Lo que a uno le falta, a otro le sobra. A poca primavera, exorbitancia sonora, euforia contagiosa y nostalgia esfumada en renovación. Las bajas temperaturas no impidieron la concentración de quince mil personas en la apertura de lo que significó el desembarco de uno de los festivales más icónicos del mundo en tierras argentinas. El efecto inverso multiplicó esas ganas de impregnarse a la masa para sustraer el calor y encontró al público con una energía tan poderosa que ahuyentaba del cuerpo el frío al instante. ¡El Road to Primavera Sound marcó un hito histórico en la Costanera Sur de Buenos Aires!
Las Ligas Menores estuvieron a cargo de cortar el listón. Si bien ya habían debutado en la sede catalana del festival, ahora jugando de local fue otra la historia. Las primeras personas en llegar se sintieron bienvenidas con poderosas descargas de sentimentalismo liberadas por una de las bandas referentes de la escena indie nacional. A lo largo de la última década, la agrupación porteña forjó una narrativa que invitó a descubrir cuán inmensa puede ser la sencillez cuando el arte vuelve el alma transparente.
Helaba afuera del amontonamiento, pero adentro hasta “La nieve” y “En invierno” ofrecían un clima íntimo con la temperatura de un abrazo. Mientras “Peces en el mar” e “Hice todo mal” eran cantadas al unísono, “A 1200 km”, “Hoy me espera” y “Renault Fuego” suscitaban los primeros pogos de la jornada. Desde “El baile de Elvis” hasta “De la mano”, el repertorio de Las Ligas Menores estuvo alineado tanto a la excitación de sus fieles como a la curiosidad de nuevos oyentes.
Al caer la noche, apareció la magnífica Cat Power acompañada por su trío. Entre unos “¡Te quiero, Chan!” y ¡”Sos la mejor!”, los años de espera se hicieron notar. El escenario se iluminó de rojo en presencia mientras ella obnubilaba vocalizando con dos micrófonos algunos vestigios de sus inicios: “Say”, “Great Expectations” y “Metal Heart”. A pesar de la tos, no dejó menguar la efusividad ni por un segundo. A mitad del show, la estadounidense logró contrarrestar las molestias extirpando cada sentimiento impreso en reversiones como “Unhate”, “Bad Religion”, “White Mustang” y, por supuesto, “(I Can’t Get No) Satisfaction”.
Capaz de apaciguar la tempestad, Cat Power desmantela su encanto y calidez de una forma magnética que eleva sin despegar un pie del suelo. Aprisiona pero no sofoca. Al culminar el himno del folk alternativo “The Greatest”, todas las personas parecían anestesiadas al saludar a aquella mujer de vestido negro que logró dilatar la poética de un instante acongojado para abrillantar una lágrima que todavía no termina de caer.
El minimalismo de Cat Power fue retrucado por el de los Pixies. Nada de artilugios, nada de visuales, nada de irrupciones; nada pero nada que estorbara la vehemencia de sus propias canciones. El icónico cuarteto de Boston -con la argentina Paz Lenchantin en el bajo- llenó el mutismo sobre el escenario con la ruidosa fuerza que los caracteriza. Dinamita en estado puro: “Debaser”, “Gounge Away”, “Hey”, “Monkey Gone to Heaven” y “Wave of Mutuation”. Los clásicos nunca mueren, los gritos de “Here Comes Your Man” fueron prueba suficiente.
El relajamiento originado por su octavo y último disco publicado semanas atrás, Doggerel, posibilitaba recuperar la contundencia general antes de que el set acorazonado realice su próxima contracción a través del mecanismo detonante de Joey Santiago y David Lovering. El momento mágico de la noche llegó con “Where Is My Mind?”, cuando Francis Black tomó distancia del micrófono para amplificar los efectos con absoluta y ceremoniosa unanimidad del público. Tras 29 canciones, Pixies se despidió de su gente al ritmo de “Winterlong”, el clásico de Neil Young.
Llegadas las once de la noche, salió el siempre extravagante Jack White. Azul por donde se lo vea, el show del oriundo de Detroit no peca de antiestética. El tono de su pelo combinaba con guitarras e imágenes en pantalla. A diferencia del resto, el Sr. White hizo gala con un repaso por su carrera solista, sin siquiera dejar en el tintero canciones de The White Stripes o The Raconteurs. Hasta se dio el lujo de tocar uno de The Dead Weather: “I Cut Like a Buffalo”.
Acompañado por Daru Jones, Quincy McCrary y Dominic Davis, el músico conquistó al público con temas que solo algunos podían cantar. No vino a satisfacer expectativas ajenas, sino a demostrar que, luego de tantos años y proyectos, aun hay rock para rato. Poco importaba estar al tanto de sus más recientes discos Fear of the Dawn y Entering Heaven Alive cuando el desconocimiento fragmentario propició la fascinante contemplación del goce artístico sobre el escenario. Ya sea estridencia, vigor, carisma o cualquier otra locura puesta en escena, el virtuosismo de Jack White es digno de admirar. Sin embargo, el pogo circular de “Seven Nation Army” fue el cierre ideal para el set deslumbrante del último gran guitar hero.
El Road to Primavera Sound fue solo el comienzo. En una época donde abundan los festivales masivos, la inminente llegada de estrellas como Björk, Travis Scott, Arctic Monkeys, Lorde y Arca, entre otras, es prometedora y definitivamente sensacional. Un acontecimiento que será guardado en la memoria colectiva por las diversas generaciones que disfrutarán artistas del más alto nivel. ¡Enciendan los motores y prepárense para la aceleración!