La pandilla de intelectuales ingleses que supo autodenominarse Gang Of Four, nombre inspirado en una facción política del comunismo chino asociada a la viuda de Mao Tse-Tung, mutó de tal manera que hoy, con un solo miembro original presente en sus filas, quizás convendría llamarla de otra manera. Asumiendo ese hecho, podría hacerse una apreciación más objetiva del show que tuvo lugar el pasado 14 de mayo en Niceto; pero lo cierto es que cuesta despegar el nombre del legado que dejaron Jon King, Andy Gill, Hugo Burnham y Dave Allen, legado que caló hondo en el ADN de muchas bandas posteriores. En ese sentido, nadie les quita lo bailado a esos cuatro desesperanzados jóvenes de clase trabajadora oriundos de Leeds, que allá por 1978 irrumpieron en la escena inglesa haciendo de su descontento social y político una aplanadora de beats austeros e infecciosos, cargados de retórica afilada y pulso funk. Algo así como post-punk neo-marxista, apto para la pista de baile.
Quizá la versión restaurada de una agrupación tan sintomática de su tiempo resulte sólo un simulacro para los más fundamentalistas, y más aún para quienes consideran que GO4 empieza y termina con Entertainment! y Solid Gold; pero no por eso deberían dejar de reconocerle a Andy Gill el aguante. Pese a que la amada formación original tuvo un fugaz retorno en 2004, tras el cual vio la luz Return the Gift, un álbum donde se dieron el lujo de regrabar sus primeras canciones, la resurrección no prosperó; pero para este intrépido guitarrista, abandonar el barco nunca fue una opción. A fuerza de obstinación, siguió poniéndole cuerpo e instrumento al proyecto del cual también fue miembro fundador; y el gesto perseverante, hay que decirlo, encaja a la perfección con el espíritu de la banda.
Tratándose de una de los grupos más influyentes de finales de los ’70, y siendo esta su primera visita, la expectativa en torno al show con la nueva formación era casi tan grande como la incertidumbre. El experimento podía funcionar como no, pero si funcionaba, sería épico; así que nada justificaba desaprovechar la oportunidad.
La aplanadora platense Norma estuvo a cargo de la apertura y sus integrantes no escatimaron en precisión ni decibeles para hacer sentir como en casa a sus huéspedes, pero nada a lo largo de la noche superaría en estridencia a los primeros minutos de “Love Like Anthrax”, toda una declaración de principios por parte de Gill, y para los tímpanos menos curtidos, todo un desafío acústico.
Con la aspereza intacta como quien no lleva 40 años de carrera a cuestas, el violero comandó una experiencia de lo más intensa, que podría definirse como un derroche de post-punk post-apocalíptico, si es que existe tal cosa; pero mal que les pese a los nostálgicos, la velada también tuvo su cuota de sabor aggiornado, lo que la salvó de convertirse en un mero cóctel revivalista. A sus nuevos colegas se los vio comprometidos con la causa, y está claro que el buenmozo de John “Gaoler” Sterry no carece de talento, pero su performance en vivo como frontman ganaría en magnetismo si no fuese porque le toca competir con la sombra de Jon King; en ese sentido, quizás le hubiera sentado mejor bajarle unos decibeles a su histrionismo. Es que la química y la tensión otrora proyectadas por el cuarteto original sobre el escenario daban como resultado un combo irreproducible, justamente porque derivaba de la suma de sus partes; pero hecha esa salvedad y rescatando también el óptimo desempeño de Thomas McNeice en bajo y Tobias Humble en batería, el resultado de la ecuación actual fue más que suficiente para taparles la boca a los escépticos.
El setlist quizá haya sido el aspecto donde Gill dejó entrever su costado conciliador priorizando los clásicos inoxidables; pero aun así hubo espacio para lo más reciente, como fue el caso de “Isle of Dogs” y “Where the Nightingale Sings”, ambas incluidas en What Happens next, álbum editado en 2015 con el plantel ya renovado. De más está decir que los momentos pogueros de la noche vinieron de la mano de las más coreables, “Damaged Goods” y “I Found that Essence Rare”, que fue la elegida para los bises; mientras que el minimalismo ganchero y robótico de “Not Great Men” también puso al público a sacudir sus cabezas. Otro tanto sucedió con “To Hell with Poverty” y “Natural’s Not in It”, y el golpe polémico lo terminó de dar “I Love a Man in Uniform”, censurada por la BBC en 1982 debido a que las fuerzas armadas británicas se encontraban, en ese entonces, combatiendo en Malvinas.
Para no romper con la tradición, ninguna sonrisa fue esbozada, al menos no mientras duró el concierto; y descargar la ira con los instrumentos musicales fue un leitmotiv que alcanzó su clímax con “Gaoler” destrozando un microondas sobre el escenario, a los guitarrazos limpios. Quizá el hecho de saberlo un momento tan instagrameable le haya quitado un poco la magia; de seguro el mismo arrebato hubiese tenido otro sabor en el ’79, allá donde registrarlo en un dispositivo no fuera tarea tan sencilla.
Si bien la apuesta se centró más en la potencia que en el baile, y haciendo a un lado la polémica pasado-versus-presente, hoy Andy Gill y los suyos se las siguen ingeniando para mostrarle al mundo quién fue (¿o es?) Gang Of Four, y cómo es que realmente se hace. “No corny lyrics, no obvious melodies and no change of key” solía ser el manifiesto de la banda, y si de eso se trata, no se puede decir que la premisa no se haya cumplido.
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Foto principal: Diego Moyano.