Dicen que en el séptimo día Dios descansó, pues Sonic Youth en su séptimo álbum le dio una lección al mundo. Hacia 1992, la banda era venerada por todos los jóvenes que empezaban su carrera musical dentro del under y también adorada por aquellos que saboreaban las mieles del éxito masivo por primera vez. Sin embargo, Dirty se volvería el mejor ejemplo de que llegar primero no siempre es garantía de nada. Y es que el éxito comercial en la industria musical no se debe solo al talento, sino que incluye muchas variantes que pueden escaparse a simple vista.
Cuando décadas antes del grunge, bandas como Hüsker Dü, Minutemen, The Replacements y los mismos Sonic Youth formaron un circuito alternativo de conciertos por los Estados Unidos, sin saberlo estaban plantando una semilla muy importante para el futuro. Muchos de los chicos alejados de las grandes urbes y las zonas de conciertos habituales crecieron viendo en vivo a esas bandas que les impactaron, les formaron y luego produjeron lo que a principios de los noventa, grunge mediante, fue el levantamiento en armas del rock alternativo contra el mainstream. Cuando Nirvana sacó del numero uno del Billboard a Michael Jackson, parte del mérito estaba en los días en que bandas como Black Flag, Dinosaur Jr. y Fugazi habían tocado en pequeñas ciudades para unos cientos de chicos.
No vamos a analizar demasiado cómo se llego al tsunami de 1991 o, como bien reza el imprescindible documental de Sonic Youth, 1991: The Year Punk Broke. Basta decir que el éxito de los marginados ya estaba cumplido. En aquellos días, todas las grandes discográficas andaban a la búsqueda de los nuevos Nirvana y en esa infructuosa búsqueda toda una generación de brillantes músicos tuvo una oportunidad que sus también brillantes predecesores no tuvieron. Cuando esas situaciones anómalas suceden, al igual que la explosión del punk a finales de los setenta, muchos se suben al tren y otros despistados se tiran a las vías.
En el caso de Sonic Youth, ellos ya estaban en una multinacional. En un intento entre desesperado de ganar credibilidad y otra parte jugada maestra, Geffen Records contrató a los de New York sin saber que eso les iba a reportar unos éxitos posteriores lejos de toda previsión. Si Nirvana y otros grupos independientes luego firmaron con ellos, fue por tener a Sonic Youth en sus filas y sobre todo por la libertad creativa que se les dio a los de Kim Gordon y Thurston Moore. En aquellos días, todos los grupos que entraban en negociaciones con un sello grande pedían “el contrato Sonic Youth”.
Cuando la banda decidió que el productor de Dirty fuera Butch Vig, quien venía de trabajar en Nevermind, levantó sospechas entre la comunidad indie de que intentaban subirse al tren grunge como lo haría R.E.M. y su gran Monster algo más tarde. Pero Sonic Youth siempre siguió su propio camino, nunca dando lo que esperaban y aún así saliéndose con la suya. Después de las obras maestras que habían sido Goo (1990) y Daydream Nation (1988), y con todos sus aprendices sacando sus mejores trabajos, la banda decidió que su siguiente álbum debía ser más “artsy” pero a la vez comercial. Y aunque puedan parecer términos opuestos, todo esto confluye en Dirty.
En días en los que la música alternativa era más introspectiva e inspirada en los sentimientos de alienación que vivía la juventud, Sonic Youth se destapó con un disco político. Cortes como “Chapel Hill“, “Youth Against Fascism” y “Swimsuit Issue“, aunque con un alto nivel de ironía y mordacidad, eran canciones con fuertes letras políticas. También podemos sumar “100%” y “JC” a esta lista, las dos canciones dedicadas a su amigo Joe Cole que fue asesinado en un asalto.
La producción del disco buscó alejarse de Daydream Nation, solo manteniendo algunos tratamientos de las guitarras similares a los que habían incluido en su disco Sister de 1987. En ese aspecto, la elección en los controles del ingeniero de sonido Andy Wallace resulta igual de importante que el trabajo de Vig como productor. Hay claras similitudes en el sonido de las guitarras con Slayer, con los que Andy trabajó anteriormente, y es que aunque parezca mentira ambas bandas se admiraban mutuamente.
Dirty es un disco transgresor, arriesgado y complejo. A pesar de basarse en las estructuras tradicionales de la música pop, Sonic Youth consiguió dinamitarlas desde adentro, con afinaciones de otro mundo en sus guitarras, el bajo de Kim liderando la banda y una total maestría de Steve Shelley en batería. Por momentos suenan a músicos de jazz jugando a ser una banda de rock o incluso punk, y es que el espíritu de la generación beat latía en el corazón de cada una de las canciones. La coraza punk de canciones como “Drunken Butterfly” o “Purr” no esconden tampoco el buen gusto por las melodías.
Todo este amalgama de influencias es lo que más debió darle trabajo a Butch Vig, la improbable tarea de lograr sonar igual de ruidosos que The Velvet Underground, que las guitarras suenen punk y afiladas como en el “Seasons in the Abyss” de Slayer a la vez, que las melodías sean pop pero sin ser empalagosas, que la base rítmica sea el cerebro y columna vertebral sobre lo que gravita todo, y que todo no se vuelva un pastiche sonoro infumable. Demás está decir que lo logró con creces.
Aunque no se trata de un disco conceptual, hay algo en Dirty que hace que sus canciones necesiten ser escuchadas en conjunto para realmente brillar. Ayuda el reparto casi equitativo de las voces principales y composición de las canciones entre Kim y Thurston, e incluso Lee Ranaldo tiene su espacio con la brillante “Wish Fulfillment“. Lee y Thurston también se reparten la mezcla estereo de las guitarras: la del primero es la que suena por la izquierda y es la más convencional, y por el otro canal está el caos abrasivo de Moore.
A pesar de su aire indómito, Dirty se convertiría en el disco más vendido de Sonic Youth. Sin embargo, a pesar de ser su trabajo más accesible, no logró cambiar la percepción de la banda como un proyecto demasiado experimental o ruidoso. Tras Dirty, la carrera de Sonic Youth se volvería cada vez más áspera y experimental. Dos años más tarde, Experimental Jet Set, Trash and No Star fue un fuerte golpe para todos los que esperaban que se amoldaran al nuevo status quo. En su lugar nos encontramos con una banda que se autocuestionaba, se mutilaba y se desparramaba en ensoñaciones sonoras cada vez más alejadas de los oídos comerciales. Pero quizás el mayor logro de Dirty sea que, 30 años después, se siga sintiendo igual de incómodo, reaccionario y resistente al paso del tiempo.