“La música es transportar un estado de ánimo como si fuese un virus y contagiarlo”, propone Adrián Dárgelos, para que se expanda entre nosotros la pregunta de cuántos contagios ya hemos disfrutado. La circulación de canciones, en tiempos de playlists formadas por algoritmos y de adicción a las views, es una epidemia que aún no controlamos. Cada vez oímos más, pero seguimos abrumados por lo inabordable de todo lo que no podremos escuchar.
Por eso, es valioso preguntarse de dónde proviene la inercia con la que habitamos la escucha: ¿En qué momentos reproducimos música y hasta qué punto la podemos elegir? ¿El auto-tune nos encanta o acostumbró a nuestros oídos? ¿Qué tienen en común el sample con el cassette? En el horizonte de las respuestas llega una serie de libros de Firpo Casa Editora, sello platense que con encuadernaciones artesanales propone abordar cómo el arte altera nuestras vidas y los espacios -físicos o digitales- donde escogemos vivirlas.
Una de las apuestas más arriesgadas fue la de Cuatro tesis sobre la música en tiempos de streaming, una compilación no autorizada de declaraciones de Dárgelos en distintas entrevistas. Pero que el cantante de Babasónicos no reciba regalías por sus momentos de lucidez retórica no es el aspecto más transgresor de este libro. La selección del contenido, el enfoque de cada capítulo y, principalmente, el orden en que están dispuestas las frases lo vuelven un motor que condensa insurrección y puede impulsar las bases de una nueva forma de promover la circulación musical.
“La forma de encontrar discusión no es haciendo rock de denuncia, porque eso también te lo vende la multinacional”. – Adrián Dárgelos
El trabajo editorial le otorga plusvalía a las hipótesis de uno de los principales referentes de la escena nacional sobre la actualidad de la industria musical, el deterioro de la identidad contestataria del rock y la forma en que el mercado se introduce en nuestros oídos dentro o fuera de nuestras casas. Dárgelos es verborrágico. Seleccionar fragmentos de lo que dice ya resulta complejo, pero ver impresas en el papel sus declaraciones exalta la visión de un personaje provocador pero generoso a la hora de habilitar debates, que no se repite a sí mismo y siempre trastorna las certezas.
Como las certezas y los prejuicios vienen aparejados, es importante desterrar uno: “el auto-tune arruinó la música”. Existe todo un canon artístico que plantea que las voces, al no ser “naturales”, tienen menos valor. Que proponen que lo importante de la voz es llegar a las notas, relegando la intensidad, el carisma y la expresividad. A ellos, el periodista cultural Luciano Lahiteau les responde con Los desafinados también tienen corazón, donde historiza, desde Cher hasta Duki, el camino de resistencia pop para que el auto-tune se pueda extender a todos los géneros y se convierta en un recurso más para trabajar en las canciones.
“Lo estimulante es la artificialidad explícita que ofrece el Auto-Tune, la abstracción y la posibilidad de seguir extremando los límites de lo extraño”. – Luciano Lahiteau
Los argumentos del autor van desde el desarrollo histórico de los estudios de grabación hasta certezas más elementales: el sonido que oímos cuando escuchamos una canción tiene alteraciones que conforman su propia razón de existencia. Nunca oímos música de estudio sin retoques de algún tipo. “La fantasía de la escucha es que accedemos al artefacto cultural sin ninguna mediación, de forma inmediata y directa, sin ninguna de las condiciones de producción afectando la forma en que consumimos las canciones”.
Entendiendo que las voces se configuran como instrumentos en la ejecución musical, y por lo tanto son susceptibles a ser intervenidos por las tecnologías, Lahiteau explora cómo se produce con auto-tune y qué posibilidades se abren para las canciones con esta herramienta. Desde las posibilidades psicodélicas hasta las identidades que se construyeron en base a la artificialidad, esta edición destaca a los artistas referentes que aguantaron y enfrentaron la hegemonía de la voz lavada.
Si pensamos en referencias en la circulación musical, otro de los elementos más transformadores del siglo pasado fue el cassette. Rígido y limitado, sí, pero su capacidad de grabar canciones o sonidos al azar la convirtieron en una herramienta pionera para los aventureros, creativos y melómanos. Esos recuerdos, y la reflexión en torno al mundo de posibilidades que se abrió para la generación que creció en los ochenta, fue el motivo que llevó al cantante de Sonic Youth, Thurston Moore, a escribir Arte y cultura del cassette.
Hoy estamos acostumbrados, pero antes no era sencillo oír la música que precisabas en el momento que deseabas. Menos si no tenías dinero. Pero coincidieron algunas condiciones fundamentales para que eso se transforme: el “callejón sin salida que eran las disquerías de usados”, la costumbre hip hop de cargar el boombox en los hombros y la grabación masiva de bandas primerizas, que comercializaban su material a pocos dólares. Eso abonó un terreno fértil para el impacto que provocó el cassette.
“Los mixtapes señalan ese momento en la cultura en el que los oyentes tomaron el control de lo que escuchan, de su orden y sus costos”. – Thurston Moore
Moore es un apasionado del cassette -ya lo había manifestado en el tema “Tape” de su álbum The Best Day– y enumera los ejemplos de cómo este dispositivo mutó la forma de escuchar y compartir música. Principalmente, el mixtape, el abuelo de las playlists contemporáneas. Con solo presionar el botón de grabar en el momento indicado, la cinta eternizaba el deseo de mezcla de su autor. “El mixtape es un mensaje en una botella”, sostiene, en la posibilidad inédita de combinar The Clash con The Raincoats, separados por la voz de su periodista favorito tomado azarosamente en una emisora AM.
El libro -inédito en español hasta esta publicación- recupera, además, ese lugar de creación en que se convertían los estuches: collages de recortes de revistas, tipografía de máquinas de escribir, tachaduras y fotos personales los ilustraban y tatuaban su identidad. El cassette, ya sea el propio o el que se regalaba, se convertía en el tótem más preciado en un momento de la vida. La organización de canciones que te acompañaría por semanas.
El desafío de estas publicaciones de Firpo es concreto: leer libros para pensar otra modalidad de escucha. Pensar la música, en su historia y en sus esquemas de producción, no la vuelve artificiosa ni le quita la posibilidad del goce sensitivo y natural, sino que constituye un ejercicio que permite explicar el camino con el que se llegó a una sonoridad específica. Comenzar a encarar a las canciones desde una perspectiva íntegra es la única manera de poder captarla más allá de su dimensión auditiva. Se podría alcanzar así una escucha inmersiva, con más capas que un estribillo pegadizo o un solo de guitarra complejo. Quizás de esa manera, como propone Dárgelos, la música pueda contagiar a más organismos.