El viernes 2 de noviembre pasada la medianoche, La Tangente abrió sus puertas para darle la bienvenida, por segunda noche consecutiva, al público de Peces Raros. Hace unos días la banda platense conformada por Benjamín, Marco, Mariano, y Lucio, había dado a conocer la totalidad de Anestesia, su tercer disco de estudio que profundiza el concepto de su antecesor, Parte de un mal sueño (2016). Entonces, con un nuevo disco encima y un show agotado, no eran muchas las personas que esperaban escuchar algunas de sus primeras canciones. “Luz de invierno”, “Algo en vos”, “#Pornográfica”, “Nena mira”, solo por nombrar algunas, son canciones de una etapa del pasado a la que Peces Raros hoy le dice “No, gracias”.
La última vez que los vi fue en el festival de los 10 años de Indie Hoy. Peces Raros cerró la noche con un set que anticipaba lo que sería Anestesia, canciones que quedaron como germen en la mente de quienes las escucharon. Yo fui por la revancha a “Barrio adentro”, la que se me quedó impregnada a primera escucha esa noche, y después se fue alejando con un “despegándome de vos” hasta que pude escucharla cuando salió el disco. Las canciones de Anestesia demuestran la madurez, la intensidad y el júbilo de Peces Raros por nadar en las profundidades donde la claridad del agua se difumina en la oscuridad del suelo.
La previa estuvo musicalizada por Carreira, que puso en calentamiento a la gente hasta las 2:30 h, cuando Peces salió al escenario con “Visiones internas”. La gente los recibió con un fuerte aplauso que no tardó en desintegrarse ya que nadie quería dejar escapar un segundo de ponerse en movimiento. “Visiones internas” fue el mejor saludo a una celebración que estaba iniciando el fuego, ya que en su lírica hacen la primer alusión directa al disco: “Entre las quimeras busco anestesia de buen gusto”, seguido de la sensación robótica y perspicaz con la que entra la frase: “Yo soy lo que otros dicen que soy/ Y voy donde otros dicen que voy”.
Con la experimentación como estandarte, Peces Raros apuesta a un show sin cortes entre canción y canción, logrando un híbrido mutante entre el rock y la electrónica. Sus shows son más bien sets y los aplausos están más bien dirigidos al subidón que a la conclusión. Porque la clave en un show de Peces Raros es perder la perspectiva de principio, desarrollo y final, y jugar a enceguecerse en un torbellino sonoro sin terminación. La segunda fue “Sombras en la pared” y le dieron vuelta a la tuerca que ajustaba la oscuridad del set. Las luces cambiaban entre rojas y azules, pero ellos eran siluetas negras, como si lo que menos importara fuera observarlos. La invitación era a quitarles los ojos de encima y dejarse llevar por la atmósfera nebulosa que repetía un “No te mueras nunca”. La gente de a poco empezó a tomar el atrevimiento de darse vuelta, de espaldas al escenario, y eso a Peces Raros sé que les encanta.
El telón de Anestesia le abrió paso a su disco anterior con “Aunque me digas que no”, una canción que si se la escucha con atención se siguen percibiendo las sombras y ciertas presencias austeras escondidas entre beats. Peces Raros manejaba el clima y ya en la cuarta canción la celebración se convirtió en un verdadero trance, donde el groove estallaba en la densidad del ruido y el torbellino te atrapaba o te sacaba. Quizás a las orillas había personas distanciadas… pero yo no las vi. Y cuando volví a parpadear ya estaba anestesiado nuevamente, el descenso siempre forma parte del viaje. Peces Raros son guías y las reglas las ponen ellos porque conocen bien el juego. Si bajás, subís y “¿Qué sentís cuando te vas arriba?”; el techo de La Tangente estalló en un alarido con “Muertos de miedo”; otra explosión apareció con “Parte de un mal sueño”.
Luego llegó el turno de mi revancha. En realidad nunca “llegó”, porque la música nunca se detuvo, estuvo siempre conectada, siempre estuvo ahí. Sonó “Barrio adentro” y ahora no se me despega ni en pedo. Luego Peces Raros acentuó su carácter más instrumental y onírico: batería, bajo, guitarras y sintetizadores son solamente lo transmisores de algo mucho más grande y poderoso que es el espacio generado. Toda esta solemnidad fue la intro del tan celebrado “No van a parar”, el primer single de Anestesia; después “Héroes del bar” y “Girando en falso”, una canción que deambula entre la parodia de Shakespeare y la paranoia de Depeche Mode. Cargando toda esta intensidad y con pocas palabras que distrajeran a la gente, Peces Raros desapareció por unos minutos en un breve intervalo.
Volvieron con la hipnótica “A donde quieras” y la desconfiguración se hizo evidente cuando rompieron los graves y la psicodelia se retomó. A “El Edén” le siguió “Clericó”. Peces Raros no solo te sumerge en un mundo con otras texturas sino que también te llena de imágenes que provocan a través de su lírica, como una cámara cinematográfica que reproduce constantemente un eterno collage, donde las puertas somníferas de “El Edén” se yuxtaponen a un marco socio-político de la dualidad Cristo-Videla. Esta conjunción entre el rock y la electrónica disfrazaba los cortes entre tema y tema, y daba como resultado algo mucho más potente, poético y audaz. Son riesgos que hay que atravesar y Peces Raros lo logró al poner en jaque la subjetiva de su público al pararse frente a un escenario. Es otra forma de contemplación, es otra forma de acercarse a la canción. Terminaron con “Aproximaciones primeras”, que se sintió como la finalización del set ya que las siguientes canciones no estuvieron enganchadas. Empezaron “Nenúfares perfectos”, una balada sintética de arreglos descomunales y detalles narcóticos; después “Antes de llegar” y cerraron la noche con “Durango” y “Algunos días”.
Peces Raros es una banda con una propuesta distinta, con un show cargado de intensidades, de subidas y bajadas, de picos filosos y llanuras. Es una experiencia particular. Un recital de Peces Raros es una cuestión sonora pero a la vez corpórea, involucra las sensaciones y el cuerpo. Es una decisión estética que prevalece en la atmósfera frente a la admiración.
Cuando terminó el show, las personas parecían atónitas y desconcertadas porque la sugerencia era no escaparse, entonces se volvía más difícil salir. Entre el show y la calle había que atravesar un portal para llegar a la otra dimensión. Dos pibas salieron abrazadas y una cantaba el estribillo en el hombro de la otra, “Ve a donde quieras ir”, con una pequeña sonrisa y satisfacción; “… entonces volvería a entrar” le respondió. Creo que todos deseábamos exactamente lo mismo.
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Foto principal: Natalia Vidal.