Otro Río es, desde el concepto, un festival ideal. Y sucede que, en la práctica, ese ideal se cumple y hace magia. El pasado sábado 4 pudimos ver en Rosario a dieciséis bandas independientes de todas partes, repartidas en tres escenarios emplazados a la vera del Paraná, durante una jornada que comenzó temprano a la tarde y finalizó pasada la medianoche. Con una feria de discos y productos manejada por los distintos sellos, con stands de comidas y bebidas. Con gente que se acercó desde toda la provincia y todo el país.
Encima de todo, la quinta edición del festival que organiza el sello Polvo Bureau demostró que aún puede seguir perfeccionándose año tras año. Los escenarios salieron un poco más a la superficie (el evento solía realizarse en el interior del Centro Cultural Parque España): se montó un espacio principal sobre la explanada, además de ocuparse el Teatro Príncipe de Asturias y también otro pequeño escenario armado a un lado de la icónica escalinata del parque. Por allí apareció, a las 16:30, el elástico Bu, un artista rosarino que se encarga de exprimir y conjugar al máximo distintos elementos para hacer una música instrumental e hipnótica, comandando todo con su guitarra eléctrica. Exactamente a las 17 (la puntualidad es otro valor del Otro Río) se asomaron por el escenario principal los Prepizza, también locales, con el indie rock lo-fi que les valió meter un tema en el primer compilado en castellano del estadounidense Burger Records.
Luego de que los tres santafesinos de Galindez hicieran lo suyo a base de un electropop adulto pero divertido, los Súper 1 Mundial tomaron la posta y rasgaron sus guitarras ostentando melodías muy cercanas a las de The Smiths. Entre banda y banda, la masa de público oscilaba curiosa y sedienta entre los dos escenarios. Jóvenes, adultos y familias pusieron la oreja y la mirada en cada uno de los números que la cuidadísima programación propuso para el festival. Una grilla que parece surgir de un rastreo minucioso que busca toparse con algo novedoso y, a la vez, una cierta sublimidad.
Siguieron La Metamorfosis del Vampiro (un dúo electrónico y frenético, que configuró de la nada una rave hipnótica cuando todavía el sol pegaba fuerte) y Valle (una de las nuevas bandas de Polvo, que hizo sonar su álbum debut homónimo), hasta que a las 19.40 la oferta se multiplicó sumando un tercer escenario. Desde ese momento, bajo el techo del teatro Príncipe de Asturias sonaron Los Cristales, los locales de Automaton con su electropop expresionista, Glass (tres chicas reviviendo los ‘80 con sintetizadores al frente), Pyramides y Chimo, que volvieron al festival dos años después reinventados en una “verdadera orquesta de groove psicodélico”, y presentaron su nuevo álbum. El ambiente del teatro permitía una atmósfera distinta dentro de un mismo circuito, a pocos metros de los demás escenarios. También era de encuentro y jovialidad, pero en un contexto de apreciación más firme.
Afuera, los españoles de El Último Vecino debutaban en Rosario, en su primera visita a la Argentina, con un show que se ganó el corazón de aquellos que se agolparon a corear las canciones de Gerard Alegre Doria. También consiguió llevarse la gloria Un Planeta, otro de los platos fuertes del día, justo antes de que los Mi Nave dieran un show con el despliegue sonoro que, sabemos, podemos esperar de ellos. Conjugando material de sus discos de estudio e incluso tocando por primera vez un tema nuevo, la banda se confirmó una vez más como una de las favoritas de Rosario y de los rosarinos.
El cierre con las chicas de Alto Guiso terminó de permitir que el festival se convierta en fiesta, un objetivo que de todos modos no le había costado alcanzar: miles de personas pasaron por el lugar durante la tarde y la noche de ese sábado y el Otro Río fue, como nunca (o como siempre), un lugar de encuentro por excelencia. Encuentro entre la música y la gente, entre la gente y los músicos. “¡Me quieren vender mierda!” gritaba el cuarteto rosarino en una de sus canciones, quizás en paralelo con una actitud que ayudó a que el festival se conforme con los valores de la autogestión, la independencia y encontrar lo nuevo y lo bueno en lo alternativo. Hay, siempre, un torrente incontenible que está yendo a alguna parte, más allá; otras aguas, otro río. Pasan un montón de cosas, pero también pasan muchas otras. Unas vienen solas, otras hay que salir a rescatarlas.