Fue un 27 de agosto de 1991 cuando Damon Albarn, Graham Coxon, Alex James y Dave Rowntree enterraron definitivamente a Seymour, como antes eran conocidos, para tomar el nombre de Blur. Con el apoyo de la discográfica independiente Food Records y los productores Steve Lowell, Michael Throne y Stephen Street (reconocido por su labor con The Smiths), la banda londinense irrumpió en la escena musical con Leisure, un disco que, si bien tuvo sus ventas y fue ensalzado por la crítica, actualmente es rememorado más por sus errores que por representar la eclosión elocuente que alcanzaría su punto de culminación años más tarde con Parklife (1994).
El sonido de Leisure estaba muy influenciado por las escenas musicales del momento: la oleada del madchester, el frenesí del shoegaze y la ebullición del house y el hip hop. En ese sentido, el inicio de Blur fue bajo la sombra de The Stone Roses, una comparación recurrente en los oídos de la crítica cada vez que escuchaban canciones como “Bang” y Band Day”. Es que, si bien Blur aún no tenía un estilo definido, había algo que se estaba gestando y los llevaría a convertirse en una de las cabeceras del movimiento britpop junto a Oasis, Suede, Ocean Colour Scene, The Verve y Supergrass, entre otras bandas.
El repertorio abre con “She’s so High”, un track luminoso de fuzz pop magnético que puso en alerta a la juventud ni bien apareció. La guitarra rutilante de Coxon y la voz empírea de Albarn empezaron a dejar sus huellas en el campo minado que significaba el circuito underground británico. “There’s No Other Way”, el hit indiscutido del álbum, catapultó a Blur a lo más alto y estableció su conquista mundial como una cuestión inminente. Se trata de un estandarte del subgénero con tintes rockeros que fluyen delicadamente entre las líneas del bajo de James, el baggy de Rowntree y la actitud sugerente del dúo antedicho. El single se ubicó rápidamente en el puesto número 8 de las listas de principios de 1991, lo que le ganó a los sureños la atracción de todas las miradas de la industria y dejó la vara alta para el salto siguiente.
Ambos cortes generaron demasiada expectativa por el álbum debut, pero otra de las joyas a resaltar marcaba el sendero más experimental y sinuoso del cuarteto. En “Sing”, el canto de Damon levita sobre una cadencia repetitiva logrando una atmósfera hipnótica que sofoca sin asfixiar, mientras la banda se sumerge en una vorágine psicodélica con un efecto monótono y melancólico a la vez. Esto mismo se remonta en “Birthday” y vuelve a intentarse en “Repetition”, pero se queda a medio camino y pasa completamente desapercibido. “Sing”, todo lo contrario, hoy por hoy sigue siendo elogiada como una de las flores que creció en el pantano y parte de su éxito colateral se debe a su inclusión en el épico soundtrack de Trainspotting (1996) que, junto a figuras de la talla de Iggy Pop, Lou Reed, Brian Eno, Primal Scream, New Order y algunas bandas representativas del britpop como Pulp, Elastica y Sleeper, ayudaron a que la película de Danny Boyle trascienda generaciones.
En Leisure también podemos discernir ciertos rudimentos del ímpetu rockero y disonante que, con el paso del tiempo, se cristalizaron en una de las características esenciales de su trayectoria. En “Come Together”, despliegan una sobrecarga de energía que evidencia la jovialidad y fortaleza de su espíritu. “High Cool” sigue en la misma línea, pero calmando levemente el carácter precipitado. Mientras que en “Wear Me Down”, la última canción del disco, el grupo se muestra más temperamental a través de una instrumentación desenfrenada que tonifica la calidez del riff interpretado por Coxon y nos devuelve las esperanzas del repertorio con un chispazo aditivo.
Al día de hoy, el debut del cuarteto no es algo que enorgullece a Damon Albarn, quien se encarga de manifestar su rechazo cada vez que se le da la oportunidad en alguna entrevista. Al mencionar el disco, el propio frontman lo llegó a definir como “horrible”, afirmando que no quiere ni acordarse de él, considerándolo uno de los dos peores trabajos de su carrera (el otro es The Great Escape, el cuarto álbum de Blur en 1995).
Treinta años después de su lanzamiento, son pocas las canciones de Leisure que siguen brillando tras ser eclipsadas por sus sucesores. Sin embargo, es fácil criticar con un análisis corrosivo cuando ya se sabe de la evolución ulterior y de la existencia magistral y grandilocuente de proyectos solistas y paralelos como Gorillaz y The Good, The Bad & The Queen. Por eso, en conmemoración de su trigésimo aniversario, es necesario indagar en los vestigios que configuraron la identidad de uno de los grupos más relevantes de la década de los noventa para afirmar la veracidad de que sin la oscuridad nunca veríamos las estrellas.