“A veces se siente como si el mundo se estuviera quedando dormido, ¿cómo despertás a alguien desde adentro de un sueño?”, se preguntaban los Strokes en uno de sus temas más políticos, “Ize of the World“, de su disco First Impressions of Earth (2006). La zona de confort es tan placentera como peligrosa, y quizás en la búsqueda de una respuesta a aquella pregunta es que Julian Casablancas decidió fundar su propia discográfica, Cult Records, y armar un proyecto paralelo con músicos amigos, The Voidz, un espacio para destrozar barreras, para trascender los límites de lo esperable.
En el Teatro Vorterix, el sábado 21 de octubre la gente no viste camisetas de la mítica banda neoyorquina y apenas se la escucha nombrar en el lapso de unas cuantas horas. El público de Buenos Aires es respetuoso pero además consciente de que esta noche viene a ver algo distinto a todo lo demás: el Hollywood Bolívar Tour, a cargo de algunos integrantes de la familia Cult Records.
La primera inyección de energía llega de la mano del salvaje Promiseland o acaso la encarnación humana del demonio de Tazmania, quien se las arregla para tocar los sintetizadores y dar vueltas alrededor de la sala para llevar el descontrol a cada rincón. El australiano poderoso que conquistó Nueva York entra en confianza con la audiencia inmediatamente, a pesar de contar solo con un single, “Take Down the House”, que es festejado con alboroto. Entre bases electrónicas y gritos bien punk, logra transmitir algo de esa hiperactividad caótica y enojada que emana con espíritu juvenil. Después de presenciar su curioso set que apenas duró 20 minutos, es fácil comprender por qué Casablancas lo catalogó como el “futuro príncipe de la anarquía”.
El debut triunfal de Rey Pila en Argentina arranca con el hit “Alexander”, de su álbum The Future Sugar (2015). Del mismo disco siguen la pegadiza “Surveillance Camera” y “What A Nice Surprise”, que cuenta con la colaboración de Julian en su versión original. “Primera noche en Buenos Aires, un verdadero placer” dice el frontman Diego Solórzano antes de “How Do You Know?” y “Sunday Games”, del EP estrenado a principios de año Wall of Goth (2017). Los mexicanos suenan como una caricia a los oídos -un equilibrio perfecto entre el synth-pop y el rock.
La banda abandona sus instrumentos para presentar una mezcla explosiva que nace de los sintetizadores y batería: “Fire Away” prende fuego la pista, y el caos termina de desatarse con el estribillo de “No Longer Fun”. Los Rey Pila son garantía de que es posible crear nuevas melodías con armonía y originalidad. La fantástica presentación cierra con “Ninjas” y, tras aplausos con las manos en alto, queda claro que nuestros hermanos de México tienen la entereza suficiente para regresar por su cuenta la próxima vez que pisen suelo argentino.
Los Voidz (Alex Carapetis, Jeff Kite, Jacob Bercovici, Jeramy “Beardo” Gritter y Amir Yaghmai) salen uno por uno a escena mientras las ovaciones van in crescendo. En último lugar aparece Julian Casablancas, quien se planta en el centro comiendo una frutilla. A pesar de sus actitudes bufonescas que se traducen en un eco de risas, para los presentes él es el rey, y como tal debe ser respetado. El show arranca con dos temas estrenados hace poco, -“Wink” y “We’re Where We Were”-, bastante más amigables que los que incluye el disco de estudio de la banda, Tyranny (2014), del que parten “M.utually A.ssured D.estruction” y “Father Electricity”.
Es difícil seguirle el ritmo a sus canciones y el sonido no se destaca por su calidad, pero de alguna forma sus fans se las arreglan para responder con entusiasmo y fidelidad. La música de The Voidz es difícil de catalogar y tiene algo de incómodo: ya sea por molestia, rareza o brillantez, sus creaciones son provocadoras, y quizás ahí radica su verdadera intención. Nos obligan a replantearnos los límites convencionales de lo musical. Aun así, el conjunto aprovecha la ocasión para presentar varias novedades que en general resultan un poco menos radicales -”Aliennation”, “My Friend The Walls”, “Coul As A Ghoul” y “Lazy Boy”.
“Where No Eagles Fly” y “Bussiness Dog” son las responsables de desatar pogos furiosos, mientras Julian se tira al piso para soltar alaridos estridentes. Entre canciones se toma unos momentos para charlar y la química con la audiencia argentina se puede palpar en el aire a pesar de lo difícil que resulta descifrar sus palabras. “Los chicos de Rey Pila me dicen que parezco un pirata ebrio cuando hablo en español”, se ríe. El frontman de The Strokes aprovecha su posición de privilegio para hacer lo que desea: Sobre el escenario se distrae, se tropieza; su pose oscila entre lo infantil, lo despreocupado y lo inocente. Quizás la clave del amor que despierta no se deba solo a su talento, sino también a su humanidad. Más que como una deidad, los fans lo adoran como a un amigo de toda la vida.
“Human Sadness” pide el público eufórico una y otra vez, abstraído en una cápsula de felicidad. Casablancas los escucha en silencio unos segundos y de repente se pone serio. “Hablando de tristeza humana… lo lamento chicos, qué bajón lo del activista, Santiago (Maldonado)”, declara entre balbuceos inentendibles, pero el mensaje está claro y el gesto más que agradecido en esta semana oscura. La emoción se apodera de los cuerpos mientras suena la obra maestra de la banda, entre lágrimas y escalofríos. Por unos diez minutos, cada individuo en el Vorterix se introduce en un viaje reflexivo e introspectivo para llegar a aquel campo que está “más allá de todas las ideas sobre el bien y el mal”.
Julian se pone democrático y somete a votación la continuidad del setlist, aunque no todos llegan a comprender las opciones que ofrece. Los gritos predominantes sentencian “Instant Crush”, el hitazo con Daft Punk que los Voidz versionan con elegancia. El público conmovido corea de principio a fin la canción. Cuando el show llega a su punto más alto sigue “Crunch Punch”, pero antes de que sea posible volver a la realidad, la banda se despide en cuestión de segundos y el telón se cierra declarando el final. Las luces se prenden pero la gente se planta firme en su lugar, mientras anhela una canción más al igual que en el Lollapalooza a principios de año. Cuando las cortinas se abren nuevamente, el escenario está vacío y se escuchan suspiros de decepción. La imagen se siente como un baldazo de agua fría, pero quizás la incomodidad sea la forma más efectiva de despertar.
Foto principal: Trigo Gerardi