Cuando Santiago Barrionuevo fue al mítico estadio Obras a ver el show de los Ramones, allá por el ’95, quedó alucinado con la pose anti-rockstar de Joey Ramone. Es su ídolo, y hasta cumplen años el mismo día. Pero quizás no imaginó que él mismo retomaría aquel espíritu un par de años después, al frente de una agrupación que se transformaría en emblema del indie. Tampoco imaginó que su sexto álbum de estudio sería nominado a los premios Grammy Latinos, ni que la iglesia dueña del Luna Park les prohibiría tocar en su recinto por considerar demasiado polémico el nombre de la banda. El hecho quedará como anécdota punk más que como impedimento, ya que Él mató a un policía motorizado enseguida encontró reemplazo: el Estadio Bicentenario de Tecnópolis, el mismo que los recibió durante el festival BUE, en diciembre del año pasado.
Pese a su caudal de púbico, que fue creciendo en forma exponencial y se consolidó tras la edición del flamante La síntesis O´Konor, el predio cubierto de Villa Martelli con capacidad para más de 5.000 espectadores no dejaba de ser todo un desafío para estos guerreros de la autogestión. Ya habían superado la prueba de fuego con un show sold-out en el microestadio platense del Club Atenas, donde además jugaban de locales; pero aparte del show más grande de su carrera, lo del 8 de diciembre fue toda una celebración para la escena independiente, y la prueba irrefutable de que el Do It Yourself está más vivo que nunca.
Mientras se llenaban el campo y las gradas, una voz grabada repetía formalmente el protocolo de seguridad por los altavoces. El aire acondicionado y los puestos de hidratación ayudaban a sacudirse la humedad del cuerpo, y si a algún recién llegado se le antojaban unos pochoclos u otro tentempié, solamente tenía que acercarse al patio de comidas. Un panorama que resultaría de lo más normal para cualquier banda mainstream; pero tratándose de Él mató, el sabor a espacio conquistado resignificaba cada uno de esos detalles.
Con puntualidad y para no perder la costumbre, los muchachos salieron a escena bajo el pulso reposado de “El magnetismo”. Acto seguido, “El baile de la colina” y “La síntesis O´Konor” desplegaron esa impronta kraut barrial por la que supieron autoproclamarse –y con toda razón- como “nuevos creadores de rock and roll”. Luego, “Noche eterna” hizo canción el deseo de la multitud presente.
Cuando una banda alcanza la masividad, corre el riesgo de perder cierto encanto al adaptarse a un formato de megaconcierto. Suele aparecer entonces, en los fans de primera hora, la nostalgia por las viejas épocas; aquellas donde el grupo tocaba para un público más reducido. Pero ese no es el caso de Él mató, y quedó bien claro cuando el quinteto pisó el escenario. Esquivándole a la pomposidad, encararon su setlist de 30 canciones con la mística y el low profile intactos, para gritar a los cuatro vientos que el mundo también es de los melancólicos.
Con 15 años de trayectoria a cuestas, sin embargo, revisitar viejos clásicos es un gesto casi obligado. En ese plan, refrescaron unos cuantos himnos entre los que brillaron “Amigo piedra”, “Chica de oro” y la arenga apocalíptica de “Mi próximo movimiento”; aunque el combo evocador terminó de completarse cuando Morita de 107 Faunos subió al escenario para “Terrorismo en la Copa del mundo”.
“¿Están cantando en contra de Macri? Sigan, por favor”, alentó el Chango con su silueta recortada por un contraluz espectral, y de inmediato llegó “Alguien que lo merece”. Ideal para acompañar el gesto. Promediando el show, complacieron su arrebato pistero sobre el final de “Destrucción”, y luego de un breve intervalo precedido por el noise agridulce de “El fuego que hemos construido”, volvieron a la carga para entregar no una o dos, sino otra decena de canciones. “Es la fiesta que te prometí”, reza el estribillo de “Navidad en Los Santos”, y lo prometido es deuda; así que los platenses cumplieron con creces.
“Chica rutera” y “Más o menos bien” elevaron una vez más el mood nostálgico, y el canto unánime por el aborto legal preparó el clima para el cierre con “Prenderte fuego”. “Gracias por venir esta noche tan hermosa de primavera, nunca lo vamos a olvidar”, se despidió Santiago después de varios amagues, poniendo fin a un concierto histórico. Esa vez sí iba en serio; pero imposible quejarse luego de dos horas, treinta canciones y un montón de himnos indestructibles. Sobre todo porque el encuentro volvió a destacar la mayor virtud de Él mató, aquella que tan bien resume Fabián Casas en la contratapa de La ruta del sol, y que a esta altura adquiere carácter de manifiesto generacional: pura potencia, hacer con pocos elementos pequeñas obras maestras, y reírse de la muerte.
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Foto principal: Matías Casal.