“La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”, algo así sentenciaba Salvador Dalí; sin embargo, para sacudir de semejante manera los cimientos del arte, hace falta un poco de locura. Algo parecido sucede con Lee “Scratch” Perry; no en vano se lo comparó con el padre del surrealismo. Si haber prendido fuego su mítico estudio de grabación excedería o no esa cuota necesaria de locura, si fue culpa de un mal trip o si realmente había espíritus malignos acechando como él asegura hasta el día de hoy, son interrogantes que pierden todo tipo de sentido cuando uno se adentra en su universo. Respecto al hecho en sí, más que una imagen apocalíptica, es una apuesta al futuro.
A sus 81 años la esencia continúa intacta, y si el pasado domingo 3 de septiembre resultaba estimulante pensar que subiría al escenario de Niceto aquel experimentador incansable que hizo de las técnicas de grabación un arte, llevándolas a límites –precisamente- surrealistas hasta desembocar en los albores del dub, para los muchachos de Nairobi, que además de estar celebrando los diez años de la agrupación se encontraban a punto de ser una vez más su backing band (al igual que en 2011), esta experiencia se adivinaba más mística todavía. Es que formar equipo con este irreductible pionero, para una banda que encontró en el género su fuente de inspiración y le dio una identidad propia, debe ser lo más parecido a embarcarse en una aventura junto a aquel superhéroe favorito de la infancia.
Este clan reverberante ya venía calentando motores desde Brasil, donde arrancó la gira, y luego de hacer escala en Montevideo y Córdoba respectivamente, se disponía a conquistar una vez más la noche porteña con sus frecuencias graves y su mensaje de amor, respeto y comunión. En ese contexto, el warm-up a cargo de DJ Nelson y Stepping Stone terminó de darle mecha a los entusiastas de la buena vibra que colmaban la pista, y propició el clima perfecto para recibir al profeta más punk que Jamaica haya podido engendrar (y si no, pregúntenle a los mismísimos Clash, que tampoco pudieron resistirse a sus encantos).
Mientras Nairobi abría el juego, con su elegancia groovera hiper-aceitada tras la seguidilla de shows, la inconfundible voz del Upsetter empezaba a bendecir el espacio con su “toasting” infinito. Aún no se dejaba ver, pero ya estaba esperándolo en el escenario su valija mágica, esa extensión de sí mismo que se encarga de proteger sus objetos más sagrados. Con eso, el ritual ya podía darse por comenzado.
La parsimonia que lo caracteriza, lejos de estar ligada a su estado físico -que por cierto es envidiable-, pareciera surgir como una suerte de contrapeso ante tanta intensidad, tanta data acumulada dentro de un solo cuerpo. Pero la verdad es que en vivo esto favoreció el trance y su andar, junto con el reciclaje “haute couture” que conforman sus típicos atuendos intervenidos (Lee como artista plástico merece un capítulo aparte) y el loop de acertijos que sonaban como mensajes de paz enviados desde el espacio exterior, tuvieron un efecto hipnótico; como si un péndulo gigante oscilara sobre el escenario.
Por otra parte, imposible no recordar al gran Bob Marley, y cómo este “Duppy Conqueror” de barbas fosforescentes le marcó el camino creativo y lo ayudó a dominar sus fantasmas: ¿sería posible absorber algo de todo aquello? Las condiciones estaban más que dadas.
La banda con base en Buenos Aires, que hace su propio abordaje del reggae combinándolo con otros géneros como la new wave, el afrobeat o el rock experimental dando lugar a una fusión respetuosa y auténtica, estuvo a la altura del espíritu improvisador de Lee, y no podía esperarse menos del cruce entre estas dos generaciones cuyos protagonistas, además de la devoción por el dub, comparten también esa determinación de los que están siempre un paso adelante.
Clásicos como “Soul Fire” o “Sun Is Shining” parecían hechos a la medida exacta de Ivy Lee y sus secuaces, y otro tanto ocurrió cuando el Upsetter se despachó sobre “Paraíso Islámico” o “Agave Dub“, ambos tracks pertenecientes a Wu Wei, álbum debut de Nairobi, y a su vez composiciones en las que él mismo colaboró.
Que casi 90 minutos de trip no iban a ser suficientes era casi una obviedad: ¿por qué querría uno bajar de la estratósfera, si se está tan bien ahí arriba? Afortunadamente, la insistencia del público rindió sus frutos y el bloque de los bises sumó media hora más de éxtasis a la noche, que aparte de ofrecer una clase magistral de vibes jamaiquinas y chamanismo amplificado, evidenció una vez más el eterno flechazo entre los Nairobi y la leyenda de la isla caribeña; romance que comenzó allá por 2009 con la ya mencionada colaboración de Lee en el primer disco de la banda (mezclado nada menos que por Mad Professor), y que selló de ahí en más una camaradería musical y espiritual de raíz genuina, que se transmitió en cada gesto compartido sobre el escenario. El saludo final en conjunto habló en nombre de esa unión, y coronó una velada que le dio a esta cultura excepcionalmente rica, inspiradora y revolucionaria la celebración que merece. Además, ya lo explicó su propio artífice: el Dub es música de Dios, hecha con el latido del corazón.