Si hay un imaginario alrededor del rock es su actitud de impacto y rebeldía. Este mito disruptivo en la existencia de las juventudes que vivieron el apogeo de este movimiento en los años sesenta y setenta, no solo se cimentó estrictamente en la música.
Cuesta encontrar otras tendencias artísticas que se hayan nutrido de tantas diversas disciplinas como el rock. La fusión de símbolos caló hondo en el inconsciente de los jóvenes que cada vez abrevaban más en la excentricidad de los cantantes o guitarristas como modelos de vida. La propuesta de una existencia absoluta y heroica -a veces misteriosa, otras más públicas- que los rockeros encarnaban, se convirtió en una tentadora seducción para miles de fanáticos que querían tocar la guitarra, ser venerados por millones alrededor del mundo y vestirse como una estrella de rock
Hasta los años sesenta, los músicos no le prestaban demasiada atención a la imagen. La década del cincuenta fue el tiempo del jazz y el blues, y sus hacedores se limitaban a perfeccionarse en el dominio del instrumento. Las puestas en escena de Chet Baker, Miles Davis, B.B. King o Bill Evans fueron más sencillas que las producciones que vendrían después con el rock. Entonces, los hombres de jazz salían a tocar con ropa común, de gente que iba a una oficina o a hacer un trámite: sacos, camisas y pantalones de vestir respondían a la moda estándar que la gente de a pie usaba para dar un recital en un recinto pequeño de luces bajas.
Por lo tanto, no existía la posibilidad de crear demasiados mitos: la música era un oficio y solo eso, y las personas que la realizaban eran personas “comunes” como todos, no seres mitológicos y enigmáticos como más tarde se volverían John Lennon, David Bowie, Jim Morrison, Robert Plant, Syd Barret o Janis Joplin. Sobre este punto, Fabián Casas en su libro La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún recuerda: “Crecí escuchando su voz y admirando su cara, tan increíblemente parecida a su música. […] Spinetta era el hombre más hermoso del mundo. Una belleza nada convencional”.
Ante este contexto, para ser rockero había que ser alguien con cualidades exóticas y así despertar la movilización de las masas. El rock empezaba a definirse como un constructo ideológico y sus artistas no salían solamente en las revistas de música, sino también en los medios del espectáculo, en las revistas de moda y en los diarios de noticias, por lo que más que un género musical comenzaba a mitificarse como un sensacionalismo de la cultura, que suscitaba excitaciones como pocos productos en la historia humana.
En este contexto, a finales de los años sesenta la industria del rock comienza a profesionalizarse. El 15 de agosto de 1965, The Beatles dio el primer concierto de la historia del rock en un estadio al aire libre en el hogar de los Mets, el Shea Stadium de Nueva York. Ante la euforia de 56 mil personas que esperaban la beatlemanía, el conjunto de Liverpool llegaba al estadio en un camión blindado: el mito del rockstar había nacido. La banda luego de esa experiencia de éxtasis, cambió sus trajes de oficinistas por ropa más excéntrica: prendas de colores plenos, con flores, predominancia del amarillo, el celeste y el rojo. La moda textil comenzaba a ser tan o más importante que el audio y las luces en el escenario. El mensaje se completaba con la imagen.
Hubo una serie de prendas textiles características de algunos músicos: los sombreros de Bob Dylan, las chaquetas de cuero de Black Sabbath, las camisas psicodélicas de Syd Barret, los sobretodos negros de Robert Smith, las calzas coloridas de Axl Rose, pero ninguno se extendió tanto en la popularidad como el jean, también conocido como vaquero.
En los años setentas, los jeans de la marca inglesa Oxford comenzaban a ser una sensación gracias a Robert Plant, el icónico cantante de Led Zeppelin, quien inmortalizó la característica botamanga ancha en el histórico concierto de 1973 en el Madison Square Garden de Nueva York, mientras su compañero Jimmy Page prefería sus pantalones brillosos con motivos esotéricos. Así también se lo vio a George Harrison posando junto a sus amigos de Liverpool, y a algún hippie en Woodstock, pero lo cierto es que el primer grupo que hizo de la pieza vaquera un culto fue Ramones, cuyos integrantes usaban un corte ajustado y elastizado, de marca Levi’s, lo cual hacía que las largas piernas de Joey Ramone fueran aún más acentuadas. La delgadez y el estilismo de su imagen comenzó a ser una marca que muchos chicos punks intentaban imitar.
El textil también conocido como blue jean irrumpió por primera vez en la sociedad cuando James Dean lo popularizó en la película Rebelde sin causa (1955), logrando que la prenda sea prohibida en escuelas y restaurantes por ser considerado un símbolo de insurrección. Sin embargo, no fue hasta la aparición del punk rock que la prenda cobró masificación en la moda general de la década del setenta. La gran paradoja es que un movimiento asociado con la estética del descuido como lo es punk fue el primero en adoptar un estilo definido y estable. Así demostraban una autoconsciencia de su imagen global con la inclusión de los pantalones y las camperas de jeans, lo cual funcionaba de marco perfecto para la música “pendenciera” de tres acordes, con guitarras “sucias” y distorsionadas.
En la actualidad el jean es una prenda de gran ubicuidad, usándose en contexto informal, elegante sport e incluso formal, que alcanzó distintas esferas, volviéndose intemporal y eterna. Pero hasta antes de que el cine de vaqueros y Ramones la popularicen, la pieza estaba reservada a un insumo de trabajo para mineros dada su alta resistencia.
En 1851, un joven alemán Levi Strauss emigró a Estados Unidos para trabajar junto a sus hermanos en una pequeña industria. Hacia 1873, el diseñador alemán se asocia al sastre Jacob Davis en San Francisco para realizar prendas con remaches de cobre, lo que se completaría con la tela vaquera para dar a luz a la ropa más popular del mundo en la actualidad. Finalmente, Levi Strauss & Co. patentan su creación el 20 de mayo de 1873. Tal fue la constitución férrea del textil, que algunas prendas confeccionadas en 1800 por los diseñadores originales fueron encontradas en una excavación de Nevada en 2016.
En 1965, Limbo, una boutique en el New York East Village, fue “la primera minorista que lavó un par de pantalones vaqueros nuevos para conseguir el efecto desgastado, y la idea pasó a ser en un éxito”, escribe Michael Belluomo en 1987, editor de la International Sports Magazine. Estos pantalones desgastados de tiro medio y corte recto fueron la marca estilística del grunge de los años noventa que, herederos de la aspereza musical del punk rock, también revalorizaron el jean, pero esta vez aplicándole los distintivos cortes que deshilachaban la zona de las rodillas, tal como usaba Kurt Cobain, quien quería acentuar su aspecto de desfachatez. Junto a su voz casqueada, su guitarra distorsionada y sus camisas abiertas, el jean completaba una estética de gran coherencia, cuya ponderación de la prenda rebelde cortarrajeada era la base de todo chico que quería ser grunge.
Hoy, a 150 años de la creación del símbolo más visible del punk rock, la prenda es celebrada en cualquier placard urbano.