“‘Virna’ es un tema que las referencias son los Pistols. Ese día me acuerdo que estábamos jodiendo con que a Lu la tenía que poseer Johnny Rotten”, recuerda Juana Gallardo entre risas, mientras Lucila Storino emula con gestos enérgicos la electricidad del músico británico. Pero para entender el guiño, tenemos que remontarnos hacia las raíces de Dum Chica.
Juana conoció a Lucy mientras recitaba poesía, rápidamente se vio intrigada y fascinada por su dote para la performance. Este encuentro marcó el comienzo de una nueva amistad y colaboración musical que se extendería a unas clases de piano.
“Yo me entusiasmé porque hay algo que siempre quise hacer: tocar el piano y que alguien recite sus poemas encima -cuenta Juana en conversación con Indie Hoy-. Pensé que ella quería eso porque no sabía que ella quería hacer música. Pero después salió esto, que me parece una locura”.
La evolución artística puede ser un camino fascinante. Para aquellos que han seguido a Dum Chica desde sus inicios, es intrigante cómo la idea de unas clases de piano pudieron dar lugar a una banda tan explosiva. Sin embargo, es en ese contraste donde radica gran parte de la magia. Aunque la conexión directa entre lo clásico y lo que hace el trío pueda parecer lejana, es en la exploración, la experimentación y el deseo de romper barreras donde se encuentra su sonido.
“Igual, para mí, medio que vos tocás el piano con el bajo”, le dice Ramiro Pampin a su compañera de las cuatro cuerdas. Rama llegó a Juana a través de Lucy, a quien conoce de toda la vida, manteniendo una conexión profunda que se demuestra en la armonía y química que logran tocando juntos.
Juana enseguida le responde con una confesión: “Yo no quería tocar el piano cuando era chica. Tomé clases solo porque me había contado un músico que era la puerta a otros instrumentos. Como que si dominabas el piano, podías tocar cualquier otra cosa. Pero yo tenía muchas ganas de hacer ruido, hacer punk y hacer cosas más ramoneras, más Dead Kennedys. Con el piano no sentía lo que siento cuando toco el bajo. Realmente yo no sé tocar el bajo, pero siento que el sonido que le saco es más crudo que lo que le saco al piano. Yo soy muy tímida con el piano además, con el bajo en cambio siento que me llevo mejor en el escenario y que se pueden hacer otras cosas, es otro sonido”.
Al renunciar a la idea de una guitarra y sintetizadores, Dum Chica despojó su música de cualquier exceso instrumental, inyectando una brutalidad visceral en su formación de bajo-batería-voz. Su minimalismo extremo se convierte en un viaje sin filtros hacia las entrañas más salvajes y primigenias del corazón. Como si arrancaran la carne de los huesos de su sonido, la ausencia de capas superfluas permite que la banda se fusione en un torbellino de furia, dolor y adrenalina.
“Durante la cuarentena yo me copé mucho con Dios, la banda de los noventa -señala Juana-. Estaba re flasheada con esa formación porque me parecía que la voz tenía una presencia increíble, se escucha muy bien lo que dice, las palabras. Hay una poesía súper interesante en Dios. El bajo es todo re pum-pum-pum-pum y la bata muy manija, no para un segundo”.
Esta elección deliberada les permite explorar y maximizar la fuerza y la intensidad de cada instrumento, creando una dinámica sonora que pega en el pecho. “Probamos guitarras -admite Lucy con certeza-. De hecho, probamos dos. Pero no funcionó, yo me fui mal. Esto es algo que desde el principio fue así y los tres estamos completamente de acuerdo en que esto es así”.
“En términos musicales, una guitarra, un teclado o un sintetizador le agregaría cosas muy ricas a la banda, otros sonidos y cosas que con el bajo no podés hacer por un tema de acústica -agrega Juana-. Y estaría re bueno que haya alguien tocando eso, pero al mismo tiempo pienso que esto es algo muy distinto, algo que no está. Algo que las bandas, que son todas bandas amigas, no veo que tengan y eso me gusta”.
Esta decisión también resalta la importancia de la cohesión entre los miembros de la banda. La austeridad instrumental requiere que cada integrante se sincronice y se complemente de manera excepcional, generando una sinergia única que se decodifica en forma de estímulos. “Siento que somos muy dueños cada uno por separado de lo que hace -explica Lucy-. Tiene que ser muy perfecto como para que haya algo más. Está muy armado, y además, somos los tres muy quisquillosos, sería muy difícil”.
El relato de Dum Chica toma un giro cuando recuerdan el momento crucial en el que se miraron a los ojos y admitieron que algo no estaba funcionando en la grabación de su primer disco. Aquella noche coincidió con el cumpleaños de Lucy, pero en lugar de celebrar, se encontraban sumidos en la frustración de no poder concretar el sonido que anhelaban. Una sensación de locura comenzó a apoderarse de ellos mientras luchaban por encontrar la chispa que sabían que estaba dentro. “Ambos ese día me dijeron que había que grabar el disco de nuevo. Y yo respondí: Papi, ¿me estás jodiendo?”, recuerda Lucy.
La primera versión de lo que más tarde se titularía Dum no lograba capturar la esencia cruda que la banda buscaba transmitir. Con valentía y determinación, decidieron grabarlo nuevamente. Sabían que no podían conformarse con menos de lo que su corazón y su instinto les exigían. Fue en ese momento que decidieron contactarse con el productor Estanislao López, cabeza del sello Casa del Puente, para compartirle el disco, a lo que él les respondió: “Esto no suena un carajo, no suena a lo que son ustedes en vivo”.
“Me acuerdo de una fecha en Strummer, no sé si hasta el día de hoy no fue la mejor fecha de Dum Chica. Fue muy especial, hubo mucho agite, mucho pogo y nosotros tocamos muy bien particularmente”, recuerda Ramiro acerca de la noche que conocieron a quien iba a convertirse en su productor. “Lo llevó Pato [García, baterista de la banda Mujer Cebra,] a propósito. Me acuerdo que estábamos en el camarín, y Estani viene, se presenta a pesar de que yo ya sabía quién era, y me dice ‘Dum Chica tiene que estar ayer en Casa del Puente’”, recuerda Lucy.
Bajo la guía y el liderazgo de Estanislao, el trío se puso a trabajar en cada detalle de sus canciones. Grabar nuevamente en este entorno profesional les brindó las herramientas y el apoyo necesario para lograr el sonido que habían imaginado. El estudio Unísono se convirtió en un campo de batalla donde lucharon contra sus propias limitaciones, fue como pasar de cero a cien en su proceso creativo. Finalmente, el esfuerzo y la perseverancia dieron sus frutos. Cada vibración, cada grito y cada susurro encontró su lugar perfecto, y el resultado es un álbum que trascendió las expectativas iniciales. A partir de ese momento, quedó claro que la banda estaba dispuesta a todo para plasmar su visión artística con autenticidad y sin concesiones: “La crudeza es una decisión”, afirma Lucy.
Dum Chica es una banda difícil de encasillar. En una descripción prematura, la definimos como una “locomotora de protopunk fantasmal”, y lo seguimos sosteniendo. Aun así, más allá de los géneros, es evidente que les apasiona lo que hacen y sienten ese fuego ardiendo por dentro. “Yo creo que somos tres personas que en serio amamos mucho la música y que nos dedicamos mucho a escuchar música toda la vida. Ya sea porque nuestros viejos nos lo inculcaron, o porque nosotros nos aventuramos a buscarla”, cuenta Juana a la hora de explicar lo que ata el nudo.
“Es medio un show todo, porque es muy importante para nosotros cómo suena el vivo. Todo lo que pensamos tiene que ver con la mirada del otro. No hacemos música tipo… estoy mal, vamos a hacer una canción. Nunca fue así, siempre pensamos en que hay un otro. Y el otro está completamente involucrado. No desde ‘mírame, mírame’, sino que nos miramos juntos, hacemos algo juntos. Para mí eso es Dum Chica, siempre tuve la sensación de que es más que una banda, es una cosa que pasa, en vivo y escuchándolo. Cuando escuché nuestro disco por segunda vez, se me puso la piel de gallina. Es muy visceral lo que hacemos, tiene mucha tripa”, reflexiona Lucy en clave de manifiesto del trío.
“Siento que es algo muy actual esto del vivo, como que se está dejando un poco de lado lo virtuoso y lo prolijo”, agrega Rama. Los shows de Dum Chica despliegan una potencia que seduce. Su entrega y presencia son notables, generando una experiencia intensa para el público. Cada miembro irradia una energía magnética, creando un ambiente cargado de electricidad. “Nosotros sabemos que tenemos un vivo muy potente, pero eso viene de algún lugar, sale de algún lado. Por eso grabamos el disco en vivo”, dice Lucy sobre la toma de conciencia.
“Santi [Piedra] de Mujer Cebra siempre me dijo que nosotros teníamos algo muy precioso que era que la gente se sabía los temas sin haberlos escuchado en ningún lado -cuenta Juana acerca de la devoción y el seguimiento apasionado que generó el aterrizaje de Dum Chica en la escena local. “Todavía no había salido el disco, y fuimos a Mar del Plata y la gente estaba como loca cantando ‘No me dejes sola si me ves bailar’. Nunca habíamos ido a ese lugar tampoco. Igual allá están re locos”, agrega Rama, y todos concuerdan que el mejor público del mundo es el de Mar del Plata. Con bandas como Loquero y Buenos Vampiros, la ciudad ha sido un epicentro de la contracultura musical, y el entusiasmo y la entrega de su público son ampliamente reconocidos.
La catarsis se puede convertir en una poderosa manifestación de autenticidad y rebeldía, permitiendo liberarse de las cadenas afectivas y encontrar un escape en la fluidez y vitalidad del ruido. “A mí me salvó la vida la música -asegura Lucy frunciendo la mirada-. Yo creo que hay algo muy loco de los tres que, por caminos distintos, llegamos a un resultado. Para mí es una respuesta espiritual. Juana estudió piano toda su vida, pero la respuesta es esto. Rama estudió viola toda su vida, pero la respuesta es esta. Yo estudié teatro musical, danza, cosas por separado, pero la respuesta a todo lo que hice es esto. Los tres tenemos un punto de encuentro muy fuerte que fue esto, y nunca nos tuvimos que plantear nada, fue como… ‘Esto está pasando’”.
Dentro de toda su furia, Dum Chica también encuentra espacio para la inocencia ligada a la experimentación. Es precisamente en esa combinación de descarga y vulnerabilidad donde su propuesta toma más fuerza. La banda encuentra la fuerza en la intersección de estos contrastes y despierta emociones intensas. “Ahora empezamos a tomar clases y todo para aprender -admite Juana-, hay que pulirse y hay un momento en el que te quedás sin recursos. Pero no deja de ser algo re lúdico y de aprender mucho de ir a ver otra gente que tenemos alrededor. Es horrible la palabra, pero hay algo muy juguetón, porque Rama compones cosas para la batería pero toca la guitarra. Yo compongo cosas para el bajo y toco el piano”.
Los integrantes de Dum Chica se reapropian de sus instrumentos como si fueran otros completamente distintos. Cada pieza de la maquinaria adquiere una identidad transformada. “Es loco que Rama dijo que él toca pensando en la viola, y Juana toca pensando en el piano, porque yo compongo las letras pensando en imágenes -agrega Lucy-. Es lo que hice toda mi vida. No sé qué es lo que se arma, pero es muy flashero que yo no me pongo a pensar en melodías, ni Juana se pone a pensar en las líneas de bajos. O sea, sí, pero de alguna forma hay algo detrás que viene de otro lado”.
“La crudeza es una palabra re importante, pero también el bajo y la batería son las bases de la música. El bajo es re rítmico, y la bata ni hablar. Van juntos, cabeza a cabeza, y dialogan, y la voz complementando todo eso es espectacular. Entonces se forma algo re crudo, pero también muy sólido”, dice Juana. Dum Chica no teme mostrar las aristas y los bordes ásperos de su música, porque consideran que es en esa aspereza donde reside su verdadera esencia.
“La crudeza es una decisión- repite la cantante-. Yo creo que lo crudo viene de que a veces menos es más”. Al abrazar lo crudo y lo auténtico, logran transmitir una sensación de honestidad y realismo que resuena en su audiencia. La estética de la crudeza se convierte así en un vehículo para conectar de manera profunda y sin pretensiones. Rama extiende la reflexión diciendo: “La simpleza nos llevó a algo primitivo, a lo indispensable”. A lo que Lucy retruca emocionada: “Primitivo y animal, ¡es muy animal Dum Chica!“.
Después del aislamiento social, se generó un auténtico furor por los shows en vivo y un público que anhelaba descubrir nueva música. Dum Chica se unió a la movida post pandemia, formando parte de un grupo de bandas emergentes que están arrasando en la escena under nacional y existe un público que siempre los espera con ansias. “Ahora todo se poguea, porque más allá del género que hagas, todo el mundo quiere sentir eso, quieren cagarse trompadas, hacer bardo, sacar fotos, lookearse… ir a una fecha es re lindo”, dice Juana con una sonrisa de oreja a oreja.
“Yo creo que lo más lindo de todo esto es que la gente que te ve crecer, quiere que crezcas. El under es hermoso hasta que llega un momento en el que pensás ‘esta es nuestra vida’, no es que la estamos pasando re bien, hay mucho laburo, tenemos un equipo. Y a cuanta más gente lleguemos mejor ”, reflexiona Lucy en tono filosófico, sin perder lo filoso. Ser una banda independiente significa ser valiente y resistente ante la adversidad. Dum Chica demuestra que la pasión y la perseverancia son fundamentales para superar los obstáculos y encontrar su propio camino en la industria musical. La banda se niega a conformarse con las expectativas de los demás y se mantiene fiel a su estilo y visión. Saben que la cosa es subjetiva y que no pueden complacer a todo el mundo, pero eso no les impide seguir adelante. ¿Eso no es punk?
“Hay poca competencia entre entre las bandas, es ir todos juntos al mismo lado. Le va bien a uno y nos va bien a todos. Obvio que hay gente que no piensa así, gente que siempre quiere competir, pero en general, yo veo que en todas las bandas que compartimos fechas y que nos codeamos es eso. Estamos todos haciendo y queriendo lo mismo”, asegura Rama sobre la sensación de comunidad que se gestó en la movida post pandemia, y su importante dimensión política. Este movimiento independiente desafía el statu quo de la industria y demuestra que es posible construir una escena sin depender de los canales tradicionales.
“No hay una fecha, de sea quien sea, en la que no esté alguno de alguna banda. Aunque estén en distintos niveles las bandas, no hay una. A la movida la armamos todos. No hay que olvidarse de esas cosas”, dice Lucy. Se trata de una manifestación de solidaridad y resistencia en el ámbito de la música independiente. Es un recordatorio poderoso de que juntos se puede lograr mucho más y que la unión de las bandas es fundamental para construir una escena con un futuro.
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