Fotos como instantáneas casuales se suceden sobre un sorprendente rap de rimas suecas y vemos a los protagonistas de entrecasa, de fiesta, en pocilgas. Alcohol, drogas, dinero, sangre y armas, muchas armas. La secuencia de apertura de Dinero fácil ya plantea que esta no es la típica serie de Netflix proveniente de Suecia. Acá no hay nieve, ni paisajes de ensueño, ni atmósferas reposadas; no hay noir nórdico ni mucho menos una sociedad idílica modelo para el resto del mundo. Snabba Cash, tal su nombre original, es más bien todo lo contrario.
Leya (Evin Ahmad), viuda, con un hijito y endeudada hasta la cabeza, se “coge con la mirada” a su inversionista y consigue un contrato millonario justo a tiempo. O al menos eso cree. Salim (Alexander Abdallah), de origen sirio, después de cantar en una boda de la comunidad, sigue a un dealer y lo mata en un shopping por vender en el territorio de su banda. Más adelante en el primer episodio, Tim (Ali Alarik), de 15 años, incendia con sus amigos la moto equivocada.
Con estas acciones se presentan sin preámbulos a los tres protagonistas que articularán la trama, sus perfiles ya están bien definidos y los conflictos no se hacen esperar. De todos modos, con el correr de los capítulos, las cosas en un principio no parecían estar tan mal. Porque ninguno de los tres se conformó. Ella tiene su trabajo en un restaurant, él sus números en las bodas y el chico su mesada, pero quisieron más. El dinero fácil que en realidad nunca lo fue.
Dinero fácil, la serie tiene esa aclaración porque en 2010 se estrenó con gran éxito en Estados Unidos una película homónima que, al igual que esta producción, está basada en la primera novela de la Trilogía Negra de Estocolmo del escritor sueco Jens Lapidus, publicada en 2006. El autor además participó del guion de la serie junto a Oskar Söderlund para darle una actualización de más una década a su retrato de la sociedad sueca, haciendo hincapié en el alto índice de redes criminales narcos de los últimos años, así como a la mayor presencia de inmigrantes de Oriente Medio.
Dinero fácil traza un paralelismo entre el despiadado ambiente corporativo de las startups o empresas emergentes y el submundo del hampa asociado al narcotráfico con un mensaje claro: el prestigio de uno y no del otro se establece por la buena prensa según origen y status social, pero en los hechos no son muy diferentes. La corrupción, la violencia física y psicológica, la adrenalina, el poder del dinero para comprar la voluntad de las personas, la ambición enfermiza que este genera reinan en ambos mundos. Además, en más de una ocasión se tienden lazos del cocktail en la suite más lujosa de la ciudad al sótano clandestino detrás del mercadito talibán o viceversa para invertir, colaborar y, en efecto, destruirse mutuamente.
Leya necesita dinero para comprar acciones y salvar su emprendimiento, no le queda otra que acudir a contactos oscuros del pasado que querrán su porción de la torta. Salim en realidad es un romántico, no puede dormir y vive drogado, ya no quiere matar más pero Ravy (Dada Fungula Bozela), su jefe, no lo deja ir así que sigue a costa de su sanidad mental. Tim tiene que pagar la deuda de la moto así que se pone a vender, en principio hace dinero muy fácilmente así que sigue y se ensucia las manos cada vez más.
En apenas seis episodios, estos personajes vivirán una escalada de violencia brutal con momentos de extrema tensión agudizadas por una cámara en mano enfermiza y una fluidez en la edición muy acorde. Dinero fácil es de esas series que se disfrutan, incluso sabiendo que no hay manera de que las cosas terminen bien.
Dinero fácil: la serie está disponible en Netflix.