El pasado sábado en Niceto Club el octeto llevó a cabo el cierre de su año —al menos eso informaron en la previa, aunque esperamos encontrarnos con algún bis antes de las fiestas—. A las nueve y cuarenta la graduación de luz disminuyó y un sonido de violines acompañó la ansiada espera. Quince minutos después, el telón seguía cerrado pero una mano asomaba por detrás pidiendo aplausos y ruido; a los violines se habían sumado otros instrumentos que mantenían la línea de música clásica, pero varios silbidos del público denotaban una urgida emoción por el comienzo.
Con una intro extendida y su línea de piano muy a tono, el primero de la noche fue “Welcome To Life”, que abre Mini Buda (2016); una vez más, las luces de Niceto Club se lucían desde el escenario, evidencia de un fino trabajo para la puesta en escena. La banda, vestida de traje, interpretó “Mystifying” y “God” al hilo, entonces hubo una corta pausa para que Nico Sorín (voz y sintetizadores) dijera con total honestidad: “Gracias por venir, los queremos mucho, nosotros somos Octafonic”. También aprovechó para contar que el show estaba dividido en tres y esta era la etapa de Baile, pidiendo risueñamente que no nos quedáramos quietos. Luego venía la parte de Baladas y al final “bueno, la parte del final es la que pudrimos todo”. Dicho esto continuó el setlist, destacándose canciones como “Sativa” y “TV”, momento aparte para la presentación oficial de “Rain”, el nuevo sencillo con videoclip que el grupo estrenó de manera digital apenas una semana atrás.
Dicho y hecho, el set Baladas tuvo a “Love” y “I’m Sorry” como primeras protagonistas. Aquí el octeto se retrajo para cambiarse, dejando a Hernán Rupolo a cargo de una performance en guitarra alucinante. Antes de retirarse, Nico, de constante diálogo con su público, nos contó que esto iba a pasar por un capricho de Leo (Paganni), el saxofonista (tenor) mientras se reía y a Hernán le traían una silla. Lo que ocurrió a continuación no obtendrá justicia a través de palabras, sin importar cuáles use: sentado, solo, bañado por rayos de colores, Hernán tocó la guitarra durante cinco minutos, entremezclando brevemente riffs de exitosas canciones, sonidos extraídos del metal y melodías provenientes de la música clásica. El movimiento circular de las luces reforzaba la idea de ininterrumpida e infinita secuencia de notas, las cuales se sucedían con altibajos de intensidad pero jamás siquiera la más ínfima pérdida calidad. Frente a nosotros daba cátedra uno de los más completos guitarristas del emergente local.
Cuando el conjunto volvió, luciendo todos remeras de Octafonic, el cantante volvió a hablar, preguntando entre risas: “¿Y después de esto…? ¿¡Qué podemos tocar!?”. Conmocionado como estaba, entre las primeras filas, este cronista exclamó “¡Mozart!”; desde el fondo un grito pelado pidió “uno de Flema”. La descripción plana de tal realidad da cuenta por sí sola de la diversidad que pudo generar semejante acto musical de seis cuerdas y algunos pedales.
Una vez más el protagonista oral de la velada tomó el micrófono y presentó a toda la banda; arrancaron con “Nana Nana” y siguieron con “Plastic”. En un momento, Nicolás se dedicó a dirigir a la banda cual orquesta utilizando el movimiento de su mano como batuta —previo reconocimiento de méritos a La Bomba de Tiempo, de donde posiblemente obtuvieran la idea—. Si bien no es algo que hayan inventado, la paciencia y prolijidad (y no por eso falta en vehemencia) con la que los ocho llevaron a cabo el acto fue envidiable. Iba y volvía por el sector izquierdo, llegaba al derecho, volvía y se daba vuelta, ¡hacía gritar a quienes miraban el escenario desde la pista! Solo para competir con los músicos que le contestaban cuando llegaba su turno. Todas las inhibiciones fuera, es destacable cómo logró la banda llevar al público hacia donde querían (público y banda) estar. Un público que empezó tibio, moviéndose un poco en el lugar y aplaudiendo ocasionalmente, y que terminó con manos en el cielo y (spoiler alert de la siguiente sección) episodios de salto.
Lo descrito en el párrafo anterior vendría a ser un pasillo entre la antedicha etapa de Baladas y lo que había sido prometido como pudrir todo. El show fue in crescendo, pasaron canciones enérgicas como “Whisky Eyes” y el hitazo “Mini Buda”, de los más festejados, en el cual músicos y seguidores posicionaron sus manos en alto, pegando dedos índices con pulgares. “Monster” tuvo su versión más que extendida y armó el primer pogo de la noche. Más que un concierto, el evento se asemejaba más y más a una multitudinaria fiesta íntima. La aparente contradicción de dicha descripción surge de la obvia presencia de varias personas que no se conocían, pero compartían el amor por Octafonic, que extrañísimamente no agotaba las localidades y permitía un cómodo posicionamiento en el “pequeño campo” de Niceto. Terminada la canción, quedaban solos en escenario zapando Hernán (sí, siempre Hernán con su guitarra) y el Chino (batería), una combinación un tanto extraña de ver, que recuerda a bandas distintas como The White Stripes. Pero el guitarrista también cedió y dejó al maestro de los ritmos solo con las luces. ¡Célebre momento este! Extenso pero acertado solo de batería, aprovechando para mostrar facetas en vivo que no encuentran lugar en un álbum de estudio. Vuelve entera la banda con un reprise de “Monster” y terminó con un pequeño toque cumbiero al mejor estilo de Pablo Lescano en las teclas de Nicolás.
Con imponente distorsión proveniente del riff de bajo de Alan explotó “Wheels”; unas cuantas cabezas alzaban las manos y se sacudían al mejor estilo punk. Cuando llegó el momento del áspero grito con cuernos en alto, apareció en escena Lula Bertoldi para arrasar con el micrófono. La cantante y guitarrista del flamante trío Eruca Sativa (que hace poco tocó con Utopians en el B.A. ROCK, tras la desvinculación de Gustavo) se retiró casi de inmediato, no sin antes besar a Nico, su pareja, quien le había cedido el micrófono para tan efímera pero empoderadora aparición (aquí un video de algo similar en el 2014). Si bien no medió aclaración, ya era claro que nos encontrábamos en la etapa de pudrirlo todo. El octeto se retiró entre aplausos pero nadie dejó la pista. Acertados todos, el conjunto volvió para seguir con la etapa gritos y saltos —que incluyó un efímero pero festejado mosh del cantante sobre su gente—. Repiqueteo de palillos contra los bordes metálicos del tambor dieron inicio al último tema del bis, canción tan extensa como intensa para garantizar el agotamiento absoluto del público: “What?”
Un grupo de músicos sumamente talentosos, algunos egresados de la altamente prestigiosa Escuela de Música de Berklee, situada en Boston, EE. UU., se junta en cantidad de ocho (han sido nueve también) para explotar cuantos géneros se pueda y realizar una propuesta en vivo distinta. Muchos dirían fusión, Sorín preferiría licuado, y así y todo quedará en quienes “tengan que rotularlo, que escribir sobre ello”, jazz, rock, funk-clásico-punk pero fiesta, más que nada fiesta. Yo solo digo que “it feels like bouncing on a trampoline”.
Foto principal: Lucas Mangi