El tercer disco de una banda es un trabajo definitorio en la carrera de ciertos grupos. In On The Kill Taker, publicado el 30 de junio de 1993, podría caer en ese rótulo. Como todo lo hecho por Fugazi, la complejidad atravesó el proceso de un álbum que se reconstruyó más de una vez. El resultado fue un disco caótico pero elaborado hasta el más mínimo detalle, un trabajo que los puso a prueba como músicos y representantes de la escena independiente.
Tras autoproducirse en su segundo disco, Steady Diet of Nothing (1991), y embarcarse en un sinfín de recitales a lo largo de 1992, el cuarteto post hardcore buscaba un cambio para su nuevo trabajo. Algunas de las futuras canciones ya habían pasado por el escenario desde hace algunos años. Además, en una entrevista para el fanzine Forced Exposure en 1991, Steve Albini, la mente detrás de Shellac y productor de grandes trabajos como Surfer Rosa de Pixies o In Utero de Nirvana, deslizó el deseo de producir un álbum de Fugazi e incluso hacerlo gratis.
Ian Mackaye dijo, en el libro de Joe Gross sobre In On The Kill Taker, que fue una de las mejores experiencias que habían tenido hasta el momento. Luego de grabar una docena de canciones en el estudio de Albini en Chicago, durante el viaje de vuelta a Washington decidieron poner la grabación en la camioneta: el resultado no fue el esperado. Las voces de Guy Picciotto y Mackaye sonaban furiosas, la batería de Brendan Canty estaba al tope, pero a fin de cuentas ninguno estaba satisfecho. Las canciones necesitaban moldearse un poco más, tener un sonido menos crudo. Las sesiones fueron guardadas pero se filtraron a principios de los 2000, por lo que cualquier fanático de la banda puede hacer la comparación por motus propio.
Luego de las grabaciones con Albini, mentalizados y con las canciones listas, llamaron a un viejo conocido como Ted Niceley, quien había trabajado con ellos en los EP Fugazi (1988), Margin Walker (1989) y el debut Repeater (1990). Cobijados en los Inner Ear Studios, pasaron el invierno estadounidense de fines de 1992 y principios de 1993 grabando lo que se convertiría en In On The Kill Taker.
A la hora de componer, Fugazi siempre lo hacía como una banda instrumental, luego aparecían algunas palabras para completar espacios y recién ahí las letras. El inicio del álbum con “Facet Squared” es lento, construye una atmósfera de la cual va a ser difícil salir. La guitarra se impregna en los oídos como una alarma, un llamado de atención hasta que el riff se vuelve una dosis de hardcore punk. “Pride no longer has definition/ Everybody wears it, it always fits/ State invoked with a lack of position”, son las primeras frases de un Mackaye lleno de rabia, mirando de reojo al orgullo nacionalista que no parece tener barreras en el mundo.
En plena época donde el underground norteamericano era captado por grandes productoras para saltar hacia el mainstream, Fugazi se mantenía fiel a sus principios. Dischord Records seguía siendo su sello, cada recital costaba cinco dólares en el lugar que sea, no vendían merchandising y ningún éxito de ventas cambiaría su ética DIY. Una semana después del lanzamiento de su tercer disco, Fugazi aparecía por primera vez en el ranking Billboard en el puesto 154 tras vender 175.000 copias.
“Public Witness Program” y “Smallpox Champion” podrían ser esas piezas del álbum que uno llamaría hits y que en el escenario se convertirían en el inicio frenético de saltos y pogos. Picciotto conduce sus pensamientos hacia un programa político ficticio que hoy ya dejó de serlo o la historia de los nativos americanos. “Cassavettes” es un homenaje a John Cassavettes, pero también a su propia historia como banda. Reconocido como el director independiente por excelencia del cine norteamericano, el también actor financiaba sus películas a través de su productora. Siempre hizo las cosas a su manera, contaba las historias que quería sin influencias externas que alterarán sus ideas. Husbands (1970) fue el primer film que Picciotto vio del director, quedando completamente impactado. Luego de interiorizarse sobre su forma de trabajar, no pudo evitar la comparación con lo que hacía junto a sus compañeros.
El sonido del álbum atraviesa la melancolía y la furia por igual. “23 Beats Off” es la síntesis perfecta de esto, una canción que se extiende en tiempo y distorsión mientras Mackaye habla sobre cómo algunos personajes públicos se enfrentan con situaciones al límite de su vida y sus cuerpos. El final del álbum es por partida doble, como si les costara despedirse. “Instrument” es donde Mackaye sigue exponiendo su enojo mientras el riff golpea en el pecho y se desliza junto al bajo de Joe Lally que le da respiros cuando lo necesita. “Last Chance for a Slow Dance” es el cierre definitivo para el disco. Picciotto comanda con la voz mientras detrás se orquestan patrones calculados que se repiten hasta que el eco se va disipando, las luces se prenden y una nueva función llega a su fin.
En 1993 realizaron 132 shows entre los cuales estuvo el recital en Roseland Ballroom, Nueva York. Allí compartieron escenario con la banda de post hardcore Jawbox que había firmado contrato con Atlantic Records dejando atrás su acuerdo con Dischord. En los camarines, Mackaye se cruzó con un sujeto totalmente desconocido para él: Ahmet Ertegun, el presidente de Atlantic. El sello que supo tener en sus filas a Led Zeppelin, The Rolling Stones o AC/DC, no pudo convencerlo y la historia determinó que Fugazi continúe bajo Dischord.
La crítica recibió al disco de forma positiva, como aquella reseña de Matt Diehl en la Rolling Stone que los destacó como la banda a la que todos tenían que prestar atención. Años después, la relevancia del álbum implicó repasar su historia en un libro como el de Gross. Además, fue la primera colaboración junto a Jem Cohen, amigo de la banda que comenzó a participar de las decisiones visuales del grupo y que terminó dirigiendo el reconocido documental Instrument (1999). Artistas como At The Drive In, Refused, John Frusciante e incluso Lorde con su banda del secundario los nombraron como influencia. Lo cierto es que la historia de la banda pudo haber sido otra si tomaban el camino del mainstream. Fugazi siguió siendo Fugazi, sosteniendo su ética, construyendo el reconocimiento de fanáticos y músicos que entendieron que hicieron su propio camino y este álbum es la prueba vital de ello.