Cuando cae la tarde en las inmediaciones del Luna Park, rostros impacientes de todas las edades lucen remeras de Joy Division en sus no tan distantes variaciones. Cualquier transeúnte desprevenido podría pensar que así se llama la banda que tocará esta noche en el estadio. Pero para los presentes la distinción es clara a pesar de la vestimenta nostálgica, y el 29 de noviembre los protagonistas de la enérgica velada llevan el adecuado nombre de New Order.
A las 21.15, los ingleses hacen su entrada triunfal con “Singularity“, tomada del disco que en esta cuarta visita a nuestro país vienen a presentar. Le sigue la emocionante “Ceremony“, aquella canción bisagra que marcó el paso entre las sombras y un nuevo amanecer. Porque si hay algo que desde su fundación caracterizó al grupo de Manchester es su capacidad inagotable para reinventarse. Bernard Sumner no se destacará por su carisma ni una voz envidiable, pero aún después de tantos años se sigue plantando con la actitud de quien no piensa permitir que la vida lo lleve por delante. Las interacciones con su público son escasas: se limita a decir que es un placer volver a estar aquí; no es un comentario pasajero si consideramos que estas tierras también fueron testigo de otra de las separaciones que afrontó la banda después de su show en Buenos Aires del 2006. En esta oportunidad, New Order viene a demostrarnos que una vez más logró renacer de las cenizas, con Music Complete (2015, Mute) -que predomina en el repertorio con “Academic“, “Restless“, “Tutti Frutti“, “People On the High Line” y “Plastic“- como evidencia indiscutible. La ausencia de Peter Hook se nota más en los corazones de los fanáticos que en las líneas de bajo, con Tom Chapman cubriendo decentemente semejante lugar.
“Crystal“, aquel boom de Get Ready (2001, London), marca el inicio oficial de la fiesta con su videoclip promocional en la pantalla de fondo, explosión que finalmente se traduce en las primeras ovaciones de la jornada. La apacible melódica de Sumner en “Your Silent Face” se apoya sobre la magia del teclado de Gillian Gilbert en sincronía con el juego de luces proyectado desde el escenario, combinación espectacular para un momento cinematográfico. El setlist está especialmente construido para sacudir la noche calurosa. Los bits eléctricos controlan los cuerpos como marionetas que se mueven inevitablemente al ritmo de los más recientes tracks en una genuina celebración que desemboca en la clásica y amada “Bizarre Love Triangle“. Por su parte, Phil Cunningham y Stephen Morris también tienen su momento de brillar en canciones como “Waiting for the Siren’s Call“. El show, a diferencia de la última experiencia en el 2014, se desenvuelve de forma tan prolija y poderosa que no queda nada que reclamar.
Pasada la primer hora, el trance envolvente de la música electrónica comienza a arrastrar al público desapercibido en una corriente regresiva. Inocentes y despreocupados, danzan dejando sus cuerpos flotar. Incluso en las plateas es posible ver a la gente bailar. La temporalidad se vuelve confusa y el almanaque mental marca otra realidad. Padres e hijos se abrazan con alegría y los amantes se besan mientras celebran la seguidilla de hits: “The Perfect Kiss“, “True Faith“, “Blue Monday” y “Temptation“. Sonríen y saltan hasta que llega el encore que anuncia el final. La elección de ir retrocediendo en el tiempo a través de las últimas canciones quizás no es fortuita. De algún modo, New Order nos prepara para la lección que viene a enseñar.
Cuando los oriundos de Salford regresan al escenario, llega el momento de reflexionar. Sumner anuncia que interpretarán por primera vez una canción en Sudamérica y es fácil sospechar por dónde viene la mano. El sonido metálico de la intro de “Decades” de Joy Division se filtra por los parlantes y obliga a todos a despertar de la hipnosis. A pesar de cerrar recurrentemente sus recitales de esa forma, el cambio se siente como un baldazo de agua fría. El silencio del público envuelto en las sombras se asemeja al respeto propio de un funeral. La figura de Ian Curtis se mueve borrosa en las pantallas y la voz del frontman actual imita con esfuerzo aquella profunda gravedad. Volver a lo más oscuro del pasado a veces es necesario para plantarse en el presente y mirar hacia el futuro. Situando la atmósfera en la misma década ochentosa que el festejo de minutos atrás, ponen en evidencia la transición, el cambio. Nos muestran la ruptura entre ambas leyendas: la inmortalizada y la viviente. Esta es una invitación a la resignificación de los orígenes, que algunos cuerpos aceptan tímidamente mientras comienzan de nuevo a bailar, bailar, bailar al ritmo de “Transmission” con la torpeza que supone el cóctel de emociones. New Order viene a hablarnos de que no todo está perdido y de que es posible construir una nueva identidad portando con orgullo el legado del pasado, sin dejar que aquello nos consuma ni nos determine por completo. Después de tantos años habiéndose consagrado por sus propios medios, podrían ya prescindir de esta parte de la ceremonia. Pero funciona, quizás, como un recordatorio a sí mismos y un regalo sumamente apreciado por los fans de la banda de culto. Los pulsos acelerados se sincronizan con las líneas animadas e hipnóticas que forman la mítica tapa de Unknown Pleasures (1979, Factory) en video, y de los rostros encandilados se escapan algunas lágrimas confundidas entre la emoción y la melancolía. “Joy Division Forever” se inscribe en letras blancas gigantes mientras “Love Will Tear Us Apart” conduce al épico final. Si el amor nos separa entonces la música nos completará.
–
Foto principal: Santiago Bluggerman