No importa si no te gusta Fito Páez, si no te gusta su música, sus simpatías políticas o su personalidad histriónica. Muchos de quienes ven series con regularidad pero todavía no vieron El amor después del amor dicen lo mismo: “no la voy a ver porque Fito me cae mal”. Está claro: Fito no es Charly García o Luis Alberto Spinetta. Se trata de un artista que divide aguas y está más cerca de figuras como Andrés Calamaro o Gustavo Cerati.
Pero nada de eso importa al sentarse a ver los ocho episodios de la serie de Netflix porque lo que vemos es un retrato de época que excede al personaje: es la historia del rock nacional de los ochenta. En definitiva, es la educación sentimental pura y dura para esas generaciones que fueron adolescentes o adultos jóvenes por aquel entonces. Y a juzgar por el tratamiento, por el amor en esos cameos y detalles, también lo fue para sus creadores.
Para quienes no hayan vivido esos años, ver El amor después del amor junto a los padres es una gran experiencia porque seguro se emocionan y se cantan todo. Pero para el público más joven es también una buena manera de entender que el rock en algún momento estuvo vivo y fue una activa fuerza constructora de identidades entre la juventud argentina.
Sí se le puede criticar a El amor después del amor el abuso de lugares comunes, sobre todo en su estructura narrativa, pero es que la vida de Fito Páez es una biopic de manual y lo deja todo servido: su infancia en Rosario, sus traumas de niño, una adolescencia durante la dictadura militar, una tragedia familiar que en su resolución tiene una vuelta de tuerca aún más terrible, y la caída y resurrección absoluta de un artista, rompiendo todos los récords con el disco homónimo que resultó ser el más vendido de la música popular argentina.
Al igual que la serie Maradona: Sueño bendito (2021) que concluye con la consagración del Diego en el Mundial 86 –y con la que comparte mucho de ese espíritu de golpear emocionalmente al espectador en su argentinidad– la de Fito también termina en lo más alto, en ese show impresionante en el Estadio Vélez en 1993 presentando su obra culmine. Lo que sigue después en ambas biografías ya no es necesario llevar a la pantalla.
Es cierto también que, al final del primer capítulo aparece Charly -siempre tan divo, diciendo “Me está copiando” cuando lo ve a Fito por la tele tocando en Obras con Baglietto-, es inevitable preguntarse cómo es posible que no se haya hecho primero una serie sobre él. Y la misma pregunta surge con la emoción infinita que produce la aparición del Flaco Spinetta en el sexto episodio. Fito Páez no será tan picante como Charly o no tendrá una carrera realmente seminal como Spinetta, pero su vida de película –esos primeros 30 años de su vida- tuvo todos los ingredientes necesarios para una serie atractiva, emotiva y de fácil consumo.
La dirección y la puesta -pocos créditos entre sus responsables y el showrunner Juan Pablo Kolodziej es, sin ir más lejos, el cuñado de Páez- no es la gran cosa, pero se compensa la falta de inventiva visual con un gran uso expresivo de canciones que son armas letales –”Seminare” de Serú Girán en una escena donde una yegua da a luz es algo que no puede fallar- y buen criterio en los montajes que hacen paralelismos entre el pasado y el presente del protagonista, como ese crush con Fabiana Cantilo (Micaela Riera) cuando la ve por primera vez y que le hace acordar a su niñera de la infancia. El amor después del amor es una serie para disfrutar sin tanto análisis, apela un poco a lo irracional y su intención no es descubrir la pólvora ni mucho menos.
Lo importante es que lo que tiene que hacer lo hace extremadamente bien y ahí el casting se lleva todos los aplausos. Iván Hochman como Fito, Andy Chango como Charly y Julián Kartun como Spinetta ponen el cuerpo entero con total compromiso y no pudieron ser mejor elegidos. Además, con excepción del primero que al cantar fue doblado por el músico Agustín Britos, el resto pone sus propias voces en las canciones. El resto del elenco también es sobresaliente con Martín “Campi” Campilongo a la cabeza como el sensible padre de Fito.
Otras decisiones que generan mucho placer y se agradecen son los guiños constantes a aquella época, como la mención de lugares clave –la mayoría ya extintos– como el Parakultural, el hotel Bauen, el estadio Obras Sanitarias e incluso Pippo y sus legendarias pastas de la noche porteña. Los cameos de escenario, con versiones de Los Twist, Virus y Don Cornelio y la Zona tocando en vivo estrujan el corazón. Y también hay algunas anécdotas de estudio de grabación para melómanos, como la dificultad de Fito para llevar al vivo en su teclado “Ojos de videotape” de Charly o cómo surgió el arreglo de bandoneón en la canción “Giros“.
Son esos detalles lo que elevan a la serie de su fórmula convencional y su formalidad técnica para convertirse en un chocolate dulce, por momentos amargo –quizás el dato biográfico más conocido de Fito sea lo que pasó con sus abuelas y ese capítulo llega inevitablemente-, que no se puede dejar de comer hasta que se acaba.
El amor después del amor está disponible en Netflix.