Casi a oscuras, un piano empezó a sonar por los parlantes. Nadie lo tocaba, no había nadie en el escenario. Era el preludio. Estaba ahí para crear un ambiente que ellos iban a romper una y otra vez a lo largo de su show. El preludio duró, largo rato. Diez minutos. La ansiedad crecía y el piano seguía ahí sonando por las torres de Tecnópolis. Veinte minutos. Algo debe pasar, la gente se acomodaba, empujaba, llenaba los espacios vacíos. Treinta minutos. Impuntuales pero no me importa, a nadie le importa, sale Thom Yorke de rodete y campera de cuero negra. No sé si dice algo ahí pero sale y empieza a sonar el sueño de nueve años de espera. El sueño del piano tocado por él, todo está oscuro y del techo más alto del escenario empiezan a proyectarse lucecitas en todas las direcciones, hacia ellos, hacia nosotros, un cielo de noche, las voces que hace Jonny Greenwood con sus aparatos se mezclan con la voz amplia, majestuosa de Thom, con los fantasmas de la canción. Los soñadores nunca paran dice “Daydreaming“. Así empieza Radiohead en Argentina.
Feliz cumpleaños canta el público mientras una bola de boliche, con espejos que reflectan para todos lados, marca un ritmo que aprenderemos canción tras canción. Esto es una noche, esto es una fiesta. Rara, pero una fiesta. El público grita de nuevo, canta, intenta ganar atención pero la maquinaria se encendió, de las pantallas de los costados y de la gigante, ovalada, en el escenario sale una luz azul, un dibujo celular que combustiona ahí para nosotros en la inquietante “Ful Stop“, y ya vamos dos de las cinco canciones de A Moon Shaped Pool que van a tocar.
“15 Steps” para que Thom deje el instrumento, tome el micrófono con una mano y con la otra haga su baile de garza, mano de pico y antebrazo de plumas, espalda de cuello de animal o de cisne. Entre la percusión acelerada y los arreglos electrónicos de Jonny el pájaro se electrocuta en un cuerpo con espasmos sobre el escenario inmenso. Cada vez que pudo Thom bailó en su lenguaje personal de sacudones y “Myxomatosis“, de Hail to the Thief, llegó para hacer de Jonny otro animal desquiciado, un brazo que tocaba un aparato, la pantalla lo proyectaba por partes, el dedo frotando la perilla, Thom rompía el ritmo, Phil Selway como una eminencia del ritmo roto, y él seguía ahí metiendo el dedo, agitándolo entre un pedal, una perilla, un sintetizador, ¿qué hace Jonny? El pelo lo tapa, una cortina negra y brillante se sacude, el dedo frota, histérico, es casi erótico. Bola de boliche.
“Lucky“. Bola de boliche. “Nude“. Bola de boliche. La ferocidad del ritmo es así. La gente quiere gritar, vuelve a cantar el feliz cumpleaños, algunos voraces gritan te amo, el trance es individual pero allá adelante quieren la demagogia típica del olé olé olé, del somos protagonistas, del mirá cuánto te queremos, valemos más, somos 40 mil, está lleno, ¿sobrevendido? Pero ahí arriba había seriedad, había cinco Radiohead y un baterista más, un sexto que oficiaba de percusionista, de espejo a Phil Selway, y ahí había compromiso de show histórico. La bola de boliche continuó apareciendo entre cada tema hasta “The Gloaming” y su textura de cortocircuito, de cable pelado, de máquina en repeat y el STOP de Thom Yorke y el “What’s going on down there?” En un instante se detuvo todo, se prendió la luz, el trance terminó. Algo ahí adelante, en la valla que tenía enfrente, se rompió. No lo explicó pero pidió que todos se corrieran para atrás un paso, pidió paciencia hasta arreglarlo, pidió entendimiento para evitar que alguien se lastime. Quince minutos con las luces blancas en la frente y un señor de negro con walkie talkie dando órdenes desde el costado. Thom cantó a capella para aliviar la espera, la abrupta interrupción, para desdramatizar lo que ocurría allá adelante con aquellos que apretaban. En un segundo tomó la decisión responsable de cuidar a su público, él como máximo responsable de esa maquinaria maravillosa y convocante de Radiohead. Hizo algunos ruidos de urraca, se rió y largó carcajadas teatrales, habló con el público, pidió agua para convidar, y el señor de negro levantó los dos pulgares, “The Gloaming” comenzó de nuevo y terminó con la bola de boliche.
De a poco se retomó el clima del show, fue creciendo rápidamente porque la lista de temas fue impresionante, para fans, un rosario de las mejores canciones de cada disco, unas perlas brillantes una al lado de la otra, la creación máxima de la emoción. Si el arte es el medio para atravesar, hacer cuerpo las emociones, con “I Might Be Wrong” de Amnesiac empezó un nuevo momento que se hiló con “Weird Fishes-Arpeggi” de In Rainbows para liberar, descomprimir, gritar, bailar. Radiohead es un chamán electrofuturista, el cuerpo -si está entregado- es el discípulo de los sentimientos.
“Feral“. Bola de boliche. “Bodysnatchers“. Baile frenético. Esto es una experiencia. Gracias. Fin. Se van. Ed O’Brien hace un gesto con la mano, un chau. Pero vuelve y él se convierte en algo más, la segunda voz tremenda que apoya y eleva la de Thom. Alto. Cuando están ahí los dos con el micrófono en la mano aparece “There There“, la mejor canción de Radiohead. Para mí, por mi propia vida. Emoción. Lágrimas. Just cause you feel it, Ed y Jonny hacen esa doble batería. Entra la guitarra, las luces estallan, cómo hacen las visuales para ir al ritmo de mi corazón. Lloran ellas también. Al lado mío, en el costado de derecho, sobre un montículo que nos permite ver perfecto el escenario está Thom soltándose el pelo, volviéndoselo a atar, corriendo, recorriendo el espacio, de magnífico humor. Hola en chino, hola en un idioma que se inventó, y el gracias que le salía perfecto.
“Exit Music“. Thom con la criolla ahí solo, usando la voz como nadie puede hacerlo, la lleva a lo más agudo y la sostiene, la lleva a lo más grave en un rango oh por favor, de otro planeta. Sí, quedé conmovida como nueve años atrás, sujeto con estalactitas en mi memoria emocional. Bola de boliche. “The National Anthem“. Jonny sampleando la radio, un aviso de un negocio de Almagro, “porque la buena crianza implica”, un locutor, ¿el Flaco Spinetta? Ahí su pelo pantenne sacudiéndose, sigue apretando perillas en su máquina loca, sigue con la guitarra al mismo tiempo, sigue moviendo los brazos como hélices y su cabellera que brilla y encandila. ¿Es el mimo que tocó música hindú antes? Bola de boliche. “Idioteque” y termina el segundo bloque de canciones. “Idioteque” que nos deja allá arriba como una patada de toma corriente. Pero vuelven rápido con “Present Tense“, la última del último disco, y ahí sí, la joya de la joya, “2+2=5“. El disco incomprendido de 2003 ahora suena todavía más futurista y bestial que en aquel momento. Thom ahí abre y contrae la voz. Entra la canción con todo. “Pudrilaaa”, grita una chica atrás mío y hace un pogo de a dos con un pibe mientras de las pantallas salen pulsos blancos, rojos, se caen encima nuestro, los de adelante levantan las manos, estamos lejos pero estamos cerca, los vemos perfecto. Bola de boliche y el final: “Paranoid Android“. Impresionante. Gracias. Bola de boliche, las luces no se prenden, ¿volverán? Salen de nuevo, ¿qué es eso? No me digas que van a hacer eso, tengo ganas de indignarme pero me libero, me suelto a la adolescencia, me suelto de la pose, sí, eso que suena es “Creep“, la que no tocan hace años, la que ellos odian y nosotrxs, los fans, también. Pero ahí estamos, Jonny hace los mismos gestos que en el video. ¿Qué década es esta? No sé, pero esta es la mejor banda del mundo.
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Foto principal: Santiago Gallo Bluguermann.