “Fell in Love with a Girl” y “The Union Forever” dan fe de que estos enfants terribles nunca necesitaron de algo externo a su formación para sonar como un ejército de siete naciones.
Kylie Minogue – Fever
Parlophone
Las modas se reciclan aproximadamente cada veinte años. El 2020, entonces, hospedó el revival del revival del disco. La reivindicación original es atribuible a Fever de Kylie Minogue, una obra maestra del pop cuyo impacto fue tal que, por un lado, posibilitó el comeback meteórico de Madonna, y por otro, sirvió como punto de referencia desde donde medir los ejercicios de estilo que ofrecieron Dua Lipa, Róisín Murphy y Jessie Ware hace apenas unos meses. Antes de Fever, Minogue había intentado correrse del dance pop sin mucho éxito. El excelente Impossible Princess (esencialmente un disco de Garbage, pero mejor) no fue asimilado por el público de 1997, y Kylie fue desvinculada de su discográfica. En un intento de congraciarse con el mainstream, la australiana co-escribió Light Years, un cauteloso retorno a las raíces. Le fue bien, y Minogue decidió volcarse por completo en esa dirección. Erigiéndose con piernas interminables y una curvatura perfecta de espalda, Fever se anunció desde el arte de tapa como el momento glamazona de Kylie; una re-introducción infecciosa con la mira puesta en la dominación global. “Can’t Get You Out of My Head”, con sus “na-na-na”s, fue uno de los singles más exitosos de la historia; el resto de Fever suscribió a esa lógica. No hay una sola balada interrumpiendo el groove, solo influencias europeas y líneas de bajo propulsivas sosteniendo confesiones en la pista de baile.
blink-182 – Take Off Your Pants and Jacket
MCA Records
Representativo de una época y totémico para un nicho. Con Enema of the State en 1999, blink-182 recogió la postura alternativa “MTV-pero-odio-MTV” que dejaba The New Radicals y que ocuparía fugazmente Avril Lavigne. De la mano de un género tan energizante como el pop-punk, blink-182 capturó el zeitgeist para una generación entera de adolescentes. No obstante que el título de su cuarto disco sea un juego de palabras sobre masturbación, Take Off Your Pants and Jacket puede verse en retrospectiva como una maduración para una banda en transición. Los tonos de guitarra en blink siempre estuvieron bien, pero en Pants and Jacket incorporaron referencias a grupos como Fugazi y Refused, lo que sirvió para afilar un poco su propio eje (Box Car Racer, el proyecto paralelo de DeLonge y Barker, terminaría de encauzar esas inquietudes un año después). Afortunadamente, la evolución no se quedó en lo sonoro: “Stay Together for the Kids” mostró un pathos hasta entonces inédito en blink-182.
Daft Punk – Discovery
Virgin
Cuando el dúo francés Daft Punk publicó su segundo álbum, Discovery (very disco, veridis quo, como sea), su influencia se extendió a lo largo de los 2000. Desde facilitar el sample de un himno como “Stronger” de Kanye West hasta inspirar uno de los primeros virales de internet, las maquinaciones de Thomas Bangalter y Guy-Manuel de Homem-Christo consiguieron tender puentes en una época particularmente marcada por la segregación de escenas musicales. Precisamente, quizás lo más importante de Discovery fue la forma en que Daft Punk recicló, sin sarcasmo, estilos condenados al basurero de la cultura pop, volviendo a conferirles una nueva legitimidad: el solo a lo tapping de “Aerodynamic”, por ejemplo, acercó la electrónica a una audiencia rockera que quizás sostenía prejuicios errados sobre la legitimidad del género; pero también autorizó al segmento raver a aceptar algo que transgredía los límites de su propia forma de cabezadetermismo. Con Discovery, Daft Punk cautivó a todxs: crítica y comercio, gearheads y rockeros conversos, incluso fans de animé (Interstella 5555, una película íntegramente musicalizada por el disco, fue supervisada por el legendario Leiji Matsumoto). Este alcance desprejuiciado fue, en suma, congruente congruente con los valores horizontales y anti-personalistas de la electrónica, cosa que también puede decirse sobre la performance de los cascos. Es una pena que se los hayan sacado.