¿Por qué The Beatles siguen siendo interesantes? Porque representan la infancia arrasadora de un mundo nuevo que ahora está desapareciendo. La fuerza de la naturaleza nunca se olvida. No se trata de nostalgia, sino de recuperar en un sentido vital aquello que le dio un aire mítico a la segunda parte del siglo XX desde la música y acaparó toda la cultura (“Somos más grandes que Jesús”, dijo Lennon en una entrevista y el planeta, incluido el Ku Klux Klan, se les vino encima).
Si Dárgelos dice en la canción “Un pálpito”: “La poesía es la infancia de la prosa”, se puede pensar a The Beatles como ese momento inaugural donde todo estaba por inventarse y fueron ellos quienes crearon (abandonar los escenarios y utilizar el estudio como laboratorio, por ejemplo, nace ahí) la poesía para una Historia que se estaba armando en tiempo real de forma sincrónica (juventud y política unidos desde ese momento para el resto de la cosecha) y hoy intenta resistir el paso de los almanaques. The Beatles son el mito de origen del rock and roll para Occidente, de los sesenta hacia el futuro.
Entonces, resulta natural el interés suscitado por dos series documentales que vuelven la mirada –otra vez- sobre The Beatles, pero cada una de ellas lo hace desde un costado diferente en muchos aspectos. Sin embargo, nos damos cuenta con el diario del lunes, son complementarios y dialogan, hay una erótica ahí que es notable entre estos dos trabajos. Por un lado tenemos a McCartney 3, 2, 1 de Zachary Heinzerling y por otro a The Beatles: Get Back de Peter Jackson, que ya se puede considerar como uno de los mejores documentales de rock de todos los tiempos, junto a End of the Century, No Direction Home, Dig!, The Devil and Daniel Johnston, The Last Waltz y alguno más.
Tiene sentido que primero haya salido a la luz McCartney 3, 2, 1 porque a su manera preparó el terreno para el aterrizaje del poder absorbente y adictivo que luego sobrevino con el largamente esperado Get Back. En los seis episodios de McCartney 3, 2, 1 (que se comen y se digieren igual que fast food) tenemos a un Paul McCartney en modo fan de su propio pasado dialogando con el productor estrella Rick Rubin (¿un giño a George Martin?), que se muestra con toda su pose actual de gurú: descalzo, peludo, despreocupado, tono suave y como si portara un secreto que no comparte con nadie. Un interlocutor, digamos, a su medida (¿el otro, quizás, podría haber sido Mark Ronson?) para desgranar algunas canciones del corpus y acervo beatle.
Sin ningún rigor cronológico ni exhaustivo más bien con un aire random, McCartney 3, 2, 1 logra captar el interés por algo que ya sabía muy bien el filósofo y escritor argentino Carlos Correas: el valor extraordinario (de cambio, uso y plusvalía) de una buena anécdota. Y de saber narrarla. En ese aspecto, dos tipos que saben de música y de qué forma se arma una buena canción nunca deja de ser interesante porque nos habla de la importancia del proceso creativo y el trabajo por encima de cualquier mitología alrededor de la inspiración. Porque si hay algo que dejan bien en claro Get Back y McCartney 3, 2, 1 es que la creación es, por encima de cualquier otra cosa, juego, asociación y demolición. Sobre todo es demolición.
Entonces este diálogo entre personas que saben escuchar con una consola de por medio ayuda a comprender mejor algunas maneras en las cuales The Beatles se acercaron al arte de terminar canciones y saber grabarlas. Muchas veces se pierde de vista la importancia de saber grabar una canción. Esta clase de documentales ayuda a percibir mejor la trascendencia que tiene un estudio o los sistemas de grabación utilizados en la vida (perdurable o fugaz) de las canciones. Y esto es importante tanto para The Beatles como para Guided By Voices, o cualquier banda que se monta en un sonido particular. La utilización del blanco y negro ayuda a darle a estas conversaciones algo de espíritu atemporal y de burbuja en el tiempo. Pensar, por ejemplo, en la película Coffee and Cigarettes de Jim Jarmusch. Es como si este saber del que hablan le sirvió a The Beatles como también le puede servir a Nicki Nicole. La música puede ser una máquina del tiempo.
Las primeras noticias sobre el postergado Get Back del director Peter Jackson (alguien a quien le gustan las misiones imposibles) no eran más que un montón de números que muy pronto se olvidan y al final (cuando se puede ver el documental) no significan nada a la hora de valorar el resultado: cuatro años de trabajo entre edición y restauración, 60 horas de crudo visual inédito, más de 150 horas de audio, una primera versión de 18 horas de duración, tres capítulos finales de más de 2 horas cada uno, una duración total de 7 horas y media, etcétera. En definitiva, se despeja la niebla y la materialidad se vuelve contundente: Get Back (armado con -esto es increíble- descartes de las filmaciones del director Michael Lindsay-Hogg para un disco, lo que sería Let It Be, y un especial de televisión que nunca se hizo) es un acontecimiento por lo que muestra (desde ensayos privadísimos y creación de canciones desde cero hasta las mayores tensiones creativas que anunciaban el fin de una Era), por lo que se escucha (desde peleas, separaciones efímeras y conflictos internos hasta el modo de producir y ensamblar las partes de una canción) y por las personas involucradas (la banda más grande del planeta Tierra) ya que nunca fue posible acceder a este nivel de intimidad de seres que en ese momento eran inalcanzables (unos Beatles que ya habían conquistado el mundo y ahora lucían aburridos de eso).
Y a pesar de todo lo anterior, Jackson se encarga de contar una historia en el sentido más clásico posible: principio (hay un proyecto por delante), nudo (crisis constantes, tanto anímicas como mentales, que pueden desbaratarlo todo aunque se encuentra una salida que deja contento a todos: un recital en una terraza) y desenlace (hay un mañana que, ahora lo sabemos, dura muy poco). Con esos personajes insuperables que son, por supuesto, los Beatles a nivel humano y tridimensional: carismáticos, hermosos, llenos de gracia y que a pesar de la lejanía producen una empatía impresionante. Eso sin contar ese vestuario icónico y fabuloso (en este aspecto resaltan Harrison y Ringo).
Si bien no hay manipulación en ningún sentido de la edición, está claro que había un relato para poner en pantalla. Y la maestría de Jackson además fue notar que había algo más que pornografía en este momento en la vida de los Beatles: era una suerte de Aleph, es decir, como plantea Borges en su cuento, el punto donde confluyen todos los puntos de su historia. Y esto se relaciona con lo que no se cuenta –pero se intuye con claridad- hacia el pasado de la banda (aunque se lo explica con brevedad), hacia los días por venir y, más que nada, hacia el momento histórico que atraviesa el grupo (incluso Apple como empresa) y la música. Porque el año 1969 no solo simboliza el precipicio de los Beatles (“The dream is over”, canta Lennon en su primer disco solista poco tiempo después) sino la puerta de entrada a una nueva década donde las cosas empezaban a mostrarse distintas. Tal vez, después de Get Back habría que ver enseguida la serie documental 1971: The Year That Music Changed Everything de Asif Kapadia para poder armar el mapa histórico y apreciar toda la foto en su magnitud.
Llegado a este punto conviene arriesgar un cuestionamiento: ¿Estas dos series documentales representan, de algún modo, un límite o, mejor pensarlo así, el fin de la insistencia con la memorabilia Beatle? Pensando que es probable que estos estrenos hayan sido parte de los momentos cinematográficos más atractivos y seductores de toda la pandemia en cuanto a rockumentales, podría decirse que sí, que es el instante perfecto de seguir adelante. Que ya es momento de saltar por encima de la necrología y la efeméride constante de esta época para ver, de una vez por todas, el presente y el futuro del rock, si es que eso realmente existe.