Detrás de una enorme sonrisa, una actitud rebelde y el desagrado hecho canción, se escondía un enorme corazón que se podía apreciar en la poesía espinosa. Espinosa con e y s y no con z por el filósofo holandés; sino espinosa de una vida llena de espinas como la de Ricky a quien se le llamó el último punk. Hace dieciséis años el cantante de Flema saltaba por su balcón y ponía fin a su vida impactando contra el suelo; pero el verdadero impacto fue el que causó su extraña forma de hacer poesía: de vomitar y escupir en el piso el abuso de autoridad, tanto en el Ministerio de Seguridad como en las irregularidades del alma humana. De bajar conceptos del cielo hacia el piso con un lenguaje sencillo y callejero, donde la esquina de un barrio se vuelve el mejor aula de clase. De estrellar su cuerpo contra el suelo después de perder un partido de PlayStation. La vida es un juego mucho más grande y Ricky se dio cuenta que ya no quería jugarlo más. Así que ese salto fue como darle la última gota de humor a su vida, la vida de uno de los músicos quizás más incomprendidos y con una eterna negación moral de antemano como para considerarlo uno de los más influyentes de la música nacional.
Lo bueno de Flema es que te agarra en la adolescencia y después te queda toda la vida, como a un fumador eterno. El punk rock te come cuando sos más joven y quizás por eso su música fue arduamente criticada, por su prepotencia desviadora de los valores que te quiere inculcar la sociedad. Flema no es falta de valores, sino una mirada diferente sobre los demás. A la música de Flema le sobran los valores: la amistad, la esperanza y el respeto conviven con opuestos como la traición, el nihilismo y el desenfreno. Ricky Espinosa predicaba los excesos; y las drogas y el alcohol eran lo menos importantes en una lectura mayor aunque los sufrió bastante. Pero él mismo lo decía: su locura iba por otro lado y aquello no tenía la culpa. Tan querido como odiado, tanto en el ambiente de la música como en el seno familiar, Ricky Espinosa fue hasta llevado a un set de televisión, donde en el programa Forum (Canal 13, 1997) fue puesto a juicio, literal por más absurdo que se entienda, por una madre que no quería que su hijo escuchara a la banda porque podía contagiar a sus demás hijos. El dictamen fue que habría que tener horarios y lugares específicos para escuchar las canciones, como si en vez de escuchar, sería el verbo consumir hablando de algo todavía legal. Como si Flema fuera una sustancia o una enfermedad.
Ricky Espinosa odiaba la televisión, esa sí que era una droga más; cualquier etiquetadora era tinta para la pluma de su burla que tenía tanto enojo como sarcasmo, haciendo de la arrogancia algo muy divertido donde habitar. Era una persona muy consciente de la manipulación social y por eso levantaba su bandera negra con cada canción, que era su intento de cagar al sistema. Uno de los grandes lemas de Flema siempre fue “Nunca seré policía” o “Anarquía en la escuela“, que lograron ser himnos punks en distintos ámbitos donde rige cualquier tipo de poder. Cuando alguien levanta la voz, siempre hay un grito para responder y Ricky sabía cómo hacer de sus gritos y esos sucios tres tonos, una poderosa canción de protesta. Sea donde sea, en la escuela o en la calle, el punk invita a la rebelión y al caos, pero Flema tenía algo extrañamente orgánico que le permitía generar empatía por más de ser sumamente desagradables. Ricky mismo lo decía… “Flema es una mierda”.
Por todo esto hay como una fuerza maligna que prolifera la falsa memoria de Ricky Espinosa como sinónimo de autodestrucción. Flema es una mierda, pero nos gusta; Ricky Espinosa hizo valer la contradicción. Porque lo que lograron sus canciones fueron romper las barreras que se le fueron imponiendo y hoy hablar de Flema es hablar de palabras mayores. Se ganó el respeto tras seguir molestando generación en generación, queriendo ser tapada de las formas más absurdas. Con Flema arrancás temprano y ningún familiar quiere que escuches Flema, porque Flema es muy difícil de leer a pesar de simular tanta sencillez. Ricky Espinosa era un ferviente lector de Bukowski y Bukowski decía que las personas más inteligentes eran las que lograban decirte las cosas más complejas de la forma más simple. Detrás de esa estela inventada mediáticamente como un reventado, lo que latía verdaderamente era una enorme sensibilidad marginal que sabía cómo construir en el desagrado. Y eso siempre es peligroso.
Los discos de Flema serían diez en total. Desde la edición del primero, Pogo, mosh & slam (1992) se separaron del punk como más “de afuera” que hacían los demás grupos del género en Argentina, como Attaque 77 o Los Violadores, y le dieron una identidad más nacional, en la que Flema nada se parecía a The Clash y no por eso era menos punk. Luego dieron un gran salto de seguridad con Nunca nos fuimos (1994) y El exceso de drogas y alcochol es perjudicial para tu salud (1995), antes de sacar Si el placer es un pecado, bienvenidos al infierno (1997). En sólo cinco años, Flema ya había sacado cuatro discos y era una de las bandas más particulares que estaba sucediendo. Luego llegó Resaka (1998), un extraño material que combina todo tipo de grabaciones, con algunas reflexiones muy interesantes entre canción y canción. El disco arranca con la voz de Ricky en una entrevista diciendo: “El error es que se invirtió mucha plata… no se puede invertir en Flema treinta y siete mil dólares”. Luego llega La noche de las narices blancas (2000), un disco en vivo que mostraba toda la crudeza de la banda. Después los dos volúmenes de Caretofobia (2001) y el nupcial Cinco de copas (2002) que adelantaba el final con un estribillo que voceaba felizmente “que lindo amor me voy a suicidar”. Pero Flema tiene un décimo disco a mi parecer y es uno de los más fuertes: se llama Y aun yo te recuerdo, el disco homenaje a Ricky por toda la escena punk nacional que lo reconocía en lo más alto y lo despedía en un recital único en la historia.
Pero esto no es todo, porque Ricky era muy versátil y quería grabar canciones en todo momento. Era muy activo y le gustaba mucho salir a tocar. Por eso también tenía una banda paralela que se llamaba Flemita y con la que sólo hacía covers, desde Mal Momento hasta los Rolling Stones. Lo importante era que Ricky le ponía su ímpetu agudo y crudo y él mismo era muy agradecido de lo que estaba sucediendo en el punk rock nacional y lo demostraba con estas formas: ganarse a su público con Flema y luego transmitirle a sus seguidores esas bandas que todavía quedaban por ver. Flema, Flemita… también estaba Flemones, su faceta ramonera. También grabó un tributo a Sin Ley y Embajada Boliviana. Ricky Espinosa también tiene su disco solista, llamado Vida Espinosa. Quizás uno de sus discos más poderosos, sensibles y sinceros, cargado de enojo y dolor. A toda persona que disfrute Flema, Vida Espinosa le aprieta el corazón.
Ricky Espinosa se despidió del mundo un 30 de mayo del año 2002 y hoy se encuentra en un nicho en el cementerio de Avellaneda. Su foto en el mármol y todas las tumbas alrededor grafitteadas con mensajes que deja su gente al ir a visitarlo. “Ricky no se murió” es la frase con la que se lo invita siempre en cada fiesta punk, porque gracias a su carisma, su rebeldía, su inteligencia, su juventud y su intrépida forma de ver las cosas, quedó marcado para siempre y hasta desencadenó un subgénero conocido como punk rock espinosa. Pero más allá de lo literal, Ricky fue una bomba que estalló y la onda expansiva aún continúa vigente, porque su énfasis en la inquietud hizo que sea uno de los referentes de ayer, hoy y siempre, ya que Ricky dijo sólo una vez basta y no lo dijo nunca más. A dieciséis años de su muerte y aún yo te recuerdo.