El 10 de febrero de 1992, un mes después de que Nevermind de Nirvana le quitara el número uno en los charts estadounidenses a Michael Jackson, la banda galesa Manic Street Preachers publicaba su disco debut. Dos hechos que parecen no tener relación entre sí pero, analizados en profundidad, demuestran el efecto mariposa que iba a tener el éxito del trío capitaneado por Kurt Cobain, no solo en Norteamérica sino también en el viejo continente. Mientras los de Seattle sepultaban el glam rock de Los Ángeles con un disco crudo y visceral, los hasta entonces anónimos de Cardiff salían a la cancha con un arriesgado disco doble titulado Generation Terrorists. En Reino Unido las listas estaban dominadas por grupos pop como Simply Red, Wet Wet Wet y las Shakespears Sister, pero el grunge empezaba a cuajar en Europa y Manic Street Preachers estaban listos para ofrecer una obra ambiciosa como pocas.
Como una especie de London Calling pero mucho más subversivo, Generation Terrorists es un disco tan brillante como imperfecto que musicalmente bebía de las fuentes del hard rock, el glam, el punk y también de la influencia de Public Enemy. Desde The Clash no se escuchaban unas letras en Inglaterra más repletas de consignas de izquierdas, poesía iconoclasta e himnos revolucionarios que las dieciocho canciones que componen Generation Terrorists, cuyo título original era Culture, Alienation, Boredom and Despair (menos ambiguo y más directo, quizás demasiado). Estos cuatro muchachos que se reunían en el Dorothy Café de su ciudad imaginándose a sí mismos como poetas Beats, iban camino a sacudir el mundo musical.
Algo que llevaba años cocinándose en el underground en ambos lados del océano Atlántico estaba a punto de convertirse en un tsunami imparable. Mientras en los Estados Unidos Michael Jackson perdía el número uno en ventas por culpa de un trío de andrajosos gritones, en el Reino Unido la industria musical y la sociedad se estremecían con la actuación de The KLF junto a Extreme Noise Terror en los Brit Awards, donde la banda de música electrónica realizó una versión thrash metal de “3AM Eternal” en la que Bill Drummond disparó balas de fogueo a la audiencia mientras Scott Piering anunciaba que “The KLF se retira del negocio de la música”. En la fiesta posterior al espectáculo, la banda arrojó una oveja muerta a los invitados VIPs. Tras el anuncio de su retiro, la banda se deshizo de todo su catálogo anterior y su premio Brit fue encontrado enterrado en un campo cerca de Stonehenge. El punk había vuelto y mutado, y ahora se podía encontrar por igual en un grupo de música electrónica como en el cuarteto de rock galés que nos ocupa.
La misoginia y la superficialidad pop que triunfaban en los charts tanto en Estados Unidos como en Inglaterra antes de Nevermind estaban en vías de extinción, y en eso los Manics también se unieron a la cruzada. La jugada de invitar a Traci Lords, la más famosa actriz porno de la historia de su época, para cantar en “Little Baby Nothing” era algo más que un gancho comercial: era una declaración de intenciones. Los días de Mötley Crüe, Poison y Def Leppard estaban contados. Y si bien la influencia musical de Guns N’ Roses todavía era muy fuerte, su estado vital era totalmente opuesto al debut de los angelinos. Mientras unos miraban al pasado con orgullo y envidia, los otros desconfiaban de los viejos héroes musicales. En “Motown Junk”, James Dean Bradfield bramaba “Todo lo que ofrecen vuestros héroes prostituidos es miedo al futuro”, y es que si de algo va sobrado este disco es de proclamas antisistema, un disco tan irreverente con el pasado como esclavo de un futuro mejor que nunca llegaría.
El disco era un manifiesto fatalista de la contracultura y una declaración monolítica intransigente llena de rimel, pintalabios y orgullo que podría haber sido la mayor de las locuras del rock alternativo. Pero fue esa ambición descomunal de muerte o gloria lo que diferenció a la banda del resto y convirtió al álbum en una de las llegadas más audaces en la historia del rock. Generation Terrorists terminaría costando el doble del adelanto que recibieron de su sello discográfico y, según las malas lenguas, solo la mitad de la banda tocó en él. El guitarrista Richey Edwards no tocó ni una sola nota y contribuyó solo con sus textos mientras que las partes del baterista Sean Moore fueron programadas en una caja de ritmos.
Todo se siente directo, fresco y espontáneo en Generation Terrorists, aunque nada se encontraba más lejos de las condiciones reales de su creación. La banda grabó sus partes de forma individual y por separado, por lo que el trabajo del productor Steve Brown fue el de armar un enorme rompecabezas que mantenga la frescura y la agresividad del rock más combativo junto a melodías con punch y adictividad pop. El resultado fue un disco que en su momento sonaba demasiado americano para el mercado inglés y demasiado inglés para el mercado americano (y eso que se publicaron una versión para cada mercado). Manic Street Preachers apostaba por sonar pasado de moda, exagerado y repleto de solos de guitarra, tratando de destruir la cultura pop occidental a base de mal gusto, nihilismo y sin sutilezas.
Las canciones del disco oscilaban entre el glam punk como “Another Invented Disease”, vitaminados hits radiables como “You Love Us”, el más clásico hard rock destinado a las radios estadounidenses como “Slash N’ Burn”, experimentaciones con el rap y la electrónica como “Repeat (Stars and Stripes)” y la épica grandilocuente del rock alternativo de “Motorcycle Emptiness”. Es una obra impactante en lo musical y transgresora en lo estético, incluso mucho más de lo que serían posteriormente las bandas del brit pop. Los cuatro integrantes del grupo provenían de una zona de gran actividad sindical y de lucha obrera, y eso les hizo especiales por la profundidad de sus textos. Se les llegó a comparar con The Clash, pero ellos se diferenciaron al declarar que eran abiertamente marxistas (el bajista Nicky Wire era licenciado en ciencias políticas, por lo que sabían de lo que hablaban).
Luego de su publicación, Generation Terrorists triunfó en el Reino Unido pero fracasó estrepitosamente en los Estados Unidos, donde solo vendió 35.000 unidades debido en parte a la explosión grunge que asolaba el país. Durante la promoción del disco aseguraban que se trataba del mejor álbum de rock del mundo, y por supuesto no lo era pero sí significó una buena patada en el culo de la juventud británica. Su intención era la de vender los 16 millones de discos de Appetite for Destruction, pero se tuvieron que contentar con un cuarto de millón de copias en todo el mundo. Con los años, y la trágica desaparición de Richey en 1995, la rabia, mugre y ganas de incomodar fueron desapareciendo en el convertido trío. Nadie podría ignorar el abismo que existe entre su último disco (del que ellos mismos dicen sonar a ABBA) y su disco debut. Treinta años después, Generation Terrorists no solo resiste el paso del tiempo sino que ha incluso mejorado.