Beck dio uno de los shows más contundentes del Primavera Sound Buenos Aires. El californiano tomó por sorpresa a varias personas que asistieron al festival a través de una propuesta brillante, bien articulada y configurada por estímulos de todo tipo, enaltecidos por visuales hipnóticas y la actitud de un frontman sin nada que perder pero todo por ganar.
No todos sucumbieron ante los primeros encantos del príncipe eclipsado. Los fanáticos que fueron exclusivamente a ver al músico, sabían -o anticipaban- lo que se estaba por venir y no podían esperar menos de un artista que supo reinventarse a través de los años jugando entre los márgenes difusos del rock alternativo. Aun así, Bek David Campbell se las ingenió para sacar un par de ases bajo la manga, impresionar y convertir su show en una noche consagratoria junto al público argentino.
El set arrancó fuerte con “Devil’s Haircut”, mientras bajaba unos escalones con su guitarra al hombro y unos riffs cargados de fuzz sonaban de fondo. Instantáneamente le siguieron “Mixed Bizness”, “New Pollution” y “Girl”, cada una cargada de intensidad y firmeza. Recién después de estas canciones llegaron las primeras palabras del cantautor para su público: “¿¡Qué onda, Buenos Aires!?”, gritó al aire con una sonrisa para seguir con “Guero”.
La presentación continúo con algunos tracks tan diferentes como necesarios para la dinámica detonante de su puesta en escena. “Nicotine” fue el tema siguiente en la lista y estuvo acompañado por un sutil piropo a toda la audiencia: “¡Son hermosos!”, exclamó el músico de 53 años. Beck continúo con su lado más experimental en “Wow” y paseó por los jardines del folk híbrido en “Lost Cause”. “Dreams” llegó para destrabar las caderas de algunas de las personas del público que, tema a tema, fueron soltándose de forma involuntaria ante el carisma del inquieto artista.
La mayor de las ovaciones llegó cuando Beck invitó a Damon Albarn a cantar “Valley of the Pagans”. El líder de Blur subió al escenario principal antes de presentarse con su banda para una colaboración histórica que trascendió de forma sustancial y llamó la atención de aquellos que incluso iban de paso por el escenario. Vale recordar que Beck participó en Cracker Island, el último disco que Albarn publicó junto a Gorillaz en marzo de este año.
Una vez que Damon se retiró entre aplausos y halagos, en el tramo final del show a Beck ni se le ocurrió desacelerar y compartió un puñado de sus más grandes éxitos, los cuales fueron coreados por gran parte de la audiencia. Claro está, sonó el himno inoxidable dedicado a los perdedores, “Loser”, y aparecieron otros clásicos esenciales como “E-Pro” y “One Foot in the Grave”, mientras que “Where it’s At?” fue la elegida para servir como broche de oro para una jornada demoledora.
Es por eso que resulta imposible categorizar el trabajo de Beck y su show fue una demostración cabal de eso: la policromía musical como norma de trabajo. Del rock sucio y pesado a la balada acústica y confesional. Del track funky más bailable al trance techno marcado por beats densos y una puesta magnética. Beck tocó la guitarra, la armónica, bailó, gritó, transpiró y se tomó su presentación con la seriedad que exige y demanda una audiencia como la argentina.