Las series mexicanas están, hoy más que nunca, en boca de todos. Esto se debe al gran éxito de reciente producciones aztecas tales como Luis Miguel: la serie y La casa de las flores, claros ejemplos productos que llegaron a lograr un destacadísimo reconocimiento a nivel mundial.
Pero, a pesar de las buenas críticas, los millones de fanáticos alrededor del globo y el obvio rédito económico que significa esto, las tiras mexicanas están en el centro de una polémica debido a que, según algunos expertos, no logran retratar la realidad del país, sino que muestran una totalmente alejada de esta.
Tal es el caso del crítico de cine José Antonio Valdés, de la Universidad Iberoamericana, quien le manifestó a la agencia EFE:
“Si durante años se acusó a las televisiones mexicanas de tergiversar la realidad y de estupidizar al público, me parece muy sorprendente que ahora Netflix tome esas mismas temáticas de manera completamente banal”.
“Hay una completa disparidad con la realidad que los mexicanos están viviendo”, remarcó Valdés.
Siguiendo la misma línea están otros expertos consultados por la misma agencia, quienes señalaron que la pobreza extrema y la vida de las comunidades indígenas son aspectos invisibles en muchas de estas producciones, lo que contribuye a crear una separación inevitable entre lo que el público ve y la realidad que lo rodea.
En las ficciones antes mencionadas, los personajes se mueven dentro de un ambiente glamoroso que pone el acento en una estética muy cuidada, lo cual da cuenta de lo costoso de las producciones. Además, por la pantalla desfila gente del perfil de los llamados “mirreyes”: clase media alta mexicana habitualmente de piel blanca y con gusto por las fiestas selectas.
Entonces, la falta de presencia de lo indígena o de una visión comprometida acerca de la pobreza, se debe, según palabras de Arturo Guillemaud, profesor de Teoría de la Comunicación de la UNAM a “una cuestión de mercado de las empresas, pero también a ese vicio que tienen los creadores mexicanos de no interesarse por esos temas”.
Sumado a esto, el académico sostiene que en el caso de las televisiones mexicanas, su público es de clase trabajadora, mientras que las producciones de Netflix apuntan a un público generalmente millennial, de clase más elevada y cuya aspiración es precisamente alcanzar los estereotipos que estas series retratan con sus personajes.
Pese a que la producción es significativamente mejor, el cambio en el contenido es mínimo. Es más, según Valdés “hay algo incluso todavía más perverso desde el punto de vista de las normas de mercadeo que siguen estas empresas para generar su contenido”.
“¿Qué es lo que no se muestra? Un país que políticamente está más dividido que nunca, un sistema educativo que no funciona, que está lleno de vicios, una clase política que está realmente todos los días avergonzando en buena medida a quienes los vemos a través de los medios de comunicación”, asevera el investigador en cine y televisión desde hace 20 años.
Por otra parte, sí existe una realidad demencial que no solamente involucra a México, sino también a casi toda la región latinoamericana que tratan estas series: hablamos del narcotráfico.
No obstante, las producciones como El Chapo o El señor de los cielos abordan la problemática desde un punto de vista banal a ojos del profesor del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM.
“El narcotráfico está tocado desde un modelo más cercano al del gángster lujoso o el del ‘narco superhéroe’, que incluso es un personaje de gran magnetismo sexual”, reflexiona Valdés.
Para Guillemaud, los principales afectados por este tipo de entretenimiento son los adolescentes y estudiantes de los primeros años de universidad debido al mensaje que transmite: “Este tipo de series lo que hacen es decir que si te dedicas a esto (al narcotráfico), vives la vida loca, pero la vives bien”.