Corría el año 2002 y Argentina se quedaba sin bálsamos. Su eterna vía de sublimación, el fútbol, se truncó junto a una Selección que no pudo pasar a octavos de final en Corea-Japón. Los medios apelaron al morbo, circulando el cadáver de María Marta Belsunce por cada emisión televisiva, pero tampoco bastó para distraer al pueblo de lo que realmente acontecía: un país corroído por las políticas menemistas-cavallistas de la década anterior, reducido a la inflación, los corralitos y saqueos, y subsecuentemente abandonado por el presidente de turno. No parecía ser menos fatídico en otras latitudes: Estados Unidos continuaba su ocupación afgana, Elon Musk fundaba SpaceX y, em, Michael Jackson asomaba a su hijo desde el balcón de un hotel berlinés.
Sin embargo, mientras el mundo se desmoronaba, había música. Con el garage de regreso, DFA Records buscó hacer lo propio para la vertiente más dance del post-punk. William Basinski decoró sus cintas desintegradas con una foto de las Torres Gemelas; Bruce Springsteen, entretanto, animó su levantamiento simbólico en The Rising. La crítica enfiló detrás de Yankee Hotel Foxtrot de Wilco, con aportes del entonces omnipresente Jim O’Rourke; y el comercio se alió con la elegancia de Norah Jones. Ya en el espejo retrovisor del mainstream, Tori Amos disfrutó de un exitoso momento con Scarlet’s Walk, su grandioso viaje novelado en clave americana. En el páramo del rock, el crítico Greil Marcus declaraba a Sleater-Kinney como la mejor banda del mundo; y tanto Boards of Canada como The Streets lo fueron también, para sus respectivos géneros. Y más acá, finalmente, el pop argentino se reescribía en los escenarios subterráneos de Buenos Aires, entre el sudor y el glitter.
Al igual que el año pasado, Indie Hoy confeccionó un listado de diez discos que celebran su vigésimo aniversario y sintetizan, de algún modo, lo que fue el año 2002.
A-Tirador Láser – Otro rosa
Popart Discos
A simple vista, adentrarse en la obra de Lucas Martí puede parecer intimidante. Es uno de esos artistas prolíficos que, como tantos otros, no ha sido lo suficientemente canonizado, dificultando el establecimiento de un recorrido claro hacia el corazón de su discografía. Va una ayuda: puede que el mejor punto de acceso sea Otro rosa. El álbum, firmado por su banda A-Tirador Láser pero compuesto mayormente en solitario, encapsula todas las destrezas que singularizan a Martí como músico: cambios de tono, guitarras reposadas sobre bases electrónicas y una acumulación ávida, por no decir compulsiva, de acordes. Maximalismo que, no obstante, nunca va en desmedro de una clara sensibilidad pop: “Rasante oscuridad” será un himno indie, pero las melodías preciosistas de Lucas en ningún momento dejan de recostarse sobre los timbres pasteles de Migue García en el Wurlitzer y Yuliano Acri en el Rhodes.
Mariana Enríquez le dio en el clavo: “La enmarañada búsqueda de acordes y armonías de Martí, sumada a estructuras libres, lejanas a la canción pop, pueden sonar recargadas en una primera escucha, pero basta dedicarle atención para encontrar esos recodos que convierten a Tirador Láser en ese paraje que deslumbra cuando uno se acostumbra a la atmósfera”. El que no se acostumbró fue Pappo, quien antecedió a Will Smith con una piña sobre el rostro de Martí, en pleno bar de Palermo; episodio que Lucas llegó a relatar en Intrusos, frente a un Jorge Rial que le decía Martín.
Avril Lavigne – Let Go
Arista Records
Con la mira puesta en replicar el fenómeno Alanis, L.A. Reid (CEO de Arista Records) buscó reclutar a una coterránea lo suficientemente joven como para cautivar a la generación Punk’d. Avril Lavigne, quien por entonces tenía diecisiete, estaba chequeada vocalmente: integraba un coro y, a través de un concurso de canto, había llegado a compartir escenario con Shania Twain. Reid consiguió firmarla y, casi al instante, Lavigne estaba siendo trasladada a Los Ángeles, donde compuso las canciones que integrarían su debut, Let Go, con asistencia de The Matrix en las labores de producción.
Si el disco vendió 16 millones de copias, no se debió solo a la destreza de Lavigne como melodista. En el 2002, faltando una década para el asalto del poptimismo, Avril fue posicionada como un antídoto al modelo, entendido manufacturado, de Spears-Aguilera. Mientras el resto de las divas exploraban cuán bajo llegaba el tiro del pantalón, ahí estaba Avril, mostrándose encorbatada o cruzando sus brazos sobre la ropa más holgada posible (su portada para Rolling Stone, de hecho, llegó a apodarla Britney slayer, noción que Avril rechazó desde el vamos). Esta idea de lo auténtico como punto de venta implicó el escrutinio, no desacertado pero sí sexista, de las credenciales punk de la motherfucking princess; acusaciones no tan alejadas del hombre que solicita un ranking de canciones cuando una chica profesa su fanatismo por determinada banda.
Así se esté en contra o a favor, Let Go tiene el mérito unívoco de haber sido escrito por una adolescente, de registrar las formas en que una joven de diecisiete se narra a sí misma, con 3rr0r3s de t1p30 incluidos (y lo hace con sinceridad sobrante, la vocalización que sigue al segundo verso de “Nobody’s Fool” da pauta de ello). En ese sentido, Avril fue precursora de mucho más que los meet & greets socialmente distanciados: el éxito del disco permitió, en el corto plazo, el revival de Green Day y, en el más largo, la aparición de Billie, Olivia y Lil Peep, centennials que reivindicaron las propuestas estéticas de principios de siglo. Let Go es un viaje inmediato a ese momento en el tiempo, un artefacto nostálgico tan pegajoso como un ojalillo y tan fiable como unas Vans cuadriculadas. Citando a Rory Gilmore: “Es el mundo de Avril Lavigne, solo estamos viviendo en él”.
Beck – Sea Change
Geffen Records
En aras de su promoción, Sea Change fue comercializado como el momento auténtico de Beck; un disco de ruptura donde el estandarte de la apatía Gen-X dejaba entrever su verdadera identidad, abandonando los samplers en favor de la guitarra acústica. La verdad no es tan así, por dos motivos. Para el momento de su publicación, las canciones ya tenían dos años de antigüedad, y Hansen las canta más desganado que dolido, más desde las postrimerías del duelo que desde su cresta. Sea Change no es un melodrama, es un álbum de resignación abatida (“I’m tired of fighting for a lost cause”, dice en un single que termina con un resoplido; y en “The Golden Age” insiste sobre la misma idea). Pero, de base, sería errado hablar de una faceta más auténtica para festejar a un artista que ha abrazado al artificio como principal instrumento de expresión. La melancolía de Sea Change está tan estetizada como la calentura de Midnite Vultures; y el postureo de cantautor (que, en 2002, Beck ya había adoptado dos veces, con Mutations y One Foot in the Grave) no es ni más ni menos real que el resto, ni mejor ni peor.
En palabras de Hansen: “Todo el mundo tiene distintos aspectos. Este disco representa una buena porción de mí. Tiene un poco de melancolía, pero también una cierta honestidad relajada. Es un cliché pensar que el lado más tranquilo y melancólico de alguien es su costado más real”. Lo que sí se puede afirmar, sin embargo, es que existen distintos grados de éxito en una excursión sonora; y Sea Change es un excelente ejercicio de estilo, quizás el mejor ejecutado por Beck. Con arreglos de su papá, David Campbell, y producción de Nigel Godrich, Sea Change porta un dinamismo particularmente interesante, evidente en los diálogos de guitarra-bajo-cuerdas que acontece al final de “Paper Tiger”, en claro homenaje a Serge Gainsbourg.
The Flaming Lips – Yoshimi Battles the Pink Robots
Warner Bros. Records
Cuando los Flaming Lips se reinventaron como banda de pop sinfónico, el mundo según Wayne Coyne cambió: aparecieron las percusiones programadas, las cuerdas sintetizadas y las burbujas gigantes, además de un público numeroso que desconocía los orígenes ruidosos del proyecto. Yoshimi Battles the Pink Robots, el décimo álbum de la banda, enmarcó ese proceso de expansión. Con Dave Fridmann detrás de las consolas, el disco parece seguir algunos pulsos narrativos de Neon Genesis Evangelion. Ambas obras parten de protagonistas que se rehúsan al combate (“Fight Test”), pero el conflicto se sobrepone (“Yoshimi Battles the Pink Robots, Pt. 2”) y de la tragedia se desprenden meditaciones sobre lo finito (meditaciones cuya abstracción, en los dos casos, fue malinterpretada como un abandono del concepto).
El principal encuentro entre Coyne y Hideaki Anno, sin embargo, es su entendimiento de la ciencia ficción (y, específicamente, del subgénero mecha) como herramienta extractiva de emoción humana. Yoshimi, en verdad, es la versión ficcionalizada de una fan que falleció tras una lucha contra el cáncer; y su elegía, “Do You Realize??”, encierra la tesis del disco: “Everyone you know someday will die”, así que carpe diem. La canción podría haberse empantanado en el miserabilismo, y Coyne remata la progresión con un acorde menor, aunque también reserva la última línea para reiterar la frase inaugural. Porque la verdad cíclica que tiene más peso: “You have the most beautiful face”.
Gustavo Cerati – Siempre es hoy
BMG
En sintonía con el mensaje que enarbolaron los Lips, tanto en “Do You Realize??” como en su contestación inmediata “All We Have Is Now”, Gustavo Cerati también retomó la noción homérica de aprovechar el día, reformulando la locución en sus propios términos. “Siempre es hoy”, muletilla que lo acompañó durante la composición de su tercer disco solista, terminó oficiando de título para una obra groovera cuyos intereses pendulaban entre el deseo, el recelo y el azar. “Proyecto a través del hoy -le explicó Cerati a Oscar Jalil de Rolling Stone– El ahora es una idea que está en mis letras desde hace tiempo”.
Y el presente de Gustavo, en 2002, fue el que más se alejó de Soda Stereo, equidistando de su disolución y subsecuente reunión por cinco años. La fórmula que sustituyó a Alberti-Bosio se apoyó sobre las bases electrónicas de Etcheto–Fresco–Zuker, los ritmos de Nalé-Moscuzza y los coros de Loló Gasparini. Rodeado por tanto talento, Cerati se vio instado a componer desde lo interpretativo, corriéndose así de la sampleadelia que fundó Bocanada. En palabras suyas para E!, Siempre es hoy es “un disco más hecho en vivo. Yo iba dirigiendo las composiciones en base a las interpretaciones de todos. Eso tiene una energía mucho más para afuera, más rockero”. Ni que el ex-Soda necesitase citar compases; invitó personalmente a las teclas de Charly García, las armonías de Deborah de Corral y el bombo de Domingo Cura. Un sample que sí conservó, en “Karaoke”, fue el de la chilena Violeta Parra, cuya nacionalidad parece guiñar a una idea: Siempre es hoy sí es un disco de divorcio.
Interpol – Turn on the Bright Lights
Matador Records
Turn on the Bright Lights, el debut de la banda neoyorquina Interpol, volvió a ser objeto de debate cuando Pitchfork, en un acto de revisionismo histórico, decidió restarle dos puntos y medio en octubre del año pasado. No es difícil entender por qué: los puntos de apoyatura del disco (Chameleons, Joy Division) son tan inmediatamente reconocibles que podrían sentenciar el descolorido añejo de cualquier emulación. Y sin embargo, donde este disco refulge, como suele suceder con el post punk, es en la expresión sincera de la desidia circundante. Si entonces se capturaban las periferias fabriles de Thatcher, Turn on the Bright Lights se ocupó de manifestar los escombros de la Nueva York post-9/11, funcionando como una suerte de contracara nocturna a la frescura más chispeante que ofrecían The Strokes. “Subway is a porno”, lamenta el barítono de Paul Banks, y “NYC” sitúa a su audiencia ahí mismo, con ritmos que fluctúan como lo haría un subte por llegar a su próxima estación.
El revival impulsado por Turn on the Bright Lights fue pastiche, pero nadie ejecutó el género mejor que Interpol; y eso es atribuible, retrospectivamente, a las líneas de bajo que aportó Carlos D, quien dejaría la banda en 2010 para perseguir una carrera actoral. Resulta que nunca disfrutó mucho del instrumento (Peter Hook, graciosamente, voluntarió para ocupar su puesto).
Jaime Sin Tierra – …lo que va a encandilar es el día
Discos Sin Tierra
En “Inquieto”, la pieza central de …lo que va a encandilar es el día, Nicolás Kramer se pregunta a sí mismo quién es. Es un momento de duda que no debería contemplar formas sonoras; en 2002, al menos en términos de identidad artística, hubo pocas bandas argentinas más redondas que Jaime Sin Tierra. Su tercer LP, el último con Sebastián Kramer y primero con Javier Diz, terminó de depurar la distorsión originaria para asentar de manera definitiva la fórmula Sin Tierra: bellezas bajadas al formato canción, adornadas por los teclados y loops de Juan Stewart. Esta sonoridad, nacida entre milenios (o entre el Nuevo Rock Argentino y el indie de Laptra, también podría decirse), posicionó a JST como referentes de lo que el crítico Pablo Plotkin definió en su momento como “nueva melancolía argentina”. Y aunque no falten los relatos sobre relaciones a distancia, …lo que va a encandilar es el día va un poco más allá de las penas. Una imagen luminosa enciende el título, hasta entonces destinado a accidentes viales; donde los autos chocaban y los aviones estrellaban, ahora hay viajes en los que late más fuerte el corazón. No es “no tenés amigos”, es “no te desanimes”.
Juana Molina – Tres cosas
Independiente
Si Segundo fue el disco con el que Juana Molina estableció su identidad artística, Tres cosas fue el que empezó a madurarla, sustrayendo en formas pero incorporando, paralelamente, su famosa loopera Boss RC 20-XL. Como le explicó a María Moreno en Página/12: “En Tres cosas agarré la parte más cristalina y esencial de cada canción que es la melodía y le puse acompañamiento sencillo. Segundo es un disco que tiene tantas capas que ya no le entra nada más. Con Tres cosas quise hacer lo opuesto”.
El álbum abre acogiendo la incerteza como motor (“Es así: No es verdad y nada es tan cierto”), admisión que no solo refresca entre los absolutismos del 2022 sino que también parece contestarle por anticipado a Isabel, unos temas después y pasado mucho tiempo. Por su lado, la canción homónima anuda, en cada uno de sus versos, los distintos carriles que transita el disco en su totalidad. La estrofa dedicada a Ana en el cielo se encuentra en consonancia con la sensación de pérdida que reaparece en “Isabel”, “Solo su voz” y “Zamba corta” (y, al igual que esas, arranca con un motif de guitarras). La bandera estrellada, intervenida por la entrada de graves, se condice con “Sálvese quien pueda” y “El progreso”, que protestan el atropello de las políticas neoliberales (y que le valieron a Juana, por algún motivo, un trato particularmente arisco de parte de Jorge Guinzburg. Y las últimas líneas, en tributo al mundo natural, retoman el pasmo de “El cristal”, donde pasajes de sintetizadores evocan el fondo del mar; riqueza tímbrica que germinó de su asociación creativa con Alejandro Franov. En una entrevista con Indie Hoy, Molina mostró ambivalencia en cuanto a la pulcritud de los timbres de Tres cosas, pero la belleza diáfana del álbum terminó de consolidar su quiebre comercial: un Coachella, un personaje de Pixar, una gira como apertura de David Byrne y una mención de Jon Pareles entre los diez mejores discos del año según New York Times.
The Libertines – Up the Bracket
Rough Trade
The Libertines tienen el mérito de haber sido la primera banda en revivir al garage rock del otro lado del Atlántico, en un momento donde la isla británica barría los restos del brit pop y apostaba en favor de las baladas descremadas de Coldplay, Travis y Westlife. “New York City’s very pretty in the night time, but don’t you miss Soho?”, desafinaban Pete Doherty y Carl Barât, postulándose como una alternativa decididamente inglesa a los Strokes (en una canción cuyo título guiñaba a Burchill-Parson, como para que no quepan dudas de las aspiraciones NME-escas del proyecto). Y donde Casablancas se nutría de Lou Reed y Television, estos Withnail & Marwood rockeros mamaron de la arrogancia literata de Morrissey y del desparpajo sonoro de The Clash, al punto de contratar a Mick Jones como productor.
“Me recuerdan a The Clash porque tienen la misma dinámica, dos guitarristas batallando -afirmó Jones a Johnny Davis en un perfil temprano del grupo-. Pero también tienen esto otro. Creen en una verdad”. Esa verdad: Arcadia, aquel reino de liberación sensorial al que los Libertines pretendían acceder mediante un barco llamado Albión (el squat de Stoke Newington donde dieron sus primeros pasos, curiosamente, estaba situado en Albion Road). Escuchando Up the Bracket se aprecia ese hedonismo: en las botellas volcadas de “I Get Along”, en los coros de cancha de “Boys in the Band” y en el solo que cierra “Death on the Stairs”. También, aportando un colorido distinto al disco, en la terapia grupal de “Tell the King” y en la protesta política de “Time for Heroes”.
Miranda! – Es mentira
Pelo Music Group
Cuando el rock alternativo fue subsumido por la masividad radial, el under nacional regresó a Virus y encontró en el baile su nueva forma de resistencia. Miranda!, que desde el signo de exclamación propugnaba su desinterés por la mesura, se convirtió en el mayor exponente de una escena que también incluía a Adicta y Leo García, imantando al guitarrista Lolo Fuentes y ascendiendo a la ubicuidad mediante demos circulados, presentaciones en Cemento y la promoción exitosa del canal Locomotion. El debut inevitable, Es mentira, actualizó la fórmula de los Pimpinela, tendiendo programaciones y colchones de teclas para los melodramas teatralizados de Ale Sergi y Juliana Gattas.
El impacto de Es mentira fue inmediato: canciones como “Bailarina”, “Romix” y “Tu juego” revalorizaron singularmente nuestra concepción del pop, en un contexto decididamente rockista y misógino. Como bien escribió Natali Schejtman: “Los varones Miranda!, si bien siempre cantan de relaciones chico-chica, no están exentos del mote de ‘puto’ que persiguió prácticamente a cualquier rockero que no se subió a una Harley Davidson”. La ironía reside en que Sergi, como orfebre del pop, entendió mejor que nadie a la figura de Prince, conquistando además a otro prócer del rock como lo fue Gustavo Cerati (Gus, de hecho, votó a “Imán” como la mejor canción del año en la encuesta del Suplemento Sí). En una escucha de Es mentira junto a Tim Burgess y Joaquín Vismara, Sergi dijo de “Imán”: “La segunda canción que compuse para Miranda!, pero la primera que le mostré a Juliana. En el momento en que la cantamos por primera vez, yo siento que Miranda! cobró vida”.