Una vida rápida, al ras del ensueño, y con una sola dirección: la música. María Gabriela Epumer es una de las músicas más importantes de Argentina, y lo hizo en menos de 40 años y más de 20 años de carrera pública. Fue parte de la primera banda de rock de mujeres, de la banda de chicas más popular del país, fue la guitarrista de Charly García en la era Say No More y fue, también, la dueña de una carrera solista que dejó una marca de fuego en las generaciones que le sucedieron.
Nadie suena como ella. Un disco de María Gabriela Epumer solo suena a María Gabriela Epumer, aunque a ella se la pueda escuchar como una influencia directa en tantos discos actuales. Este es el viaje musical de una compositora, cantante y guitarrista que a 20 años de su trágica muerte se la reivindica y se la revaloriza como lo que es, una artista total.
Nació en 1963 en una familia musical. Su tía es la extraordinaria Celeste Carballo y su hermano Lito es un gran guitarrista de jazz. Desde pequeña supo que para tocar bien el instrumento había que estudiarlo y tener una gran disciplina. Con su amiga inseparable, Claudia Sinesi, ensayaban ocho horas seguidas. Querían demostrarles a su entorno que ser músicos virtuosos era algo que se podía conquistar.
“La conocí en el 82, en el ambiente de Jazz & Pop, un reducto de jazzrockeros donde los domingos se podía subir y zapar, ella era una de las pocas mujeres que tocaba -cuenta el productor Tweety González en conversación con Indie Hoy-. Era una época muy competitiva, del 78 al 84 saber tocar muy-muy bien era algo prioritario. No volví a ver una época tan competitiva como esa en el rock, después con el new wave eso desapareció muy rápido”.
Esos años de adolescencia y primera juventud donde Epumer se hacía una estudiosa de su instrumento fueron fundacionales para lo que vendría en su carrera. Fue en esa época, muy influenciada por el jazz rock, en que formó parte de la primera banda de chicas compositoras e instrumentistas del rock argentino: Rouge. Una banda efímera, que no dejó registro discográfico de sus canciones, pero que sirvió para tentar al destino.
La cantante Mavi Díaz las escuchaba ensayar desde la ventana de su casa y un día las fue a buscar porque sabía que la productora Abraxas estaba convocando a bandas de chicas. Las tentó a Epumer, Sinesi y a Claudia Ruffinatti y les mostró dos canciones que tenía compuestas: “Estoy tocando fondo” y “Accidentado dancing”. Listo, en ese momento nació Viuda e Hijas de Roque Enroll y ya nada sería igual para ella.
Las cuatro revolucionaron la escena con un rock de melodías poperas, canciones pegadizas, y colores estridentes. Hicieron, de la mano de Los Twist o Los Abuelos de la Nada, una música popular divertida donde el eje era salir de la oscuridad de los setentas y disfrutar la libertad democrática. El primer disco de Las Viudas salió en 1984 y fue un éxito total, y ellas se convirtieron en famosas de la noche a la mañana. Díaz contó muchas veces que salir a los festivales fue enfrentarse a escupitajos y mucha resistencia del público que pasó por años muy oscuros y necesitaba descargar. Pero esa “liviandad” en la estética de la banda no se correspondía con una ausencia de sus dotes de músicas. A Epumer le costaba no ser virtuosa, simplificar su toque en la guitarra, y el desafío era doble en la armonización vocal. Sonar “simple” era difícil.
Tweety lo cuenta: “El trabajo era muy intenso. El último disco que hicimos tardamos muchísimo en grabarlo porque tenía unos arreglos de voces súper complicados, no había compus para corregir nada. No es como ahora que lo hubiésemos hecho en un fin de semana, y la verdad es que en todo ese laburo ella era una parte importante por su conocimiento armónico”. La relación entre el productor y la banda empezó con Ciudad catrúnica (1985) y Vale 4 (1986), pero entre ellos dos continuó por muchos años más.
Cuando se separan Las Viudas, Epumer arma algunos proyectos menores y se lanza como sesionista de grandes nombres: Luis Alberto Spinetta, Fito Páez, Sandra y Celeste, María Rosa Yorio, entre otros. Hasta que en 1992 Charly García la vio y quedó flechado para siempre. A partir de ahí, ella fue su compañera, su ladera robusta donde apoyar su música mientras él era él sobre el escenario. Una generación entera quedó flechada con sus piernas, su manera de tocar la guitarra y su voz capaz de llevar como propias las canciones de Charly en el MTV Unplugged de 1995. “Él sabía que podía dejar de tocar y que ella iba a sostener la canción”, comenta Tweety.
Si hacemos un salto temporal y tomamos una muestra de este mar de influencias, podremos ilustrar la sensación que causó ese rol, que en principio fue de sesionista, pero con los años al lado de Charly se transformó en otra cosa, en amiga, en confidente, en su yang, en su compañera de banda. La que habla ahora en 2023 es Julieta Heredia, guitarrista -y, también, nerd de su instrumento- de la banda ascendente Fin del Mundo: “Tenía 10 años cuando la vi por primera vez en ese MTV Unplugged. Descubrirla fue verla como protagonista en el centro del escenario, que a veces tomaba incluso el rol de voz principal, y en la guitarra con mucha personalidad, porque más allá de la técnica ella tenía una forma muy linda y elegante de tocar, muy sutil”.
Pero volvamos a mediados de los noventa. Poco después, Epumer pudo llegar al estudio y grabar su primer disco solista, Señorita corazón (1997) bajo el título de la banda A1, cuyo nombre fue idea de Charly y la integraban Matías Mango en teclados samplers y coros, Miguel Bassi en bajos y Demian Cantilo en batería. Ese disco de 15 canciones la transportó a la eternidad. Su sonido, su visión, su sutileza y su profunda particularidad están presentados en estas canciones que crearon en el estudio. Cualquiera pensaría que el primer disco solista es la grabación de las mejores composiciones acumuladas en el tiempo, pero no, ella amaba el estudio y crear junto a sus compañeros.
“Si bien ella era conocida y nosotros unos ignotos, la parte artística fue grupal -dice Mango, quien posteriormente haría su trayectoria en el rock como parte de Viejas Locas-. Ella caía con el tema y le dábamos forma entre todos. Nunca fue ‘esto es así’, jamás. Ella siempre buscaba el aporte de la gente con la que tocaba. Después me fui dando cuenta que no era la moneda común. Fue muy generosa, aprendí mucho. Siempre buscaba lo nuevo, era bastante enemiga de lo clásico“.
No pasó mucho tiempo hasta que sacó Perfume (1999) un segundo disco consagratorio en el under. También eran un montón de canciones -porque no tenía tiempo que perder-, esta vez 16, con la participación de Charly, Robert Fripp y unos covers maravillosos como “Quiero estar entre tus cosas” y “Canción para los días de la vida“, que, no sin audacia, se podría decir que superan a las originales.
“Me parece la mejor, no hubo otra igual”, le dijo Marilina Bertoldi a la periodista Yamila Trautman en su primera tapa de Rolling Stone en 2019. Ahí cuenta su obsesión por el show que dio en CMTV en 1998. “Tuvo muchas bandas de mujeres… Me da paz escucharla. Lamento que no esté acá en este momento, es la 1 y nadie la conoce. Siento que es la persona que me hubiera ahorrado muchas preguntas, me hubiese identificado mucho con ella: la amo como productora, como intérprete, como compositora. La amo”. Gracias a su reconocimiento y a su queja pública de que no tenía la visibilidad que se merecía, alguien subió todos sus discos y EPs a Spotify.
Al verla en ese show, con sus hebillitas en el pelo y su sticker brillante de Los Supersónicos, la imagen de fragilidad no se condice con lo que ocurría en el estudio. Fernando Kabusacki, reconocido guitarrista del rock nacional, fue parte del segundo disco, y dice que ella tenía muy claro lo que quería, pero también era muy abierta, respetuosa de las ideas del otro.
¿Por qué ella era tan especial? Si se arriesgan razones, aparecería su voz rugosa salida de las cuevas de un alma sensible; la forma de tocar la guitarra como una extensión de sí misma, con el respeto y la cercanía a alguien amado; las canciones que amalgaman una artesanía instrumental con una experimentación tecnológica.
“Ella tocaba con una gran autoridad -dice Kabusacki desde Japón-. Tenía mucha potencia, mucha seguridad en sí misma y mucha calidad, porque era estudiosa y tenía un profundo conocimiento de su instrumento. Lo había estudiado muchísimo, le gustaba sacar cosas difíciles, no era ninguna improvisada”. En eso Matías Mango se suma y cuenta que odiaba el lugar común del solo del guitarra o el guitarrista virtuoso, ella estaba siempre en la búsqueda de algo más. “Diría que su legado fue validar otro punto de vista por fuera de lo establecido, abrir oídos y mentes. Yo venía de algo muy clásico y creo que ella me abrió la cabeza y es un poco lo que pasó con todos, ese creo que es su legado”.
Mapu, como le decían porque era descendiente de un cacique mapuche, grabó en 2001 el Pocketpop, un EP de dos canciones bellísimas, que venía en un lata de pomada de zapatos con un sticker con la silueta de su clásico flequillo asimétrico. Además, venía un jueguito de computadora. “Las dos canciones de ese EP son mis favoritas -dice hoy, directo desde el presente, Julieta Heredia-. Era un disco muy bien pensado, todo con un concepto, y una estética muy linda. Lo escuché muchísimo”. Ahora ese disco es un incunable, y cuando aparece alguno en la venta de usados vale miles de pesos. Una pieza dificilísima para las coleccionistas.
En 2002 salió Una sola cosa y luego The Compilady con su estética pin up y versiones electrónicas de su obra, donde se la escucha experimentando con su propio sonido y su identidad sonora. Pero todo se interrumpió trágicamente. El 30 de junio de 2003 murió de un paro cardiorrespiratorio. Un cuadro de bronquitis se agravó por la falta de un diagnóstico correcto. El estupor fue total.
Varios años después, el 1 de agosto de 2017, el día en que ella cumpliría 54 años, Charly García le dedicó unas palabras en las redes y el lanzamiento de su disco: “Pienso mucho en vos, María Gabriela. Todavía en los shows me doy vuelta para buscar tu mirada cómplice. Ojalá tengan tocadiscos en el cielo. Random es mi humilde homenaje a la mejor guitarrista que existió”. Para ella también había estado dedicada “Chipi Chipi”.
Ojalá haya un tocadiscos en el cielo, y ojalá tengamos a los discos de María Gabriela Epumer siempre cerca para que las fans los disfrutemos hasta el último de nuestros días, y las nuevas generaciones la descubran una y otra vez.