El sábado 18 de mayo, cuando a Francisca Valenzuela se le dio por cantar a capella en el escenario Afuera, no se oyó volar ni a una mosca. Y no porque hubiera dudas sobre el talento de esta cantautora chilena (o al menos no debería), sino porque resulta innegable lo que su potente voz resonando en pleno predio de Tecnópolis simbolizó en ese contexto. Si bien la cuarta edición del Festival Nuestro ya había contado con presencia femenina en su grilla, en su versión 2019 la producción redobló la apuesta ubicando a Nathy Peluso como cabeza de cartel, a la par de El Kuelgue y Las Pastillas del Abuelo. Y esto no quedaría en un mero gesto: el de la Sandunguera fue uno de los shows más convocantes de la jornada. “Dennos estos lugares, que vamos a cambiar la música”, decía Marilina Bertoldi hace unos días mientras levantaba el Gardel de Oro en Mendoza, y todo indica que 2019 será el año en que el mito de que las mujeres no cortan tíckets deje de funcionar como excusa y pase a ser solo eso: un mito.
Rivalizar por diferencias musicales también suena anticuado para esta generación que adoptó el eclecticismo como norma, por lo cual no hubo problema en que el Chango Spasiuk fuera quien se suba al Escenario Adentro en lugar de Las Pastillas del Abuelo. La amenaza de lluvia pendía sobre la jornada, así que la producción, rápida de reflejos, decidió reacomodar los artistas que estaban programados para tocar al aire libre, y fue en ese plan que el acordeonista y compositor misionero presentó el proyecto que comparte con Chancha Vía Circuito. La banda liderada por Piti Fernández era otro de los platos fuertes, y en sintonía con el recambio que atraviesa la escena, fue casi el único aliento de rock barrial que exhaló el lineup del festival. Aunque sus fans eran muchos y llevaban largo rato esperando para desplegar las banderas y agitar dentro del predio techado, terminaron por coparse con el singular diálogo entre electrónica y ritmos folclóricos que propuso la dupla Spasiuk-Canale. Con arreglos de cuerdas, percusión y coro de ucranianas incluido.
Afuera, a modo de previa de la tormenta, Juana Molina confeccionaba una experiencia de otro planeta. Su trip introspectivo trasciende lo sonoro para entrar en terreno cuasi mántrico, y siempre surte el mismo efecto, aun cuando ella misma haya confesado que no le agrada demasiado tocar en festivales. Más temprano en el mismo escenario, tenía lugar otro tipo de viaje de impronta femenina (aunque más maximalista e interactivo) comandado por la troupe colombiana de Monsieur Periné. “¡Arriba las chicas en Argentina y en el mundo!”, arengaba una radiante Catalina García antes de interpretar “Mi libertad”, invitando al público a estallar en un salto colectivo.
En el escenario indoor, la melancolía tanguera en clave power-pop regalaba un buen puñado de pogos sensibles de la mano de Estelares. “Gracias a ustedes por la oreja y los corazones”, dijo un siempre correcto Manuel Moretti antes de tocar “Ríos de lava”, y aprovechó para adelantar el lanzamiento de su noveno disco titulado Las lunas, junto con su presentación en el Teatro Gran Rex el próximo 7 de julio. Coronando la postal nostálgica, Edu Schmidt subió como invitado en “Ella dijo” para interpretar los arreglos de cuerdas.
Si los shows de Nathy Peluso en Groove, Konex y Niceto Club habían rankeado entre lo mejor del 2018, esta vuelta a su tierra natal fue superadora. Más todoterreno que nunca y con una backing band descomunal que supo cumplir cada uno de sus caprichos, Natikillah se paseó por cuanto género se le ocurrió. Casi tantos como los volados de su vestido blanco. Reafirmar su argentinidad con la intro de “La grasa de las capitales” de Serú Girán, meter un guiño a Erykah Badu en “Hot Butter” para luego ponerse en la piel de una Nancy Sinatra kitsch, ensayar una cruza entre funk y jazz con algo que suena como neo-soul futurista, para después apoderarse del hip-hop como si nada y terminar llamándose a sí misma “la asesina del mambo”. Por todo eso y más, la experiencia Peluso en vivo es un verdadero festín tarantinesco. La lluvia, tímida pero persistente, no opacó la marea de pañuelos verdes ni el rugir del público femenino por el aborto legal, y le imprimió un tinte épico a las palabras finales de Nathy: “Valentía y corashe, música y amor.” Para el momento en que Miss Bolivia desplegó su fusión rítmica de ADN militante, el escenario estaba bien caliente. Aunque no cabían dudas de que su cumbia warrior salpicada de rap mantendría encendida la llama. “¡A la cuenta de tres, decimos aborto legal!”, arengó pidiendo selfie con el público tras presentar su nuevo hit “Se quema”, encarnando otra postal épica de resistencia feminista.
En consonancia con la actitud inclusiva por la que apostó esta edición desde su curaduría, el rap fue otro género que ganó espacio en la grilla. Y no solo de la mano de Miss Bolivia, sino también desde Militantes del Clímax y su cruza con el funk, el sonido global de la uruguaya Eli Almic, Tink, y Dakillah en su fusión con el trap (estos últimos, acompañados por Villa Diamante en las bandejas). Por el escenario íntimo también pasaron Hija de Tigre, Hipnótica, Silvina Moreno, Hana, el pulso rioplatense de Pablo Dacal y el standup picante de Señorita Bimbo, mientras que el lineup de los escenarios principales lo completaron Ainda Dúo, Jeites, el rock criollo de Cruzando el Charco y la fórmula ska-instrumental de Hugo Lobo y su crew fiestera, Dancing Mood.
El Kuelgue se puso el cierre al hombro a fuerza de humor e improvisación, casi como pidiéndole a la lluvia que aguante un poco más, pero la naturaleza hizo caso omiso del pedido. Para cuando la banda promediaba el final de su set, el chaparrón ya no daba tregua. “Vamo’ a construir un parque acuático”, canta Julián Kartún en su single de 2018, y esa es la actitud: asumir la responsabilidad y construir, aun desde los márgenes. Así es como las nuevas voces de esta generación seguirán conquistando todos los espacios que se propongan.
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Foto principal: Pablo Brunotto.