Un día como hoy, 18 de mayo, pero de 1980, se quitaba la vida el joven Ian Curtis, con apenas 23 años y teniendo una hija pequeña. Una soga en el cuello y un salto al vacío, pero su música inmortalizada en Joy Division. “Vivir rápido, morir joven y dejar un cadáver bonito” es la frase que se la adjudica al recuerdo del Club de los 27, pero Ian Curtis fue más deprisa. Siempre se mantuvo en el lado oscuro rechazando entrevistas y eso aumentaba el misticismo, pero mirando varias de sus fotos se puede hacer una mayor lectura de todo lo que dicen sus ojos. Ian Curtis era más parecido a la idea de un escritor que a la imagen de una estrella de rock. Nació en ese período oscuro de la historia que fue la posguerra. Vivía en Manchester, un paraíso industrial que en poco tiempo fue un centro posindustrial. Vio nacer el punk en el primer show de los Sex Pistols, pero su música es considerada post-punk. Todo es pos en Ian Curtis y todo tiene que ver con todo en pos de su muerte.
Las referencias literarias de la banda son muchas, la primera tiene que ver directamente con su nombre que salió de la novela llamada House of Dolls, escrita por un sobreviviente de los campos de concentración bajo el seudónimo de Ka-Tzetnik 135633, su patente de prisionero. La protagonista es una chica de catorce años catalogada como “prisionera de calidad” que debía ser la esclava sexual de los soldados alemanes, a eso le llamaban la Joy Division. Y esa estética de retomar los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial se vieron llevados acabo por este grupo de jóvenes de un modo que rozaba la fascinación por abocar a lo prohibido y perturbar con la ironía de una manera muy fina. Joy Division lejos está de ser considerado nazi, sino que nazi era el aire que estaba en todos lados porque aun se respiraban las cenizas del pasado y la población estaba asustada y confundida. Pero, parafrasaeando a Godard, el olvido del exterminio forma parte del mismo exterminio. Joy Division jugaba con sarcasmo para adornar las sombras que describían su época, reflejándose en su gente y ellos eran los encargados de transmitirles con canciones el clima agobiante que se inhalaba, mientras se tapaba el sol con paredes gigantes de cemento a una ciudad que crecía en la industria textil.
Al poco tiempo el crecimiento cayó. Ian Curtis era un arduo lector de Ballard, imaginaba a Manchester como aquella isla de cemento de la que no se podía escapar. Todas las mañanas caminaba hacia la fábrica por lo que luego eran espacios abandonados al ser deshabitados por la quiebra, las altas chimeneas ya no tiraban humo pero sin embargo las nubes negras estaban presentes. Su música sonaba a metal, pero no al género, sino a la materia prima, y esto fue gracias al trabajo experimental de producción, que se sometió a situaciones muy particulares como por ejemplo baterías que se grababan en rincones como el baño o en lugares tan dispares como en una terraza a cielo descubierto. Joy Division quería sonar como su realidad social lo ameritaba. Se respiraba un clima tenso de decepción social, como subir una escalera y perder el escalón. Entonces, bajar muy lento. Se supo perfectamente traspasar esto a su melodía, por eso Joy Division da esa continua sensación de descenso y más aún teniendo en cuenta toda su discografía; echando un vistazo antes de tener su nombre original, su disco como Warsaw hasta Closer. Su música se fue despojando de toda velocidad y agresividad del punk, como si el dibujo perfecto para ilustrar el post-punk en Joy División fue el de una fábrica que cerró y dejó de funcionar. Por eso New Order tuvo que ir por algo tan distinto.
Ian Curtis sufría de epilepsia, hubo hasta veces que le agarró un ataque en plena presentación. Él la describía en su lírica como evocando a rincones donde su figura se encontraba por momentos y de forma muy solitaria, como por ejemplo la Interzona [“Interzone“], que es un término de Burroughs; o “Colony“, inspirada en un relato de Kafka. Lo importante es que Ian encontraba en la literatura una fuente para su narrativa, imaginando lugares cerrados y representándolos con una tonalidad grave como si se estuviera atravesando un túnel o estar en un pozo profundo. Pensar a Ian Curtis como esa figura literaria que se escapó de la Sociedad de Control, donde los fármacos eran la nueva arma del estado y todo destello de espíritu era apaciguado químicamente.
Sus canciones marcaron a muchísimas bandas que exceden al género donde se lo ubicó, bandas como The Cure hasta Arcade Fire, las han tocado en vivo pasándolas a su versión; y hasta hay una filmación de Radiohead en el estudio tocando “Ceremony“, canción que Ian tocó por primera y última vez en el último recital que dio en su vida. Y esta canción que Ian Curtis nunca se animó a cantar es justamente el puente entre Joy Division y New Order.
La noche de su muerte fue encontrado ahorcado, había terminado de ver Stroszek de Werner Herzog en la televisión y estaba sonando el disco The Idiot de Iggy Pop. Joy Division estaba por emprender su gira a Estados Unidos. En su lápida lleva inscripta la frase que dejó tatuada en la memoria colectiva: El amor nos va a destrozar.