Lejos y a la distancia de los legendarios hechos de 1967, se esconde un año clave en la historia de la música moderna y la cultura occidental. Desde mediados de 1965, el consumo de LSD había comenzado a masificarse dentro de la cultura joven e impactaría en la manera de percibir al mundo y concebir al arte. Así volvía a tomar fuerza una idea, ya expresada por los románticos alemanes 150 años atrás, de que el arte no es algo ornamental, sino que puede contener aspiraciones de modificar la realidad.
Para comenzar a indagar en los orígenes del popularmente llamado “verano del amor”, primero debemos remontarnos al proceso contracultural que se había iniciado en los Estados Unidos algunos años antes. Por un lado, hubo una amplificación del conocimiento de la literatura beatnik de fines de los años cincuenta y el trabajo de escritores como Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti, entre otros.
Por el otro flanco, la cultura psicodélica, término que surgió como un neologismo creado por el psiquiatra inglés Humphry Osmond (precursor de los tratamientos terapéuticos con LSD) y que significa “manifiesta el alma”, se había empezado a popularizar en el territorio norteamericano de la mano del escritor Timothy Leary. Leary fomentaba el consumo del LSD como una herramienta para transformar a la sociedad norteamericana, a la cual diagnosticó como “enferma por el consumo material compulsivo y las ansias de poder y guerra que la constituían”.
Estas dos vertientes contraculturales fueron acercándose al mundo del rock de los sesenta a través del escritor Ken Kesey y su colectivo artístico The Merry Pranksters, que el escritor Tom Wolfe retrató en su libro The Electric Kool-Aid Acid Test. Sus famosas “pruebas de ácido” realizadas en festivales y recitales ayudaron a afianzar y masificar la unión del LSD con la cultura musical.
A partir de 1966, una serie de obras sentaron las bases musicales de la revolución cultural que sucedería a ambos lados del Atlántico: en Gran Bretaña sale Revolver de The Beatles; mientras que en Estados Unidos se publica el single de The Byrds titulado “Eight Miles High”, considerado por muchos como la primera canción de rock psicodélico. Los discos Pet Sounds de The Beach Boys en California y If You Can Believe Your Eyes and Ears de los neoyorquinos The Mamas & the Papas completan esta lista de trabajos que capturaron un clima de época y cambiarían para siempre la historia del rock.
Podemos distinguir tres vertientes musicales dentro de la cultura psicodélica, que transformaron a toda una juventud y les dieron una nueva forma de percibir la realidad. Primero está la psicodelia norteamericana, influenciada por el folk y otros géneros nativos como el country. Bandas como Jefferson Airplane, Grateful Dead y The West Coast Experimental Pop Art Band tomaron esto para crear un sonido lisérgico que también reflejaba el ambiente que se vivía en las comunas de jóvenes en los Estados Unidos. En California también tuvo lugar otro tipo de experimentación psicodélica de la mano de The Doors y su disco debut homónimo de 1967, que conectaban la psicodelia con un espíritu de mística y sublevación.
En segundo lugar estaban The Beach Boys y The Byrds, que ampliaron sus influencias para incluir el espíritu lúdico y experimental de la psicodelia británica. Ambas bandas supieron explotar las armonías vocales y los arreglos orquestales que se volverían recursos esenciales en el sonido de artistas británicos como The Beatles, The Rolling Stones, The Kinks, The Who y The Zombies. Estas últimas bandas formarían la tercera vertiente, la psicodelia británica, más barroca y moderna en cierto modo que la norteamericana. Como producto de la colonización del Imperio Británico en India, el sitar se permeó en la instrumentación de muchos de estos artistas ingleses.
Mientras la cultura psicodélica en Estados Unidos había surgido como una respuesta al frenesí del consumo que los llevó a reencontrarse con el pasado y la tradición, en Inglaterra el panorama era otro: la mayoría de los jóvenes tenían problemas de acceso a una vivienda y ni siquiera podían pensar en comprarse un auto. Entonces su acercamiento a la experiencia psicodélica parte de la necesidad de desplazar mentalmente la diaria hostilidad urbana, adoptando una actitud más modernista al incorporar los últimos recursos tecnológicos de los estudios de grabación de la época.
Los eventos que sucedían en el UFO Club de Londres desde 1966 habían generado un importante interés por la nueva corriente musical, pero recién podemos hablar de una masificación de la psicodelia a partir de febrero de 1967 con el lanzamiento del single “Strawberry Fields Forever” de The Beatles. Un mes después, la vanguardia musical de ese entonces encabezada por Pink Floyd y su cantante original Syd Barrett intensificó la propuesta con el estreno de su futurista canción “Arnold Layne”.
Esto cimentó el camino para que el 26 de mayo saliera el legendario Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. En su revolucionaria obra, la banda de Liverpool se animó a atravesar diversos géneros musicales que iban desde el music hall y el pop barroco, hasta la música oriental india y las orquestaciones sinfónicas. Así The Beatles definió el horizonte artístico de ese entonces y la futura evolución del rock británico que profundizaría su fusión con la música clásica con Atom Heart Mother de Pink Floyd y Tommy de The Who.
La intención de ejecutar pequeñas óperas de rock quedó confirmada cuando The Who publicó The Who Sell Out y The Kinks su excelente Something Else. Incluso los reyes del rythm ‘n’ blues The Rolling Stones, cerraron el año publicando Their Satanic Majesties Request, el disco más barroco y experimental de su carrera. Desde el arte de tapa hasta la producción musical, intentaron emular mucho de lo que The Beatles habían querido hacer con Sgt. Pepper’s, e invitaron a Lennon y McCartney a sumar coros en la canción apertura del disco, “Sing This All Together”.
Una mención aparte merece el caso de Brian Wilson, líder creativo de The Beach Boys, quien experimentó fuertemente con el LSD. Sus experiencias con el ácido ampliaron su percepción y lo llevaron a romper con los límites convencionales de la música pop, así como quedó retratado en el clásico Pet Sounds (1966) y el ambicioso e interminable proyecto titulado Smile. Hacia el final de este proceso de producción, Wilson sufrió una crisis nerviosa y depresiva que lo llevó a permanecer postrado en la cama de su habitación durante casi tres años. Mientras, la banda decidió publicar una versión más simplificada de esta incompleta obra que fue titulada Smiley Smile (1967), y una versión más fidedigna titulada The Smile Sessions finalmente vio la luz en 2011.
Pero quizás el paréntesis artístico más emblemático de la psicodelia británica sea el álbum debut de Pink Floyd, The Piper at the Gates of Dawn (1967), cuyo título alude a la novela infantil de Kenneth Grahame titulada The Wind in the Willows (1908). El sonido futurista que atraviesa el álbum lo convierte en una obra distinta y avanzada para su época, uniendo composición e ideas de producción con una creatividad vanguardista. Incluso pareciera haber una suerte de destino paralelo entre su cantante, Syd Barrett, y Brian Wilson. Ambos rompieron con gran parte del paradigma sonoro de la psicodelia y la música pop de su tiempo, y ambos también terminaron con sendos agotamientos nerviosos que los llevaron a la reclusión personal. Barret se retiraría de la música después de sus dos álbumes solistas (The Madcap Laughs y Barrett de 1970). Por su parte, Wilson volvería a integrarse a The Beach Boys recién hacia mediados de los setenta y a presentarse en vivo con su banda en 1983.
1967 pareciera ser el año en el que la contracultura tomó el poder. La importancia del álbum como obra que apuntaba a un universo en sí mismo y desplazó al single como principal herramienta de negocios en la industria de la música, favoreció a que el pop profundice su ambición artística y conceptual. Su impacto se ve reflejado en los cambios sociales, políticos y culturales de aquellos tiempos, en donde la hegemonía de sentido determinada por el poder dominante estuvo muy cerca de caerse a pedazos. 1967 es un recuerdo del pasado y al mismo tiempo una optimista posibilidad de futuro, en el sentido que la utopía de transformar al mundo a través del arte y la armonía espiritual sería siempre una posibilidad vigente.
Algunas décadas atrás, el filósofo francés Jacques Derrida ideó el concepto de “hauntología”, retomado recientemente por el teórico inglés Mark Fisher. El mismo habla del sentimiento de nostalgia que atraviesa a gran parte de la cultura actual por los futuros perdidos o las ideas que fueron canceladas por la posmodernidad. Quizás, meditando en las experiencias y el legado artístico de aquel año, se podría volver a tomar en cuenta la importancia de lo artesanal en detrimento de los panoramas culturales del presente y su alianza con las más hegemónicas formas de la industria musical. De hecho, la erradicación de perspectivas radicales dentro de la música y el arte en general en gran parte se deben al espíritu corporativo que atraviesa las relaciones sociales y culturales actuales del presente.
Pasados 55 años de aquel 1967, quizás el futuro llegó hace rato y escuchando algunos de los discos mencionados y el contexto en el cual se construyeron descanse la posibilidad de volver a hacer de la música una herramienta esencial para imaginar un porvenir mejor y alcanzable.