La nueva edición del Buena Vibra, uno de los festivales más convocantes de la escena independiente, volvió a sumergirnos en un clímax sonoro y visual que reúne a un número cada vez mayor de espectadores. La puesta en escena de algunas de las bandas más importantes y jóvenes del ambiente, muestras de arte y diseño, cortes de pelo en menos de 5 minutos y un patio de relajación, entre otras experiencias, hicieron de este acontecimiento algo esperado e icónico.
El comienzo del festival estuvo a cargo de Candelaria Zamar. Elegancia, talento y simplicidad podrían ser algunas de las notas más sobresalientes de esta artista. A través de la creación de una atmósfera etérea y cálida propia de las canciones que contiene Un vaso de agua, su primer trabajo, la presentación brindó un panorama más reflexivo e introspectivo. Acompañada por un piano delicado, su voz aterciopelada se paseó por temas como “Paralaje” o “Si no es así”, letras que logran poner en pausa la vorágine cotidiana con sus micro relatos de tinte poético.
Contrario a lo que sucedió en el escenario exterior, el erotismo combinado con el neo soul y el jazz invadió todos los rincones en la penumbra del escenario interno. Chita (Francisca Gil) marcó presencia ante un público que se extasió a través de la sensualidad y la potencia de su voz. Como la estela de un perfume, las bases rítmicas de mezcla reggae y dub empaparon el cuerpo de los escuchas, capturados por las sensaciones que se iban tejiendo a su alrededor.
Weste, el proyecto de Clara Trucco (Fémina) e Ignacio Pérez (Mushi Mushi Orquesta), se vale de recursos folclóricos y electrónicos que se pueden distinguir a lo largo de todo el recorrido melódico al que invitan. Flautas traversas, teclados y drum machines, son algunos de los elementos que desplegaron sobre el escenario principal. Portando una estética que no la dejó pasar desapercibida, Clara T generó un ambiente particular a través de canciones como “Río”, “Crisantemo” o “Antídoto”. Sus letras cargadas de una presencia onírica e invadidas por temáticas relacionadas a la naturaleza, la belleza y la vida, fueron rapeadas y coreadas dulcemente.
Pop, psicodelia y rock espacial. Esos son algunos de los elementos que componen a Telescopios. Con una presencia destacable, le regalaron una sonrisa al público que los ovacionó sin siquiera haber comenzado su show. Un acorde de teclado sostenido al que repentinamente se le sumó el beat de una batería vibrante, dio paso a “Viña del mar”, melodía en donde imperaron los sintetizadores, un bajo de estilo funk y una multiplicidad de sonidos que son el toque de autenticidad de esta banda. Surfeando por canciones como “Amigos de la Cía”, “Fucsia” o “Ciudad de Tampa”, brindaron un menú musical que estuvo compuesto de melodías de sus últimos dos trabajos, haciendo estallar a un público que se sabía cada una de las letras.
Cuando el sol ya se había escondido y el lugar comenzaba a atiborrarse de oyentes, el sexteto del momento apareció en escena. Bandalos Chinos, a través de la combinación de un pop sintético y la mezcla de elementos como el soul y el funk, hizo viajar al público hacia una fiesta disco de los ‘70s. Canciones de su último trabajo como “Vámonos de viaje”, con alto contenido de sintetizadores viajeros, o “El club de la montaña”, de ritmos funk que comandan la composición, dejaron vislumbrar la génesis de sus melodías en referentes como Virus o Miguel Abuelo. A través de la amalgama de los sonidos que se desprendían de un escenario comandado por Goyo Degano, la agrupación supo convertir el lugar en una auténtica fiesta.
Como si fuera poco lo que había sucedido en el escenario exterior, Morbo y Mambo prendió una hoguera en el escenario interno. Allí, los concurrentes no escatimaron energía para bailar desenfrenadamente temas como “Panamá”, “Nuevo mood” o “Cara de combi”, composiciones empapadas de afrobeat y psicodelia, que contagian la buena onda y sumergen en un trance realmente hipnótico a quien está presente. Esta agrupación es de las que saben encender al escucha, y en vivo aún más.
Como broche de oro a la velada, de lentes y chaqueta brillosa -nada sorprendente para quien la extravagancia es bandera-, Emmanuel Horvilleur dio comienzo a su espectáculo. El ex-Kuryaki, consagrado por una trayectoria de largo recorrido, regaló hits como “Llamame” o “Radios”, que fueron coreados por el público. El show significó un magnífico cierre para otra edición del Festival Buena Vibra, en el que la cultura fue la encargada de anexar distintas ramas del arte y de generar un puente hacia potentes experiencias sensoriales y auditivas.
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Foto principal: Juan Curto.