“¡Esto parece la escena final de Bohemian Rhapsody!” dijo Troye Sivan, conmovido por la respuesta de su público en el Lollapalooza Argentina 2019. Y eso que la cosa recién empezaba. El ex youtuber nacido en Sudáfrica es una suerte de Morrissey para centennials, y en su primer visita al país le alcanzó con mirar al horizonte o acomodarse el jopo para provocar sucesivos estallidos de euforia. No descuidó la performance ni para sacarse el saco, cosa que haría recién al tercer tema, descubriendo una polera a tono con sus ojos celestes. Eran las cuatro de la tarde y el predio ardía de calor, incluso más que el viernes, pero la consigna estaba clara para el veinteañero de rostro apolíneo: el glamour ante todo. Sin embargo, el timing de superestrella pop se quebró entre tema y tema para dar paso a la intimidad, necesaria en tanto declaración de principios, y pieza fundamental del vínculo con sus fans. Como emblema de una generación sin prejuicios, la bandera del orgullo gay proyectada sobre el final de “Heaven” desató otra ovación emotiva, mientras que el cierre con “My, My My” llegó para sellar la maduración de este artista, cuyo pulso confesional se compromete cada vez más con la pista de baile.
Antes de que el imperio pop contraatacara, los locales Yataians bautizaron la jornada en nombre del reggae, y lo mismo haría Ca7riel representando a la música urbana. Por el Perry’s Stage pasarían Coral Casino, el minimalismo dubstep de Catnapp y el freestyle de la Batalla de los Gallos, para desembocar en el madrileño C. Tangana, la sensación del trap español. Juana Molina reinó en el escenario Alternative, el mismo donde Perras On The Beach había desplegado su flow mendocino, mientras Foals le rendía culto al agite en el Main Stage. Más temprano, en ese mismo escenario, la presencia de Rodrigo Amarante junto a Los Hermanos marcó el regreso de la agrupación carioca, que supo explotar a fines de los 90 con su hit “Anna Julia”.
Si lo de Sivan había sido inolvidable, otro tanto aplica para el combo de militancia pop que desplegó The 1975, inmediatamente después de que Fito Páez convirtiera “Y dale alegría a mi corazón” en la “Hey Jude” de su repertorio. Al rosarino le tocó unir generaciones y optó por repasar su carrera en modo catarata de hits. Pese al desfasaje en los códigos, no solo salió airoso del desafío, sino que logró emocionar y hasta se fue ovacionado al grito de “olé, olé…”.
Sin que les tiemble el pulso, Matthew Healy y los suyos volvieron a afirmar que el rock está muerto: y enhorabuena por la osadía, porque tienen con qué bancar la parada. Ambiciosos y actuales como el título de su último disco, A Brief Inquiry Into Online Relationships, los mancunianos no escatiman en recursos, y su segunda presentación en nuestro país era otro de los platos fuertes. La anterior había sido en la edición 2017 de Lollapalooza, y si bien esta vez no hubo sideshow, el cuarteto exprimió al máximo sus 60 minutos sobre el Main Stage. Tanto es así, que la presentación que brindaron al caer la tarde rankeó entre las mejores del festival.
A esta altura del partido, a estos íconos del pop británico poco les preocupa oler a espíritu adolescente o ser carne de cañón para los haters. Así que el puntapié inicial lo dieron con “Give Yourself a Try”: solo The 1975 puede tomar prestado un riff de Joy Division y hacer que suene a capricho noventoso de Placebo. Para echar leña al fuego, en noviembre del año pasado NME dijo que la dupla Matt Healy/George Daniel es lo más parecido que tenemos a unos Lennon/McCartney actuales. Quizás semejante comparación sea apresurada, pero si algo es cierto, es que encarnan el pop del futuro.
La única contra del show: para verlo entero, había que resignar el eclecticismo queer de Anne Clark. La estadounidense, mejor conocida como St. Vincent, dominaba el escenario alternativo en plan fetichista y sin más compañía que sus -¡cuántas!- guitarras. Orbitando en lo más arty y conceptual del pop, la virtuosa femme fatale detrás de Masseduction brindó una performance brillante. Sam Smith, por su parte, debutó en suelo argentino de la mano de su exitoso segundo álbum, The Thrill of It All. Dueño de una voz prodigiosa, el crooner londinense emocionó y cosechó ovaciones; pero con los Arctic Monkeys pisándole los talones, difícil sostener la atención en una propuesta de estas características. Al menos no por tanto tiempo.
Mal que le pese a los detractores de Tranquility Base Hotel & Casino, último trabajo discográfico de los de Sheffield, el escenario principal del Lollapalooza no le jugó en contra sino que potenció sus cualidades. Rebeldía no tiene por qué ser sinónimo de desenfreno guitarrero, y así lo entendió también Alex Turner, que subió a escena en plan greaser para incendiar el predio con “Do I Wanna Know?”. Pero aunque pareciera salido del musical Cry-Baby, tanto el sex symbol británico como su agrupación superaron la adolescencia hace rato, y de eso dieron cuenta en su hora y 45 sobre el Main Stage. Se suponía que fuera Sam Smith el acto conmovedor de la jornada, pero el primer puesto en la materia se lo ganó Turner al momento de interpretar “The Ultracheese”. Otro tanto sucedió cuando encaró el piano para hacer “Star Treatment” durante los bises, o con la épica “Cornerstone” de su disco Humbug.
Pero para alivio de los fans de primera hora, el ADN guitarrero de la banda sigue intacto: cerraron con “R U Mine?”, y ahí estaba aquel género que The 1975 declaraba muerto horas antes. Le guste o no a Matthew y los suyos, al rock todavía no le ha llegado su hora. Alguien tenía que desempatar, y esta vez le tocó al neerlandés Tiësto, encargado de cerrar la noche en el Main Stage 2. Por las dudas, no bajó los decibeles.
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Foto principal: Arctic Monkeys por Matías Casal.