Cinco años después de su última visita en 2019, Iron Maiden volvió a pisar suelo argentino con su monumental Future Past Tour, un espectáculo que no solo celebró décadas de historia, sino que también llevó al límite la capacidad del Estadio de Huracán. En una noche cargada de épica, los titanes del heavy metal ofrecieron un show que mezcló lo mejor de su último álbum con clásicos inmortales, dejando claro por qué siguen siendo una de las bandas más emblemáticas del género.
Desde temprano, los alrededores de Parque Patricios se colmaron de ropas oscuras y miradas expectantes. La multitud crecía a medida que los seguidores de la banda se acercaban al predio. Muchos de ellos aprovecharon los beneficios que ofrecía BBVA: una preventa exclusiva, 3 cuotas sin interés y hasta sorteos de entradas. Estos últimos afortunados no podían esconder su alegría y se unían al fervor colectivo, mientras la ansiedad por el show se palpaba en el aire, evidente a cada minuto que transcurría.
“Esto es como una montaña rusa de emociones -dijo Nicolás, fan de Iron Maiden, con una sonrisa de oreja a oreja-. No solo por las dos bandas que nunca vi, Malón y Maiden, sino porque hay algo pendiente que al fin puedo saldar. Y, al ser fin de año, uno empieza a pensar que ya no hay mucho más por hacer, así que este es el broche de oro para un año increíble, el mejor que uno puede tener, al menos en mi caso. Es muy emocionante, sobre todo ver tantas familias juntas, padres, abuelos, hasta gente de 60 años con sus hijos y nietos. Me emociona porque, aunque no pude vivirlo con mi viejo, me gustaría hacerlo en el futuro con mi familia. Estoy más que agradecido con la invitación de un amigo, Federico, con el que llevo más de 20 años de amistad”.
Entre el público, se veía un crisol de generaciones unidas por la devoción a la Doncella de Hierro. Desde veteranos que vivieron los primeros días de Maiden hasta adolescentes con remeras recién compradas, todos compartían la misma pasión desbordante. Había padres levantando a sus hijos en hombros y grupos de amigos que coreaban juntos cada estrofa. Iron Maiden conectó a todos bajo el mismo grito de guerra, fortaleciendo la idea de que el heavy metal es un idioma universal que no entiende de edades, pero sí de corazones latiendo al unísono.
Antes del asalto distorsionado de los británicos, Malón subió al escenario para encender los motores. La banda argentina, referente absoluto de la escena nacional, desplegó un set que resonó en cada rincón del estadio. La voz desgarradora de Claudio O’Connor y el vigor de su instrumentación fueron el preludio ideal para el momento tan esperado.
Iron Maiden salió a escena con la furia y la actitud de una banda que no piensa bajar un cambio. Bruce Dickinson, un verdadero animal del escenario, saltaba y corría como si el tiempo no existiera, desafiando a cualquiera a seguirle el ritmo. Steve Harris, siempre al frente, tocó el bajo con esa precisión brutal que hace temblar estadios, mientras las guitarras de Adrian Smith, Dave Murray y Janick Gers chisporroteaban riffs como si estuvieran prendidas fuego. Y qué decir de Nicko McBrain, que desde la batería no solo marcó el tiempo, sino que lo destrozó, demostrando que los años no le quitan potencia. Lo de Maiden no es solo energía: es una clase maestra de resistencia metalera.
Desde el inicio de “Caught Somewhere in Time”, el público supo que no estaba ante cualquier show. La explosión inmediata de “Stranger in a Strange Land” lo confirmó. Dickinson, con su inconfundible voz, comandó una noche donde la nostalgia se combinó con la frescura de canciones más recientes como “Days of Future Past”, “The Time Machine” y “The Writing on the Wall”. Estas piezas del último álbum, Senjutsu, destacaron por su complejidad y su capacidad para encajar sin fisuras junto a clásicos de la talla de “The Prisoner”, “Can I Play With Madness”, “Death of the Celts” y “Heaven Can Wait”.
La puesta en escena fue un espectáculo en el sentido más literal, con telones gigantes que recreaban paisajes fantasmagóricos, una iluminación meticulosamente sincronizada, y las icónicas apariciones de Eddie the Head, cada vez más imponente. La banda se entregó por completo, llevando la posesión a su máximo esplendor con llamaradas que salían por los costados del escenario, incendiando la atmósfera y sumergiendo a todos en un torbellino ardiente. Cada detalle, cada explosión de luz y sonido, contribuyó a una experiencia sensorial que no solo se veía, sino que se sentía en lo más profundo.
La emotividad alcanzó su pico con “Fear of the Dark”, ese himno inmortal que transformó el estadio en un océano de luces para el estruendo de “Iron Maiden”, el hit de su álbum homónimo de 1980 . Y en el encore, canciones como “The Trooper” y “Wasted Years” fueron el golpe final de una jornada que quedará grabada por siempre en la memoria de todos los presentes.
Iron Maiden volvió a demostrar por qué sigue siendo una de las bandas más importantes del heavy metal. Más que un show, lo de Huracán fue una ceremonia. Una celebración del género que ellos mismos ayudaron a construir y que, a juzgar por lo vivido el domingo, todavía tiene mucho por ofrecer.
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